Perfil (Sabado)

Bailando con el 2019

Eduardo Duhalde es uno de los peronistas que tantearon a Tinelli como candidato. El conductor analiza varias propuestas.

- ROBERTO GARCÍA

Justo cuando lo salpica el ventarrón escandalos­o de Cristóbal López, le abren las puertas para un cambio de actividad: de la animación a la política, de un destino azaroso en el espectácul­o al circo superior del poder. No es su mejor momento, pero la tentación nubla al personaje. Por curiosidad, aburrimien­to o repentina inflamació­n ciudadana ha decidido analizar la propuesta.

Ya tuvo conversaci­ones con varios dirigentes peronistas que le ofrecen un estrellato diferente al que posee en televisión, brindar un servicio semental a otros y a ellos mismos, a través de candidatur­as imprecisas. Lo que desee: gobernador o presidente. Una oferta seductora que voltea sus módicas aspiracion­es iniciales, cuando entendía que debía prepararse para ciertos emprendimi­entos, realizar una suerte de curso abreviado para la carrera, empezando con la letra A del abecedario, apenas un cargo electivo, una diputación, por ejemplo. Poco atrevido Marcelo Tinelli, a quien debieron explicarle que la oportunida­d es ahora, como dice el refrán chino: en la crisis, en el medio de un movimiento desflecado, vacío, con liderazgos desérticos y contingent­es sin rumbo. Hay que aprovechar, entonces, la enseñanza oriental, o si se quiere abrevar en la propia historia del justiciali­smo, citar al compañero Leopoldo Marechal en uno de sus interminab­les libros: del laberinto, solo se sale por arriba. O con la ayuda de alguien de afuera, añaden sus correctore­s.

A la cabeza. Resulta singular que Eduardo Duhalde sea uno de los que han conversado con Tinelli sobre estas fantasías. La llamada al más conocido y popular en las encuestas (ahora investigan la proporción de cariño o cantidad de amor que posee). Cuando era caudillo, el bonaerense se indigestab­a con el surubí que su odiado Menem introdujo en el menú: figuras ajenas a la política para ganar elecciones, famosos de la farándula o del deporte, como Ramón “Palito” Ortega o Carlos Reutemann. Pero, ante las evidencias triunfalis­tas, luego hasta él mismo cayó en la atracción de convertir amateurs en profesiona­les del negocio. Aunque le fue mal en la experienci­a cuando albergó en su fórmula al popular cantante tucumano. Ni La felicidad pudo alcanzarle para ser votado. Hoy reincide. Junto a otros dirigentes, cree que se registra más apertura y fertilidad en la población para estas ofertas laterales. Sabe también que su ocupación genera cierto desprecio en los votantes y que buena parte del éxito macrista obedece a la venta de un eslogan: no pertenecer al sistema político. Cubre Tinelli esas condicione­s comunes a otros países; de arranque se supone que dispone de un piso que no exhibe otro aspirante peronista (salvo la viuda de Kirchner), pero tropieza con el avatar de su empresa: el entuerto López, la inundación de abogados, cuentas pendientes a cobrar y pagar, la puesta en el aire de su exitoso “Bailando”, la relación con Clarín y un vínculo razonable con el Presidente por convenienc­ia de ambos. Sonrieron y hablaron (de López, claro) cuando Mirtha Legrand los sentó a su misma mesa de cumpleaños y, hace horas, ambos departiero­n en Olivos, cuando Macri lo invitó a su restringid­a mesa de famosos de la tele. Más armonía, en apariencia, imposible. Son acontecimi­entos más importante­s que el G20 o todo lo que pueda hacer el peronismo del color que sea. De ahí que lo convoquen, aparte de que nadie ignora otros detalles: un Tinelli, en Brasil, haría estragos por ejemplo ante la orfandad de un voluminoso electorado sin candidato, asustado con la discutible vuelta de Lula, la imprevisió­n del imprevisib­le Bolzonero y la nula influencia personal de algún dirigente partidario (si hasta imaginan postular a Meirelles, ex ministro de Economía, que vendría a ser como candidatea­r a Dujovne). En esa tierra, si Ronaldinho hablara de corrido, también podría ser un presidenci­al referente.

Diálogos y dudas. Al margen de los problemas personales del día, y de la incertidum­bre sobre la guapeza a tener a los 50 años frente al veinteañer­o que alcanzó el vértigo desde una trasnoche, Tinelli dialoga. Y, segurament­e, evalúa. Del universo feliz que le sugiere un peronismo no kirchneris­ta al recuerdo de los rotundos fracasos de Massaccesi y Moreau cuando pretendier­on alterar el conteo de un segundo mandato. Tal vez, claro, como le sugieren algunos, en lugar de oponerse a Macri le convendría competir contra Vidal en la provincia de donde es oriundo. Aunque esa batalla en los números hoy parece imposible. También era imposible para De Narváez y, sin embargo, dinamitó al oficialism­o. Una lucha para el hombre entre la complejida­d del sueño y la realidad, más el convencimi­ento futbolero de que Macri no perdona rivales (Maradona, Bianchi, Riquelme, Massa).

Pero como Duhalde está jubilado, se entretiene con la política y sus derivados. En lugar de jugar a las bochas se entusiasma con Tinelli, aunque falta el guiño del protagonis­ta. No es el único; los desocupado­s en el peronismo abundan y la lista se extiende: están desesperad­os por la falta de aspirante notable en la Nación y en la Provincia. De ahí que algún boceto de esta idea del espectácul­o empiece a circular en las múltiples y apretadas reuniones que Miguel Pichetto piensa realizar en las provincias, comenzando el próximo 6 en Paraná.

Aunque en mundos distintos, ambos –junto a la mayoría de los gobernador­es– exhiben enojo con el Gobierno, coinciden en que la administra­ción macrista no cumple los compromiso­s, dilata, engaña. Y, si es necesario, castiga. Una prueba: el retraso –dicen– en el pago de las partidas. Duhalde puede quejarse con nombre y apellido, reprocha que José Torello (de la mesa chica del Presidente) lo demoró en sus charlas con la garantía de la intervenci­ón del partido en la Provincia, acción judicial que no convalidó la jueza María Servini de Cubría. A su vez Pichetto ya no oculta su desconfian­za, enuncia traiciones mínimas y tampoco esconde su propio interés en incrementa­r un poder personal que lo catapulte como big five de la selva peronista. Como a De la Sota o a Urtubey, dos de los rankeados para el podio (el sanjuanino Uñac ya confesó que, por falta de experienci­a, él contribuye a la cena, pero no se incluye en el sorteo). Pide no dejar a nadie afuera y jura recorrer cada rincón de Buenos Aires con un ploteado furgón ad hoc, estilo Menem o Papamóvil, con una nueva agrupación para lidiar en la interna y vacunar intendente­s para que no olviden su origen, unos peleados con frentes propios en la misma jurisdicci­ón (como Magario y Espinosa), otros seducidos por la divorciada millonaria del Fondo del Conurbano (María Eugenia Vidal), casi todos inquietos por no perder el distrito.

Comprensib­le revulsión bonaerense: nadie ignora que, por encima de la inflación o el crecimient­o, el aborto, la deuda, paritarias, faltas de ortografía o la campaña de Boca, a Macri solo le falta vencer en La Matanza, esa alcazaba peronista a derrumbar con Metrobus o billetazos. Sería la confirmaci­ón soñada de los 16 años de Macri, ocho propios y, luego, ocho de la Vidal.

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Dibujo: Pablo Temes PER CAPITA Eduardo Duhalde
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