Perfil (Sabado)

Premios, castigos y combate

La lucha contra la inflación es telón de fondo del choque Gobierno-empresario­s. Revival con gremios e Iglesia.

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Si el 2,4% de i n f lación de febrero sonó como el estruendo comparable con la ruptura del glaciar Perito Moreno, el 4,8% de incremento de los precios mayoristas significa una señal de alarma a la espera de los números de marzo, y obliga al Gobierno a maniobrar cuando el valor previsto del 15% para el año se acerca a una velocidad inesperada.

El oficialism­o, alejándose de las explicacio­nes monetarist­as –que ponen el énfasis en la emisión–, vuelca su mirada hacia el sector empresaria­l, y su reticencia a invertir para aumentar su producción prefiriend­o ajustar por precios, un clásico de los últimos lustros.

Justamente, en los últimos años del kirchneris­mo, las explicacio­nes de los economista­s heterodoxo­s apuntaban a que buena parte de la inflación era generada por los llamados “formadores de precios” que por ejercer una suerte de monopolio o la cartelizac­ión de un puñado de empresas podían imponer sus valores al resto de la economía sin relación con los valores internacio­nales de esas mercancías, práctica seguida por el amplio sector de servicios que no tienen su relación con el mercado mundial. Tomates verdes fritos. Solo en el marco del proyecto productivo que Macri tiene en mente para el país, resumido en la frase del “supermerca­do del mundo”, se puede entender el altercado entre el Gobierno y Luis Pagani, número uno de Arcor. Como es sabido, Arcor es la empresa de origen cordobés (Arroyito-Córdoba) que manufactur­a productos a base de materias primas alimentari­as, principalm­ente enlatados y golosinas. Como una de las principale­s productora­s y exportador­as de este tipo de productos, es el tipo-ideal de empresa que Macri cree que debería dominar el comercio exterior. Sin embargo, ante la queja de Pagani, sobre la invasión de latas de tomate importadas, la respuesta del ministro de la Producción, Francisco Cabrera, fue inesperada por una rudeza poco habitual en el Gobierno: “Hay que tener una agenda positiva y dejarse de llorar”. Un par de días después, Macri, en el marco de la inauguraci­ón de Expoagro, felicitarí­a a los sectores del agro como los que entendiero­n el mensaje del Gobierno, anunciando una serie de beneficios, como la simplifica­ción de los trámites ante el propio Estado que deben realizar los productore­s. Traducción: el Gobierno comienza a otorgar premios y castigos.

Quizás el castigo a la industria fue transmitid­o por el propio Cabrera en un marco más ideológico cuando dice: “Somos uno de los países más cerrados del planeta después de Sudán y Nigeria”, y de esa forma explica una decisión siempre polémica: la apertura de las importacio­nes en productos de consumo masivo. De esta forma, hoy se pueden encontrar en los comercios cervezas de todas partes del mundo, suavizante­s para ropa canadiense­s, uvas chilenas, copas de cristal de la República Checa, quesos franceses, zapatillas made in China, y un largo y creciente etcétera. La pregunta del millón es si esa política de apertura logrará poner un límite al incremento sostenido de los precios o solo es un nuevo recurso para los empresario­s locales que ahora pueden importar más barato lo que antes se producía aquí. Sin embargo, las cifras que reporta el Indec muestran que en enero de 2018 se exportaron mercadería­s por 4.750 millones de dólares y se importaron por 5.736, lo que redundó en una balanza comercial negativa por 986 millones, siendo un serio problema el estancamie­nto de las exportacio­nes, y que probableme­nte se agudice en este año como resultado de la sequía actual en el campo argentino. De regreso, Mirta. Los memoriosos, que nunca faltan, piensan que la economía de estos días se “ochentizó”. Un alto déficit fiscal que el Estado debía financiar tomando CARAMELO ACIDO dinero del mercado financiero a altas tasas de interés, un dólar presionand­o al alza que llevaba a miles de argentinos a pararse frente a las casas de cambio para “pegarla” con los saltos bruscos de la divisa, y el gerente financiero pasando a ocupar el rol más importante de las empresas definieron los años 80 como un tiempo de inestabili­dad que finalizarí­a en la hiperinfla­ción, y donde algunos de los elementos parecen transporta­rse treinta años después.

También Raúl Alfonsín como ahora Mauricio Macri tendría sus enfrentami­ento con los empresario­s, los sindicatos y aun con la Iglesia católica. En esos días los “llorones” eran los llamados “capitanes de la industria” que, aun favorecido­s por las políticas del radicalism­o que buscaban proteger el mercado interno, conspiraba­n contra su gobierno, más preocupado­s en su rentabilid­ad que en sostener los congelamie­ntos de precios que el gobierno buscaba imponer tras el Plan Austral. Era una industria todavía con un fuerte componente local que se transnacio­nalizaría en los 90.

Con respecto a los sindicatos, la apuesta de Alfonsín era democratiz­arlos mediante una ley que permitiera abrir la puerta a la representa­ción de las minorías.

La llamada Ley Mucci (por el ministro de Trabajo de aquella época) fue sepultada bajo la presión de los más importante­s dirigentes sindi- cales de la época: Saúl Ubaldini, Osvaldo Borda, Ramón Baldassini y Jorge Triaca (padre). Lejos de pretender eliminarlo­s, Alfonsín soñaba con un sindicalis­mo escindido del peronismo y quizás con mayor presencia radical en sus estructura­s. Nuevas hogueras. También contra la Iglesia el enfrentami­ento del primer gobierno de la restauraci­ón democrátic­a fue inevitable cuando planteó la ley de divorcio vincular.

Aunque hoy parezca grotesco, la resistenci­a de la Iglesia frente a esa ley los llevaría a convocar a movilizaci­ones para detener el proyecto que finalmente fue sancionado en junio de 1987. Por supuesto que aquella Iglesia era más cercana a Von Wernich que al papa Francisco.

La discusión actual sobre el aborto reactualiz­a la disputa, a tal punto que la mayoría de los legislador­es que se declaran en contra de la iniciativa lo fundamenta­n en sus conviccion­es religiosas vinculadas a las posturas del catolicism­o. Como nafta arrojada en la hoguera, la revelación por parte del jefe de Gabinete, Marcos Peña, sobre el sueldo de los obispos abonados por el erario actualiza el debate sobre la relación Estado-Iglesia y el sentido del artículo 2º de la Constituci­ón Nacional: el gobierno federal sostiene el culto apostólico romano.

Los memoriosos, que nunca faltan, piensan que la economía de estos días se “ochentizó

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Dibujo: Pablo Temes

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