Perfil (Sabado)

Por el subsidio.

- PABLO RODRIGUEZ

Monseñor Aguer defendió el apoyo estatal. “Las limosnas son miserables”, dijo.

Los más de $ 130 millones que recibe la Iglesia Católica por parte del Estado para financiar a los obispos todavía despiertan polémica y resintalar­on el debate sobre sus fuentes de financiaci­ón. Las reacciones fueron varias: desde la Conferenci­a Episcopal Argentina (CEA) optaron por llamarse a silencio, aunque el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, salió a defender las subvencion­es porque “las limosnas son miserables”.

El arzobispo platense, en una entrevista con radio Continenta­l, aseguró que “hay una deseducaci­ón (sic) en los fieles católicos que no aportan. Uno se fija en lo que es la limosna en la misa, en el momento del ofertorio se hace una colecta, esa colecta suele ser miserable”. Según averiguó PERFIL, hay un fuerte malestar con Aguer en la CEA. “Cada vez que habla, empeora las cosas”, dicen en el edificio de la sede de la calle Suipacha.

Desde la Secretaría de Culto, dependient­e de la Cancillerí­a, defendiero­n el giro de fondos a la Iglesia: “Los $ 130 millones son apenas un 7% de lo que maneja. Tampoco es un sueldo”, afirman. El resto del dinero sale de las contribuci­ones de los fieles. En definitiva, la asig- nación es constituci­onal según indica la Ley N° 21.950 que establece que tendrán una “asignación mensual equivalent­e al 70% de la remuneraci­ón fijada para el cargo de juez nacional de Primera Instancia hasta que cesen en dichos cargos”. Si se tiene en cuenta el sueldo de un magistrado de esas caracterís­ticas que ronda los $ 100 mil, deberían cobrar aproximada­mente unos $ 70 mil. No obstante, la cifras que perciben son diferentes: los diocesanos cobran $ 46.800; los auxiliares: $ 40.950; los eméritos: $ 40.950 y los administra­dores apostólico­s: $ 46.800.

El recorrido de las asignacion­es es así: la Secretaría de Culto le gira todos los meses fondos a la Conferenci­a Episcopal y esta se encarga de distribuir­lo por las diferentes diócesis en todo el país mediante depósitos bancarios. En algunos casos, los fondos los manejan los episcopado­s y en otros casos, el propio obispo. De allí depende el funcionami­ento y la logística de cada iglesia, que tienen cierta autonomía económica. De aquel importe no se paga ganancias ni IVA y tampoco se emite un “recibo de sueldo”.

El monseñor Sergio Buenanueva, de San Francisco, Córdoba, en diálogo con este medio, dio su parecer: “El dinero lo empleo así: con un 15% le pago a una empleada doméstica, el 70% pasa íntegro al obispado y el 15% restante queda para mis gastos personales. El año pasado me he comprado una computador­a, cargo nafta en mi camioneta Peugeot Partner, compro revistas y puedo comer alguna pìzza con algún colega. Nada más”.

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