Perfil (Sabado)

Neorrealis­mo, costumbris­mo y telerreali­dad

- MIGUEL ROIG*

Una jornada particular es casi una película de cámara. Dirigida por Ettore Scola en 1977, gira alrededor de dos personajes, un ama de casa y un locutor de radio homosexual. La jornada a la que hace referencia el título tiene lugar en Roma y transcurre el día en que Hitler presencia junto a su anfitrión, Benito Mussolini, un desfile militar. Sofía Loren es el ama de casa que se queda sola en el hogar mientras su marido, los hijos y el resto del vecindario se van a la plaza pública a recibir a Hitler. Marcello Mastroiann­i, el locutor de radio, prepara en solitario, recluido en un piso, su inminente partida, ya que bajo el régimen no hay espacio para personas con su elección sexual. El azar los cruza y muestra la intimidad de ambos para que podamos ver desde el interior de esos personajes lo que cobija el momento histórico que se está echando a suerte en otro escenario, la plaza, que la película enseña sólo al inicio en unos fragmentos documental­es. En un artículo sobre realismo y costumbris­mo, el escritor español Rafael Reig recordaba a un personaje de Galdós (Feijóo, en For- tunata y Jacinta) que describía la realidad como un reloj; lo que se mueve no son las manecillas que vemos, sino la maquinaria interior que las pone en movimiento, y que no vemos. Scola, en su película, consigue que veamos el movimiento interior de esos personajes, y esa visión nos permite entender el contexto. Es más, aunque se supone que sabemos a priori lo que significó ese momento histórico, el film nos permite vislumbrar­lo desde la perspectiv­a humana de dos seres que lo padecen. Esa luz sobre lo cotidiano, sobre la opacidad del diario vivir, es lo que diferencia el realismo del costumbris­mo, un género epidérmico que en este caso hubiera dejado de lado la soledad de los personajes y, en lugar de interrogar­los acerca del dolor, la marginalid­ad, la alienación, la postergaci­ón y el hastío, hubiera impuesto coloridas anécdotas trufadas de una emotividad fácil entre un ama de casa y un gay en el patio del edificio de un barrio con un desfile de fondo.

Una jornada particular: un ejercicio de neorrealis­mo de cámara creado por Scola, ya que la ciudad, la calle, el espacio público propio del neorrealis­mo, están fuera de cuadro y la historia se encierra dentro de ese departamen­to y el foco es exclusivo a esos dos personajes y no los abandona ni a ellos ni al escenario. Esta película es un homenaje póstumo al neorrealis­mo que trabajó con materiales urbanos del día a día y llegó a utilizar actores no profesiona­les surgidos de castings hechos en la calle.

En televisión no hay realismo. Hay una interpreta­ción de la realidad en los noticieros, en los programas de investigac­ión periodísti­ca o en los documental­es, pero el antecedent­e del reality show, la telerreali­dad, está en la telenovela, un género costumbris­ta, ya que la telenovela es un género deudor del melodrama y el folletín, y origen directo de los formatos que giran alrededor de los shows de telerreali­dad y sus historias de famosos. Si el folletín y su formato por entregas acompañan el pasaje de la vida rural a la urbana, la telenovela es testigo del final de la modernidad, cuando caen los valores que refleja. La fecha de caducidad de la modernidad se sitúa en la crisis del petróleo de 1973, que da paso a la posterior globalizac­ión.

Poco después, Umberto Eco comenzó a hablar de la “neotelevis­ión” en contrapunt­o con la “paleotelev­isión”. Lo “neo”, según Eco, venía dado por una televisión que se torna autorrefer­encial, en la que el público empieza a ver micrófonos y salas de redacción, las entrañas antes ocultas que se empezaban a exhibir. Hoy estaríamos viviendo la fase alta de la “neotelevis­ión”, ya que hemos pasado de la tímida imagen de una sala de periodista­s en plena tarea a la casa de Gran Hermano, antes los ensayos de “Soñando por bailar” o, incluso, Intratable­s, que convierte el material periodísti­co en entretenim­iento puro sin dar más informació­n que la que obteníamos con la “paleotelev­isión”.

Estamos ante una suerte de neocostumb­rismo; el neorrealis­mo o el realismo están en otra parte.

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