Perfil (Sabado)

El modelo beta de Macri

- JORGE FONTEVECCH­IA

El domingo pasado, los diarios Clarín, La Nación y PERFIL coincidier­on en diferentes notas con un mismo enfoque. Clarín, en un reportaje a Carlos Melconian que se titulaba “En materia económica, hay un Plan Perdurar para la reelección de Macri”. La Nación, en otro reportaje, en su caso a Tomás Abraham, que se titulaba: “Macri no es neoliberal ni desarrolli­sta, es lo que puede”. Y PERFIL, en la contratapa del domingo, que se titulaba “El partido de la ola” sosteniend­o que Macri surfea el humor de la errática opinión pública, tratando de influirla pero nunca de contradeci­rla, al estilo de Groucho Marx, quien decía: “Estos son mis principios; si no le gustan… tengo otros”. Las tres perspectiv­as sobre el gobierno de Macri colocan al gradualism­o no como una técnica para reducir el costo de adaptación de los perdedores del nuevo mo- El “Plan Perdurar”, “ser lo que se pueda” o “el partido de la ola” son formas similares de definir a Cambiemos delo económico sino como algo mucho más sustancial y profundo: el núcleo de su propia ideología. El gradualism­o sería lo que en el mundo digital del siglo XXI se llama “modelo beta permanente”, como contracara del modelo industrial del siglo XX, donde los modelos beta eran los prototipos que se hacían para testear, hacer pruebas, y que fueran mejorando hasta que uno de ellos estuviera terminado y fuera el que finalmente se aplicara.

El modelo tradiciona­l requería varios años de experiment­os y correccio- nes con modelos beta que se iban combinando para llegar a que un prototipo alcanzara categoría de producto. Pero en el mundo de internet, esperar tres años para tener un modelo perfeccion­ado no tiene ya el mismo sentido, porque podría terminar siendo obsoleto ante cambios del entorno tecnológic­o tan veloces que dejarían como parte de la historia lo que fue pensado bajo un paradigma tres años anterior.

La cultura de internet, en la cual casi todos son modelos beta que se mejoran en la práctica, se convirtió en cultura de época, contagiand­o a la mayoría de las actividade­s económicas, donde lo rápido le gana a lo grande. Los profesores de las universida­des de Washing ton y Chicago Philip Howard y Steve Jones, en su libro Societ y Online, dedicaron el capítulo titulado “Permanente­mente beta: organizaci­ón receptiva en la era de internet” (ver: e.perfil. com/beta-permanente) a explicar cómo internet influyó en la forma de pensar todas las organizaci­ones, no solo las online sino también las de fuera del mundo virtual.

Ese “estado de flujo organizati­vo” que consiste en ciclos de pruebas, retroalime­ntación e innovación, facilita negociacio­nes permanente­s y su continua adaptación. Un ejemplo en el mundo digital es el software de código abierto; y quizás un ejemplo del mundo político actual sea Cambiemos. El “Plan Perdurar”, o “no ser desarrolli­sta, ni liberal sino lo que se pueda”, o ser “el partido de la ola”, significad­o desde el Gobierno con el término “gradualism­o”, convier te a la sociedad en “testeadore­s de betas”, donde se va probando y el mérito no consiste en no equivocars­e sino en reconocerl­o y corregir (como hizo con el dólar).

En la misma sintonía, la profesora de la Escuela de Negocios de la Universida­d de Columbia Rita Gunther McGrath escribió el libro El fin de la ventaja competitiv­a (para el peronismo lo eran los sindicatos), cuya tesis es que las organizaci­ones ya no pueden apostar a encontrar y encolumnar­se detrás de una ventaja competitiv­a perdurable y “deben pasar de una oportunida­d a otra, en constante desarrollo, siempre buscando ingresar y salir de los mercados”. El concepto de ventaja competitiv­a en las organizaci­ones económicas es equivalent­e a la ideología en las organizaci­ones políticas. El papa de esa religión es el célebre profesor Michael Porter, autor hace décadas de la biblia de la competitiv­idad, el libro Ventaja competitiv­a: creación y sostenimie­nto de un desempeño superior.

Probableme­nte Macri no haya leído Vivir en beta: cómo probar, fallar y aprender en la vida y el trabajo, del fundador de LinkedIn (y como si fuera poco, también de PayPal), Reid Hoffman, pero lo aplica y segurament­e lo leyeron algunos de sus destacados funcionari­os y asesores. Hoffman es el papa del emprendedo­rismo y uno de sus libros es El start-up de vos mismo.

No solo Macri dejó de lado los modelos satisfacto­riamente terminados de la política, como son las bases de los partidos que son perennes o las constituci­ones en los países que las respetaban sostenidam­ente, aventuránd­ose a recorrer su mandato en modelo beta. También las dos mayores potencias del mundo abandonaro­n su ortodoxia política: en Estados Unidos, Trump ganó las elecciones sin manual y despide un ministro cada mes, y China dejó de respetar su riguroso modelo de no reelección para convertir a Xi Jinping en jefe de Estado perpetuo. Dos peligrosos experiment­os para el mundo.

¿Es cierto que la única forma que tuvo Cambiemos de ganar las elecciones de 2017 fue aplicar gradualism­o? ¿No podría haber ganado ig ual aplicando El gradualism­o no es un calmante para los perdedores del modelo sino el núcleo ideológico de Macri en diciembre de 2015 un plan con costos más altos en 2016, y beneficios también más altos en 2017, como hicieron en su primera elección legislativ­a Menem y Alfonsín? ¿Son los planes, como las plataforma­s partidaria­s, objetos duros de la era industrial del siglo XX predigital, productos de una cultura pasada? ¿La velocidad de los cambios que impone la vida líquida del posmoderni­smo obligará a todas las actividade­s, y especialme­nte a la política, a adoptar el modelo beta permanente de internet? Cambiemos debe creer que sí.

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FOTOS. CEDOC PERFIL MACRI, DURAN BARBA Y PEÑA, LOS PADRES DEL MODELO al que eligieron llamar “gradualism­o”.
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