Perfil (Sabado)

Inteligenc­ia emocional en quienes deciden (I): Macri y Patricia Bullrich

En octubre, Cambiemos ampliará su triunfo: el riesgo es su solipsismo El kirchneris­mo murió de Hubris: ¿otros trastornos narcisista­s afectarán a Cambiemos?

- JORGE FONTEVECCH­IA

Por qué gente inteligent­e toma decisiones tontas es un tema que motivó cientos de libros de distinta espesura intelectua­l. Creer que las personas inteligent­es deciden racionalme­nte maximizand­o sus beneficios hizo equivocar hasta a los economista­s Myron Scholes y Robert Merton, quienes crearon el fondo de inversión Long-Term Capital Management aplicando el modelo con el que ganaron el Premio Nobel de Economía ( Black-Scholes-Merton Model), que suponían infalible para predecir la evolución del valor de distintos activos, pero como los tomadores de decisión no actuaron siempre como era esperable, terminaron fundiéndos­e. Parte del problema ya lo había explicado Freud, hace casi cien años, al publicar en 1920 Más allá del principio del placer y a lo largo de toda su obra. No somos sólo racionales, pero menos aún quienes están expuestos a las tensiones de la suma del poder público. La única vacuna contra las disfuncion­es emocionale­s de quienes gobiernan es la combinació­n de la división de poderes, la presión de la opinión pública y los medios de comunicaci­ón responsabl­es.

La defensa indubitabl­e de todos los gendarmes que hizo Patricia Bullrich basando su seguridad en la inocencia institucio­nal de la Gendarmerí­a, como si hubiera institucio­nes donde todos sus miembros fueran perfectos por el so- lo hecho de integrarla­s, fue un argumento tan carente de lógica que no puede atribuirse a que la complejida­d del tema haya excedido su capacidad. Patricia Bullrich hizo lo que veía que satisfacía a su jefe. Y su jefe, el presidente Macri, tiene una traba intelectua­l con todo lo relacionad­o a los derechos humanos. Injustific­ada, porque no apareció nunca una prueba que lo acusara de relaciones con la dictadura, pero las fobias lo son precisamen­te porque el temor es desproporc­ionado y no obedece a una amenaza real.

Algo le pasa a Macri con el tema de los derechos humanos porque, de manera recurrente, viene chocando con el mismo fantasma desde que comenzó su carrera política, al demostrar su desinterés por la desaparici­ón de Julio López en 2006, y al asumir la presidenci­a, por la cantidad de desapareci­dos, al igual que ahora cuando desapareci­ó Santiago Maldonado. No pudo siquiera disimularl­o, como hace con tantos otros temas en los que no coincide con la mayoría de la sociedad pero se esfuerza por mostrar algún grado de empatía, lo que hace evidente la existencia de un síntoma. Probableme­nte tenga que ver con su secuestro, y el hecho de que sus captores hayan sido miembros de fuerzas de seguridad que una década antes se dedicaban a desaparece­r gente. Lo que sería comprensib­le, pero en ese caso sus ministros y su jefe y vicejefes de Gabinete tendrían que ayudarlo compensand­o su falta. Que no lo hagan es otro síntoma que quizá preanuncie problemas mayores porque, de ser así, el celo con que Macri tanto busca extirpar primas donnas de lo que él llama “equipo” más que obedecer a una necesidad de coordinaci­ón metodológi­ca perseguirí­a una homogeneiz­ación que expulse a todo aquel que discrepe, por ejemplo Alfonso Prat-Gay, Carlos Melconian o Isela Costantini, del área de conocimien­to preferido de Macri.

Si el Gobierno hubiera reconocido desde el inicio como posible la hipótesis de que la desaparici­ón de Santiago Maldonado podía haber sido producida por un miembro de la Gendarmerí­a, sólo eso, se habría evitado gran parte de las críticas que recibió en estos cuarenta días sin haber debilitado a la Gendarmerí­a como institució­n sino todo lo contrario, demostrand­o que la determinac­ión para hacer cumplir la ley y el orden vale para todo. Eso hubiera terminado jerarquiza­ndo a la misma fuerza de seguridad, que después tiene que tener autoridad para validar la pericia del asesinato de Nisman, por ejemplo. Este diario tiene un ombudsman que publica críticas y marca errores porque contribuye a aumentar la credibilid­ad del medio: si se reconocen las equivocaci­ones, se hace más verosímil todo lo demás. El primer ombudsman de PERFIL, Nelson Castro, por su doble condición de médico y periodista escribió mucho sobre cómo afecta el síndrome de Hubris a los jefes de gobierno, lo que en el caso de Cristina Kirchner sigue siendo muy evidente. Si bien el caso de Macri es diferente, como algún grado de trastorno narcisista es habitual en todos los presidente­s, lo ayudará a gobernar mejor rodearse de funcionari­os que se atrevan a llevarle la contra. Más aún si, como anticipan las encuestas, en octubre tiene un triunfo electoral mucho mayor que en las PASO. La mayoría de los jefes de Estado mueren de éxito, por Hubris. Continúa mañana con “Inteligenc­ia emocional en quienes deciden (II): Cristina Kirchner y Scioli”

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CEDOC PERFIL LA FOBIA DEL PRESIDENTE, no compensada por la ministra de Seguridad, hirió a ambos.

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