NIJINSKY, CLOWN DE DIOS
Desde el 7 al 17 de septiembre, en el Teatro Coliseo, Letter to a Man –que se había estrenado en 2015 en el Festival de Dos Mundos, de Spoleto, Italia– brindará diez funciones. Este unipersonal está basado en los diarios que escribió Vaslav Nijinsky, en su internación por esquizofrenia en 1919, trastorno que sufrió hasta su muerte. El bailarín ruso, ícono de perfección técnica y atrevimiento creativo, vivió una relación profesional y amorosa con el empresario Sergei Diaghilev. Pero la obra de Barishnikov y Wilson se aleja del biografismo. Por eso, durante la conferencia de prensa del mar tes, el intérprete dijo: “Lo que presentaremos no es un obra sobre su vida. El diario fue escrito en seis semanas por una persona que cae en la locura. Es el recuerdo de un hombre perturbado. Con Bob hicimos una especie de collage en donde aparece su relación con Dios, con el pacifismo, con la creación artística”. Tampoco pretende encuadrarse en la danza, por lo que agregó: “Este trabajo no es de danza, en realidad. No voy a bailar. Algo tiene de danza, pero tiene muchas cosas que no son de danza. No es más que el documento de un hombre perturbado que cayó en la oscuridad de la locura”. En la entrevista con PERFIL, había aportado más detalles: —¿Qué estrategias se aplicaron para ir de un texto a un espectáculo escénico? —El dramaturgo Daryl Pinckney escribió una propuesta de su interpretación del diario, y Bob y yo trabajamos a partir de eso. Juntos desarrollamos el movimiento, y Lucinda Childs agregó una voz femenina. Hal Wilner creó el collage musical que sostiene la pieza –un toque mágico, en mi opinión–. Y, por supuesto, Bob tiene muchos asistentes, que llevaron sus ideas y fantasías a la realidad. —¿Por qué lleva su rostro pintado de blanco? —Cuando la gente le pregunta a Bob sobre eso, dice, con una mueca divertida: “Puedo verlo mejor”. Eso es medio una broma. La razón, en mi opinión, es que Bob siempre rechaza el teatro psicológico, y la cara blanca crea una distancia entre el actor y el material. El quiere que el público, en la obra, encuentre la emoción, y no a los actores.