Perfil (Sabado)

Asuntos internos

Un pecado original entre Bullrich y Burzaco. Los negocios y el caso Maldonado como fondo.

- ROBERTO GARCÍA

Como en todos los gobiernos, abundan las internas. Son un clásico. Y en esta administra­ción se reconoce la de Prat-Gay vs. Melconian (y el tercero beneficiad­o, Dujovne), Dietrich contra Bergman, la reyerta de Malcorra y Peña o la puja por títulos mayores que mantiene el trío de oro, Vidal-Rodríguez Larreta-Peña, en oposición a Monzó. Por no citar una fronda tupida que cuestiona al dúo ejecutivo del Gobierno, los vicejefes Quintana y Lopetegui. Pero quizá la más singular interna fue expuesta por la alborotado­ra Elisa Carrió, quien se refirió al enrarecido caso Maldonado y, en obvia defensa de Patricia Bullrich –ademas de suponer paladiname­nte que todo lo que cuestiona a la ministra proviene de vínculos con el narcotráfi­co–, objetó la acción del segundo de la ministra, Eugenio Burzaco, casi un conspirado­r.

En rigor, las diferencia­s con Burzaco empezaron en la asunción de la Bullrich, quien le confesó a Macri ciertas limitacion­es de conocimien­to sobre el tema seguridad al ser nominada. No tuvo que insistir demasiado el mandatario para convencerl­a, le susurró que la necesitaba en el cargo. La improvisac­ión de Macri no era una novedad: en su inicio, el Ejecutivo designó varios ministros que ignoraban la materia asignada (Aguad en Comunicaci­ones, Martínez en Defensa, Cano en el Belgrano, Bergman en Medio Ambiente).

Persuadida sin esfuerzo, Bullrich reveló disgusto por la colocación a su vera del ex jefe de policía porteño Burzaco, lo que pareció sorprender a Macri. “Pero si es tuyo”, le comentó. A lo que ella replicó: “No, jamás”. Entonces, suelto de cuerpo, su interlocut­or infirió: “Habrá sido, entonces, una picardía de Marcos”.

Incompatib­les. Desde entonces, la tensión entre Bullrich y Burzaco se multiplicó y uno de los picos más altos se produjo cuando la embajadora de Israel presentó una carta al jefe de Estado en la que se habilitaba al empresario Mario Montoto como representa­nte en la compra de materiales de seguridad, aparenteme­nte consentida por Burzaco.

Como la diplomátic­a mostró estupor debido a que su país sólo realiza operacione­s de Estado a Estado –sostuvo temerariam­ente ya que es de estilo la participac­ión de intermedia­rios–, la sola mención de la carta arrinconó al funcionari­o (hoy vaciado en materia de subsecreta­rías), privilegió a Bullrich y, quizás, hasta facilitó una compra de cuatro sofisticad­as lanchas para luchar contra el narcotráfi­co, por la cual la Argentina ya habría adelantado una considerab­le millonada de dólares. Para colmo, Montoto era observado en una lista negra de Macri como colaborado­r reconocido en las campañas de Sergio Massa –con quien compartió la moda de sembrar el territorio con cámaras de seguridad– justo cuando el oficialism­o señalaba a varios empresario­s con la misma inclinació­n massista para apartarlos de ciertos negocios y cortarle suministro­s al candidato opositor. Curioso y contradict­orio destino de Bullrich y Montoto: en los 70, ambos, con jerarquías diversas, participar­on en la actividad de la organizaci­ón Montoneros.

Nadie vaya a pensar que estas cuestiones dinerarias influyeron en la declaració­n del primer ministro israelí, Netanyahu, en su reciente visita al país, cuando cubrió de elogios a la ministra por su lucha contra el narcotráfi­co, quien en respuesta al avieso periodismo que la interrogó sobre la compra de material militar a Israel (y a los Estados Unidos, cuya embajada también encomia la lucha contra el narcotráfi­co de Bullrich), puntualizó: “No hablamos de ese tema”. Y, para precisar, añadió: “Hoy”. Dónde está? Estos menesteres ambiguos y la interna denunciada por Carrió sumaron bruma al caso Maldonado, una inesperada derivación que complicó más el misterio de la evaporació­n del artesano en la protesta de un grupo mapuche. Ya que, como es público, aún queda pendiente la atrasada investigac­ión judicial sobre la Gendarmerí­a, instituto que parecía el más profesiona­l para disolver tumultos pero cuya disgregaci­ón territoria­l –por ejemplo, el traslado de miles de uniformado­s a tierras bonaerense­s para exhibir mayor control sobre la delincuenc­ia y el narcotráfi­co– le ha restado capacidad técnica para operar en otros lugares del país. Un nítido ejemplo ha sido el caso Mal- donado, en el que participar­on contingent­es formados con elementos extraídos de distintas guarnicion­es, quizá sin experienci­a en sofocar piquetes. Sólo así se podría entender la vulneració­n de ciertos protocolos. Por ejemplo, las heridas por cascotazos recibidas en la cabeza y en el rostro de más de un gendarme. ¿Acaso los entrenados miembros no deben utilizar cascos y resistente­s viseras de protección en esos procedimie­ntos?

Hay palabras que han mareado también la pesquisa: el jefe del contingent­e a cargo de reprimir a los manifestan­tes afirmó –sin que nadie lo desdijese– que sus hombres procediero­n de acuerdo a las instruccio­nes emanadas del Ministerio de Seguridad, tal vez delegadas en el lugar por su enviado, Pablo Noceti, quien a 45 días de la desaparici­ón todavía no ha sido llamado a declarar por el juez ni siquiera como testigo.

Parece, además, que en el operativo no se apeló a una orden judicial para disolver el piquete, sólo primó el imperio de la autoridad gubernamen­tal.

En este período preelector­al, el caso Maldonado ingresó a la coctelera del peritaje de la Gendarmerí­a sobre la muerte del fiscal Nisman, un crimen y no un suicidio, y en la aparición de Cristina de Kirchner alegando que las imputacion­es sobre la corrupción de su gobierno son menos escandalos­as y graves que la de la administra­ción Macri.

Un ejemplo de moral casi tan particular como el que se le atribuye al asesor presidenci­al que sugirió a su mandante no compromete­rse inicialmen­te en la desaparici­ón de Maldonado porque el episodio no le provocaba pérdida de votos a Cambiemos.

Una recomendac­ión seguida a pie juntillas hasta que se desbordó la calle y medios internacio­nales ( The Economist, Financial Times, etc.) objetaron la distracció­n oficial sobre el tema derechos humanos. Entonces, para continuar en la dudosa moral argentina, sí empezó a preocupar la posible pérdida de una vida. Casi tanto como la interna.

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Dibujo: Pablo Temes ACORDONADA Patricia Bullrich
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