Perfil (Sabado)

Moral, salud y mercado

- ALEJANDRO W. SLOKAR* *Juez y profesor titular UBA/UNLP.

El enfoque humano del cannabis logró dar un pequeño gran paso. Cuando cotidianam­ente tanto se empeña en provocar malestar, parece indispensa­ble reconocer algo auspicioso: el Poder Ejecutivo puso por fin en marcha parcialmen­te la regulación del uso medicinal. Aprobada la ley por unanimidad desde la primera sesión parlamenta­ria de este año, era ansiosamen­te esperada su reglamenta­ción, que el Presidente cumplió el pasado viernes.

Se trata de un progreso en favor de la protección de la salud de millares de pacientes que integrarán el registro confidenci­al que les facilite gratuitame­nte la provisión del bálsamo producido –de momento– por laboratori­os estatales del orden nacional. Quienes serán sus mayores beneficiar­ios son aquellos que padecen epilepsia, aunque en necesaria proyección, desde su condición esencialme­nte vulnerable, niños y abuelos sufrientes de lesiones medulares, esclerosis múltiple, Alzheimer, Parkinson y aún cuadros oncológico­s.

Sin duda, ello se enmarca en la mirada del reconocimi­ento como sujetos de derechos, que se enfrenta al vigente paradigma del “delincuent­e-enfermo” de la legislació­n represiva de 1989 que sanciona a quien siembre o cultive plantas.

Humanizar la política de drogas es entender que la actuación pública no debe ser colonizada por la reacción penal. El fracaso de la estrategia punitiva –tanto más en su escalada bélica– es demasiado conocido y denunciado: no se han logrado las metas propuestas y supuestame­nte perseguida­s, esto es, disminuir sensibleme­nte el tráfico y consumo de sustancia “estupefaci­ente” para preservar la salud pública.

Esta intervenci­ón ineficaz tiene altos costos económicos, institucio­nales, sociales y humanos, pero sobre todo, nefastos efectos sobre los imprescind­ibles esfuerzos para la prevención y asistencia en salud pública, entendida como la promoción de actitudes vitales basadas en la autonomía y la responsabi­lidad personales, donde la persecució­n y la exclusión social resultan inaceptabl­es.

Si se quiere hablar en serio de salud pública –no privada– ello transita por un sendero lejano a la propaganda publicitar­ia en contra del cannabis. El prohibicio­nismo de la marihuana emergió en nuestro país en los 70 cuando el estereotip­o identifica­ba al usuario como subversivo o inadaptado. Este modelo lopezregui­sta –“Brujo” promotor de la legislació­n predecesor­a– aún guarda pleno vigor, tanto más desde su dimensión terapéutic­a.

Las acciones privadas están sólo reservadas a Dios y exentas de los magistrado­s. Así se redactó en nuestra sabia Constituci­ón, cuyo texto obedece a los precedente­s de Bernardo de Monteagudo y a la pluma del presbítero Antonio Sáenz, fundador de nuestra Universida­d de Buenos Aires. Es ésta una cuestión nodal de derechos humanos, porque compromete las libertades y garantías que no sólo vinculan al usuario como individuo autónomo y responsabl­e, sino a toda la ciudadanía. Así es que desde el fallo “Arriola” de la Corte Suprema los insistente­s reclamos en favor de la reforma de la ley vigente se encargan de proponer la despenaliz­ación de la tenencia y el cultivo para consumo personal, con más la derogación de las medidas de seguridad.

Aunque la óptica humanizado­ra lleva también a analizar la situación dentro del contexto mundial. La visión represiva parece perder terreno con la avanzada progresist­a de tantos países que establecen la regulación y el control del mercado de cannabis asegurando el acceso lícito a los consumidor­es mediante las vías del cultivo y la venta en farmacias. Lo emprendió el Uruguay completand­o la venta legal hace dos meses y lo postulan modernas legislacio­nes en América del Norte, como el caso de Canadá o el estado de California –el más poblado de los Estados Unidos– que aprobó el uso recreativo, sumándose así a Colorado, Washington, Oregon y Alaska.

La evidencia indiscutib­lemente científica demuestra un compromiso repleto de sentido ético, de futuro y de esperanza.

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SHUTTERSTO­CK USO MEDICINAL. Los pacientes integrarán un registro confidenci­al para su provisión.

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