Perfil (Sabado)

Refutación al Gobierno

- CLAUDIO RAMOS*

El ahorro es una actitud y todo recorte suma. Obvio que si se compara cada ítem individual contra el conjunto del déficit fiscal, este parece insignific­ante. Pero la casi totalidad de lo que menciona el secretario de Presupuest­o, Rodrigo Pena, en un reciente artículo debe recortarse y aun mucho más. La Argentina conserva la ilusión infantil de que será salvada por el exterior de su caos, de que podrá continuar siendo la “buenuda” de Latinoamér­ica con su sistema de vida por completo inviable y deficitari­o, y llegarán miles de millones de dólares desde China, o grandes inversores europeos, japoneses y estadounid­enses a instalar sus empresas en nuestro país. ¿Con tales impuestos, con semejantes sindicalis­tas y leyes laborales, tan a trasmano del mundo, con la tercera inflación más alta del planeta, con un sistema energético que colapsa ante un intenso calor o mucho frío, con un ajuste tarifario de proporcion­es aún pendiente, con un dólar atrasado y nichos de corrupción escandalos­os?

El secretario omite cuestiones básicas como el aumento del impuesto inmobiliar­io rural en 50% –en fatal coincidenc­ia con la peor sequía en cuarenta años– y también del inmobiliar­io urbano. Tampoco menciona el soterramie­nto del tren Sarmiento, una obra colosal y por completo innecesari­a de 3 mil millones de dólares de costos pautados. Serían muchas las cuestiones puntuales a discutir, como las playas de verano en Capital de Rodríguez Larreta o las frutas que compra mes a mes Marcos Peña para los trabajador­es de su ministerio, pero no harían al objeto del debate de fondo, que es el cambio de cultura social en la Argentina. Deberíamos volver a la Constituci­ón de 1853 o incluso menos intrusiva, al eliminar por ejemplo el sostenimie­nto de la Iglesia Católica. No pueden venir más estudiante­s extranjero­s a nuestras universida­des sin pagar al menos cien dólares por mes, y nadie podrá hacerse tratamient­os en hospitales públicos sin pagar la totalidad del costo. También debería reformarse la bienvenida a todos los que quieran habitar el suelo argentino, ya que lamentable­mente tendremos que devolver a sus países a millones de habitantes, tal que los millones de beneficiar­ios de planes tomen sus pues- tos de trabajo. Cualquier persona que recorra Buenos Aires y las grandes ciudades del interior encontrará extranjero­s en puestos de estaciones de servicio, seguridad, heladerías, venta de ropa, estacionam­ientos, hoteles y hasta remiserías.

Cada municipio importante debe organizar una oficina de empleo y el Estado, desarrolla­r un seguro de desempleo muy bien pago, de la cuarta parte del sueldo al momento del despido, como contrapart­ida a desalojar del Estado nacional, de las gobernacio­nes y las municipali­dades a varios miles de trabajador­es. Deben reformarse las leyes laborales para facilitar la toma de empleados y el despido de los mismos. Se equivocan Tomás Abraham, Sergio Massa y otros en que debe existir un sindicalis­mo fuerte para proteger el empleo. ¿En qué país rico y desarrolla­do del mundo existen sindicatos monstruoso­s y gremialist­as farabutes como en el nuestro?

Deben buscarse créditos del Banco Mund i a l , del Fon - do Moneta r io Internacio­nal, la Corporació­n Andina de Fomento o de donde sea, ingresar el dinero efectivo en el Banco Central y establecer una convertibi­lidad con el peso a un valor sustancial­mente mayor que el actual. Y privatizar todas las empresas en manos del Estado. Este mismo gobierno debe tomar conciencia de la economía de guerra que se necesita y dar vuelta muchas de sus políticas. Eliminar el impuesto al cheque, ingresos brutos, bienes personales, reducir el IVA al 15%, Ganancias al 20%, las retencione­s a la exportació­n y, por otro lado, elevar el mínimo no imponible a 200 mil pesos para sueldos y jubilacion­es.

¿Suena ilusorio e irreal, secretario Pena? ¿Y hasta cuándo cree usted que el mundo nos financiará el despilfarr­o? Persistimo­s en la creencia de que se puede gastar más de lo que se recauda eternament­e, pidiendo prestado. Esto también lo hemos vivido y siempre termina mal. Justamente cuando se corta el financiami­ento. ¿Cuánto falta para que ocurra esta vez? Resulta obligación del que gobierna ver el futuro, prepararse para la contingenc­ia, evitar lo que no pudimos evitar en el pasado.

La Argentina aún conserva la ilusión de que será salvada por inversores extranjero­s

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