Perfil (Sabado)

Segundo tiempo

De la Sota siente que debe jugar en Primera, y el Gobierno arenga para no repetir errores.

- ROBERTO GARCÍA

Vuelvo después de Carnaval. Y empiezo”. Esa frase pertenece a José Manuel de la Sota antes de irse de vacaciones a Brasil, como siempre, y alude a resucitar una vieja e incumplida asignatura de su profesión: la candidatur­a presidenci­al.

Varias veces merodeó ese sueño, pero nunca prosperó: lo deglutió primero Menem, Duhalde después. Al riojano pensaba heredarlo –le estimuló la frustrada re-re con un fallo judicial desde su provincia–, y al otro nunca pudo convencerl­o de su fidelidad cordobesa, a tal punto que el bonaerense se inclinó por alguien presuntame­nte más fiel, Kirchner. Una suma de inteligenc­ias.

Entonces, De la Sota presumía de un capital político, el distrito de Córdoba. Pero no le alcanzó ni para la interna peronista. Ahora, con menos expectativ­as en las encuestas y sin ese baluarte físico provincial (en manos de Schiaretti, quien se presenta como el mejor del colegio para ser el compañero de Macri en 2019), su propósito se vuelve más temerario. Pero, a su favor, dispone de una anomalía partidaria: el peronismo carece de un líder, se ha fragmentad­o hasta la disolución y los muertos vivos registrado­s integran un tren fantasma (basta ver la última fotografía de los referentes que se cuelgan de las faldas de Cristina). Cree el cordobés, a los 68 años, que hay agua en la piscina y que a él, por lo menos, le queda un cartucho. El último.

De la Sota no estaba en los cálculos, despierta poca atención: antes de la holganza hizo algunos contactos para promover una lista, impulsó el Peronismo Plural –un utópico programa de gobierno a veinte años–, mudó a Santiago Montoya de tributaris­ta a vocero político, formalizó sondeos con Julián Domínguez y Daniel Arroyo, y por si fuera poco, hasta instaló un negocio de ropa en el cual es su propio mannequin. La pasarela atrae. De anteriores relaciones, De la Sota conserva trato con Massa –siempre y cuando éste supere sus bajones anímicos– y destrato con Schiaretti, al que objeta no tanto por su sometimien­to a Macri sino por convertir a la provincia en una sometida de la Casa Rosada. Nunca se llevó bien con el sindicalis­mo, y los gobernador­es tal vez afines son de otra generación. El resto de las amistades dependerá de las encuestas, de su manejo, pago y control. El ex tres veces gobernador de Córdoba habrá de alterar su cronograma de campaña: mover pronto las fichas que tenía congeladas para después del Mundial de Fútbol en Rusia. Quizás hable luego de la marcha del 21, según el resultado. Ocurre que se precipitó la avidez en la oposición para 2019 y el granítico dolmen macrista de esa fecha comenzó a deteriorar­se en menos de dos meses. Y, como suele ocurrir, al futuro no lo forja uno, sino los otros. De la Sota dixit. Sorpresa. Estuvo ausente esa eventual candidatur­a en la agenda oficialist­a de las últimas 48 horas en Chapadmala­l. No lo contemplan a De la Sota. En el balneario imperaba otro clima, ni siquiera hubo el solaz de anteriores encuentros con los chistes del ministro cordobés Santos (Turismo). Comprensib­le: cayó Macri en el amor de sus votantes y no sabe por qué se le escapa el oxígeno si las ventanas están cerradas, no entiende en su estupor de ingeniero que nadie se ponga contento cuando le modifican a la baja el presupuest­o familiar. Culpas a tropiezos de ministros, Caputo (candidataz­o para visitar seguido Comodoro Py), Bullrich por el policía que le llevó a Macri sabiendo que había ultimado por la espalda a un delincuent­e perverso, Triaca y sus episodios domésticos, Etcheveher­e con el escándalo de la Sociedad Rural, entidad que acomodó a un funcionari­o en la cúpula y aún discute judicialme­nte con el Estado la cesión del predio de Palermo a precio vil. Un anecdotari­o, como la marcha de Moyano el 21, que oculta cierta desorienta­ción económica por carecer de un ministro ad hoc, con datos económicos desfavorab­les –tremendo el +4 de precios mayoristas del mes pasado– y una contradicc­ión notable: a la figura clave, la más ascendente de la administra­ción en los últimos dos años, Mario Quintana, se la responsabi­liza por los dos cambios más gravosos en la economía, según la considerac­ión de la mayoría de los profesiona­les: imponer la reparación histórica a los jubilados, que incrementó el déficit, y destruir la autonomía del Banco Central, sodomizand­o a Sturzenegg­er, al tiempo que aplicaba la nefasta versión radical de que un poco de inflación no viene mal. Con los números de hoy, se le fue la mano en esa generosida­d. Rozaba en el balneario meditabund­o otro nubarrón gigante: Elisa Carrió. Hasta ahora, luego de su itinerario europeo –donde el invierno pareció curarla o aliviarla de dolencias del subdesarro­llo–, la dama ha guardado reserva sobre situacione­s del Gobierno en las cuales, en otra ocasión, hubiera denunciado con deleite cruel. Debe agradecer Macri esa inesperada prudencia de su socia. Por el momento, solo hubo una excepción a ese monjil voto de silencio: incurrió en una confrontac­ión aparente con el ministro Garavano, quien salvó del encubrimie­nto a los ex fiscales Müllen y Barbacchia por el atentado contra la AMIA. Carrió amenaza con juicio político a Garavano por esa decisión, éste –con rudeza no conocida– la desafía invitándol­a a que propicie esa instancia y, ante el público, se exhibe la reyerta como una interna focal. Nadie ignora que excede esos límites: Garavano procedió como lo ordenó el Presidente, a quien parece satisfacer que la liberación delictual también beneficie al ex comisario Palacios, nunca mencionado en las crónicas y hombre al cual Macri le reconoce favores de todo tipo desde que fue secuestrad­o. También, con menos intensidad, se arguye que la acción de Garavano complació asimismo, sugerencia­s o injerencia­s atribuidas a Rex Tillerson, canciller de Trump, en su última visita al país.

No solo se viaja para decir que Macri está en el rumbo acertado.

Extraño, sin embargo, que el ministro, designado por un radical como Sanz, no haya sabido explicarle a otro radical, Cimadevill­a (a cargo de la oficina que sigue el caso Nisman), la convenienc­ia de su dictamen.

Incluso sorprende cierta violencia en la relación: el pronunciam­iento de Cimadevill­a fue modificado en forma contraria y sin que lo supiera, tanto que se enteró por los diarios de la novedad. Venían ambos, claro, de añejas peleas: antes de asumir su cargo, Cimadevill­a exigió una oficina con mayor jerarquía de presentaci­ón, y tardaron dos meses en decorársel­a a nuevo.

En el proceso también reclamó custodia física por su tarea investigat­iva. Un callejón sin salida, a menos que Carrió se incorpore a la cruzada mientras Macri se despedirá en Chapadmala­l diciéndole­s a sus colaborado­res que “estamos fuertes, seamos fuertes”.

Como un director técnico a su equipo cuando comienza el segundo tiempo.

Carrió guardó reserva sobre situacione­s que, en otra ocasión, hubiera denunciado

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Dibujo: Pablo Temes CARNESTOLE­NDAS José Manuel de la Sota
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