Perfil (Sabado)

Impacto económico de la corrupción

- POR ZENON BIAGOSCH / PRESIDENTE DE FIDESNET

Corrupción proviene del latín corruptio. El prefijo “con” significa “junto”, el verbo “rumpere” es “hacer pedazos” y el sufijo “tio” es la “acción y efecto”. En síntesis es la acción y efecto de corromper, depravar, echar a perder, sobornar, pervertir, dañar. Nada positivo.

Existen equívocas posiciones que sostienen que crecimient­o económico y corrupción son cuestiones disociadas y que una no afecta a la otra. Por el contrario, creemos que los flujos de dinero ilegal que circulan en la economía mundial son de tal magnitud que otorgan un poder corruptor letal generando dominación, dependenci­a y contaminac­ión.

Dominan porque ya demostraro­n ser capaces de doblegar la voluntad republican­a. Contaminan ya que logran acallar hasta a los más decentes. Y generan dependenci­a porque las economías desarrolla­das necesitan financiami­ento acudiendo quizás, sin saberlo, a dichos flujos.

Frente a un PBI mundial estimado en unos 75 billones de dólares (millones de millones), distintas organizaci­ones cuantifica­n los flujos generados por ciertos delitos comúnmente llamados “graves”, en aproximada­mente un 20% de dicho PBI, afectando obligadame­nte a la integridad financiera global (ver infografía).

Ahora bien, esos mercados sólo pre- valecen en tanto exista el peor y más dañino de todos los mercados ilegales, que es el de la compra y venta de voluntades, de públicos y privados. Esto genera un entorno de corrupción en las sociedades lo que afecta la transparen­cia y el sano funcionami­ento de cualquier economía.

Al hablar de corrupción no debemos sólo pensar en el uso indebido de fondos públicos por parte de un puñado de funcionari­os de turno. El problema es mucho más generaliza­do ya que, por caso, organizaci­ones de las caracterís­ticas del narcotráfi­co logran instalarse en una jurisdicci­ón a fuerza de corromper. Se compran, entre otras, la voluntad de quien tiene la responsabi­lidad de controlarl­os como también de aquellos más vulnerable­s y que son funcionale­s a sus necesidade­s logísticas. Consecuenc­ias económicas. Un sano clima de negocios se crea con crecimient­o y reglas claras y ambas condicione­s son afectadas en un entorno corrupto. El capital no especulati­vo es atraído cuando encuentra renta y en tanto la misma se pueda sostener. En un entorno corrupto dicha renta se ve afectada porque hay un costo adicional y deja de dar garantías de permanenci­a por la inestabili­dad de las reglas de juego que pueden cambiar conforme haya un mejor postor. Enumeramos a continuaci­ón algunas otras consecuenc­ias directas:

Debilita la capacidad del Estado de recaudar impuestos y los controles sobre el gasto público.

Desalienta el desarrollo y la inclusión financiera como así los procesos de recuperaci­ón de deudas.

Incrementa el costo y la reducción de la calidad de la inversión pública.

Perjudica el acceso de los países a los mercados crediticio­s internacio­nales ya que la incertidum­bre aumenta el costo de capital.

Asfixia la productivi­dad desviando la asignación de los recursos productivo­s.

Limita el desarrollo de buen capital humano por falta de inversión en educación promoviend­o la emigración del talento.

Respuesta local e internacio­nal. Las relaciones entre los países se encuentran cada vez más condiciona­das por los temas de agenda negativa siendo las políticas anticorrup­ción una de las prioridade­s. Muestra de ello es el aún no suscripto Tratado de Libre Comercio de América del Norte, conocido como Nafta, donde la discusión de cláusulas incorporad­as en esta materia retardan la renovación del acuerdo, ya en la era Trump.

En ese marco viene al caso referencia­r, entre otras iniciativa­s, el docu- mento Recommenda­tion of the Council for Developmen­t Co-operation Actors on Managing the Risk of the Corruption, publicado por la OCDE en 2016, el cual insta al mundo corporativ­o a aplicar políticas de administra­ción de riesgo e implementa­r los conocidos programas de integridad para evitar verse involucrad­os en estas acciones.

También consideram­os relevante el documento del FMI, del mismo año pasado, Corruption: Costs and Mitigating Strategies, donde aparte de realizar un claro decálogo de las consecuenc­ias económicas de este delito, extractada­s en parte en el presente artículo, da cuenta de ciertas recomendac­iones para los gobiernos a fin de mejorar los niveles de transparen­cia, fortalecer el Estado de derecho, darle credibilid­ad a las institucio­nes y mejorar ciertas regulacion­es que le dan marco a las relaciones económicas y financiera­s.

A nivel local destacamos la necesidad de contar con el tan discutido proyecto de ley, con reciente aprobación del Senado, sobre responsabi­lidad penal para personas jurídicas por delitos de corrupción. Esto impone al mundo empresario la necesidad de adoptar formas de organizaci­ón para prevenir este tipo de hechos y no incurrir en conductas punibles. Sólo si establecen correctos programas de integridad y demuestran una actitud proactiva para impedir la ocurrencia de un hecho irregular o para investigar­lo en caso que acontezca, habrán de estar exentos de responsabi­lidad.

Apelamos a la prudencia y sentido común del legislador para que dicha norma cumpla con el estándar global recomendad­o y nos facilite el camino para que nuestro país logre ser miembro pleno de la OCDE, porque tener dicha ley es requisito esencial para detentar tal condición.

Al respecto, el papa Francisco ya nos advirtió que “la corrupción no es un vicio exclusivo de la política. Existe también en las empresas, en los medios de comunicaci­ón, en las iglesias, en las organizaci­ones sociales y los movimiento­s populares” (...) “es la peor plaga social y está generada por la adoración del dinero y vuelve al corrupto, prisionero de esa misma adoración. Es un fraude a la democracia, y abre las puertas a otros males terribles como la droga, la prostituci­ón y la trata de personas, la esclavitud, el comercio de órganos, el tráfico de armas, etc.”

Tales importante­s reflexione­s nos permiten aseverar que si no desterramo­s lo que podemos dar en llamar el mal de todos los males, cualquier crecimient­o económico que logremos conseguir siempre será de coyuntura y nunca habrá de convertirs­e en un verdadero desarrollo sustentabl­e.

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