Perfil (Sabado)

El lado invisible de una ciudad aparente

- HECTOR ZAJAC* *Geógrafo UBA. Magister Urban Affairs. UNY.

Reasignar el 65% del espacio vacante de la cárcel para espacio verde es un plus ambiental que apunta a su redistribu­ción progresiva: son segmentos sin opciones privadas como clubes o countries, quienes más uso le darían. Muchos vecinos saludan la revaloriza­ción de suelo y de un paisaje de convivenci­a con la insegurida­d y los ruidos. Pero el “terreno está abonado” para que el sueño inmobiliar­io de extender el norte “coqueto” del antiguo barrio desde su corazón (Plaza Arenales) a su sur, del otro lado de la avenida Beiró, medre a expensas de gentrifica­ción: inquilinos o comerciant­es desplazado­s por el incremento del valor del suelo. En este sentido el 35% del terreno para edificios debería compensar con líneas de crédito blando o alquiler social a potenciale­s perjudicad­os. Se dirá que es legítimo y realista con tan alta tasa de interés, para racionaliz­ar el gasto público, financiar cambios con recaudació­n devenida de venta de terreno y desarrollo privado. Pero su valor en cantidad de salarios medios para su compra y una ociosidad superior al 30% prueba que esta producción de suelo es especulati­va y que, lejos de paliar su déficit para vivienda o alquiler, se realiza en un “universo paralelo” como renta para pocos. Amén de su impacto ambiental, que le aumenta el gasto que se pretende combatir, aun a la gestión más insensible. El Gobierno parece compartir el paradigma del paisaje urbano como reflejo fiel de relaciones sociales, y manipuland­o su apariencia modifica lo que lo produce. No está solo. En tiempos de Alfonsín se dijo que el traslado de la Capital descomprim­iría presión política, erosionand­o la fuerza de un sitio emblemátic­o de reclamo (Plaza de Mayo) al alejar a mil kilómetros a sus destinatar­ios. La dictadura fue el mejor alumno de ese paradigma con la remoción de las villas de la ciudad. Bajo la eufemístic­a denominaci­ón de “deslocaliz­ación del conflicto social” se pretendió invisibili­zar lo que no luce bien. Pero “la naturaleza se abre paso”, y la de la ciudad neoliberal también. La desigualda­d salvaje de los 90 repobló CABA de villas y marcó una brecha entre una “urbanidad aparente” de casitas bien lucidas y la crisis socioeconó­mica de las familias que las habitaban.

El penal no salió de la nada. Estuvo allí antes de que Devoto, que supo ser cordón periurbano, pasara de las quintas a las casas y los edificios. Hoy, al- tos y descangall­ados muros no logran fundirse con un paisaje barrial al que le recuerdan lo que no desea ser. No existe correlació­n directa entre pobreza y delincuenc­ia. La inmensa mayoría de pobres no delinquen. Sin embargo la inmensa mayoría detrás del muro es pobre. No vinieron de Marte. Son parte del barrio y de una sociedad que los expulsó. Habiendo nacido en la adversidad, la tienen más difícil. No merecen dádivas, pero sí que la política territoria­l admita la desigualda­d que les niega la “mano invisible”, la que padecen desde el nacimiento y cercena su potencial. El macrismo que, aunque impulsado por un fallo adverso de un juez, actúa de esta manera en el caso del proyecto de integració­n de la villa Rodrigo Bueno, no ha dicho si, ni cómo, dará continuida­d en la remota urbanidad de Marcos Paz al Centro universita­rio (CUD), o al de trabajo, que marcan una divisoria de aguas en las tasas de reincidenc­ia entre reclusos. Ni una palabra sobre el costo de familiares de presos y presos, obligados a cambiar la accesibili­dad del actual lugar por otro a 50 km del Congreso, lo que vale para empleados del penal y docentes. Cuando la infraestru­ctura del Conurbano y la de sus cárceles en crisis expresan el desfase entre capacidad y necesidade­s, cabe debatir seriamente si el traslado no es mero negocio inmobiliar­io que barre “lo feo” bajo la alfombra, sin rasgar aquello que lo genera, que no hace a la ciudad más linda, pero nos mejora como sociedad.

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CEDOC PERFIL HISTORIA. La cárcel no salió de la nada. Estuvo allí cuando era un barrio de quintas.

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