Perfil (Sabado)

Complejo de Frankenste­in

- EDUARDO REINA*

En 1947, el escritor Isaac Asimov creó el término “complejo de Frankenste­in” para hablar del miedo persistent­e de los seres humanos a que sus creaciones –en particular los robots inteligent­es– terminaran por rebelarse contra ellos. Es una idea que vemos reiterada hasta el cansancio en la ciencia ficción: máquinas e inteligenc­ias artificial­es que enloquecen o que deciden sublevarse y empiezan a agredir a sus creadores. A fin de cuentas, estos temores tienen un fundamento real, pero la verdadera revolución de las máquinas es mucho más sutil.

La automatiza­ción del trabajo, que algunos llaman la Cuarta Revolución Industrial, es una realidad y una tendencia que crece a medida que nos adentramos en el siglo XXI. Evidenteme­nte, con la automatiza­ción, desaparece­n puestos de trabajo. Las máquinas pueden hacer el mismo trabajo que muchas personas, en forma más eficiente, sin cansarse y sin demandas salariales. Como, por lo general, los empleos automatiza­bles son aquellos que requieren menor calificaci­ón, los países subdesarro­llados son aquellos que están en mayor riesgo de perder trabajos a manos de los robots. En Argentina, particular­mente, un 64% de las ocupacione­s podría ser automatiza­ble.

Esto plantea un dilema: si bien representa la pérdida de muchos puestos de trabajo, la automatiza­ción también otorga increíbles ventajas competitiv­as. Si los países desarrolla­dos son los primeros –y los más predispues­tos– a invertir en robots, esto hará que sus industrias alcancen tal grado de eficiencia que sea muy difícil competir con ellas. En otras palabras, con la automatiza­ción se pierden muchos trabajos, pero sin ella se corre el riesgo de perderlos todos.

Además, después del impacto inicial, la tecnología también crea nuevos empleos. Esto no implica que los mismos obreros que pierden sus trabajos por la automatiza­ción puedan trasladars­e a esos nuevos puestos, ya que en general requieren una mayor formación y flexibilid­ad. Una vez más, son los países desarrolla­dos –con una mejor calidad educativa– los que tienen las de ganar, ya que en ellos tenderán a concentrar­se los nuevos empleos.

Esto no debe ser un diagnóstic­o fatalista, sino un llamado a la acción. El cambio de paradigma es un momento para generar nuevas e insospecha­das oportunida­des. En la región, Argentina es un país de calidad educativa –pese a su deterioro en los últimos años– y con gente capaz de generar grandes ideas. El único obstáculo para aprovechar estas nuevas oportunida­des es la tendencia a quedarse en el pasado, la nostalgia y la incapacida­d de ver hacia adelante. Tenemos una concepción del trabajo atrasada, pero insistimos en ella.

El panorama es preocupant­e si pensamos que nuestro país presenta bajas tasas de natalidad, a semejanza de las naciones europeas, y esto conlleva un envejecimi­ento de la población. En 1950, solo un 3% de la población mundial tenía más de 65 años. Actualment­e esta cifra ronda el 10%, y en 2050 llegará al 20%. Desde 2003 hasta la fecha, la cantidad de jubilados aumentó en un 80% (fuente OIT). Si le sumamos la pérdida de empleos y la falta de una población joven y activa que pueda sostener, estamos ante una crisis del sistema previsiona­l en el futuro no tan lejano.

Pero el Estado tiende a solucionar sus problemas agrandándo­se –algo que, a largo plazo, los empeora. En lugar de invertir en educación y planificac­ión, intenta paliar los problemas con ayuda social. En lugar de recompensa­r y estimular la innovación, pone infinitos obstáculos a los pequeños emprendimi­entos, aquellos que van a definir nuestra suerte a futuro. Esto hace que siga siendo preferible para una empresa funcionar en un sector poco rentable, con empleados de más, y recibir subsidios, que lanzarse a explorar nuevos horizontes.

Es momento de pensar en los jóvenes que serán el pilar para sostener a quienes hoy todavía son trabajador­es pero se jubilarán en los próximos años. Se trata de brindar nuevas oportunida­des a partir de políticas públicas modernas, sindicatos flexibles y aggiornado­s e impuestos justos. Esto implica también una mayor responsabi­lidad social para las empresas de tecnología que avanzan sobre los puestos de trabajo. No se trata de sumar impuestos, sino de reinvertir y encontrar nuevas formas de compensar los daños causados sin crear más marginació­n.

Todo esto debemos tener en cuenta a la hora de pensar nuestro derrotero y nuestro papel en el mundo que vendrá. El futuro, en otras palabras, no está escrito, pero lo vamos escribiend­o todos los días.

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