Perfil (Sabado)

El triste reflejo argentino del caso Odebrecht

- MARCELO BERMOLEN* *Abogado y profesor de la Escuela de Gobierno, Política y Relaciones Internacio­nales de la Universida­d Austral.

El caso Odebrecht sigue extendiend­o sus efectos fuera de Brasil. Como un sismo cuya intensidad se percibe, pero cuyo efecto destructiv­o resulta difícil de evaluar, el caso se ha convertido en un emblema de cómo la calidad institucio­nal de las democracia­s latinoamer­icanas cruje frente a la corrupción propia y la trasnacion­al.

La caída del presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski, es un fiel reflejo de esa onda expansiva imprevisib­le, que ha demostrado cómo supuestas licitacion­es públicas transparen­tes en la formalidad escondían arreglos previos –mediante pagos y sobornos– para asegurar adjudicaci­ones pautadas de antemano. La consecuenc­ia evidente es que los órganos de control de numerosos países de Latinoamér­ica fallaron sistemátic­amente en detectar una práctica extendida y que sus herramient­as de fiscalizac­ión respecto del manejo de los dineros públicos dista mucho de ser eficaz y eficiente, para completa intranquil­idad de ciudadanos y contribuye­ntes.

La verdad sobre el pago de sobornos, que disparó nuevos escándalos de corrupción tratando de evitar sus consecuenc­ias no fue el producto de la virtuosida­d de la Justicia peruana, ni la de ninguno de los países latinos involucrad­os, sino el resultado de la contundent­e tarea de fiscales y jueces brasileños que merced a las delaciones premiadas y de profundas y consistent­es investigac­iones en el denominado Lava Jato, iluminaron sobre los oscuros desmanejos de la corrupción propia y ajena.

Si n emba rgo, debe destaca r se que frente a los efectos del temporal Odebrecht, el Congreso peruano creó una comisión especial para investigar los alcances de esa bifurcació­n dentro de la política de su país, alcanzando en forma directa a ex presidente­s, candidatos presidenci­ales recientes y hasta el mismísimo Kuczynski. Pactos espurios e intentos por sostenerse en el poder llevaron al ahora ex presidente a sortear una anterior destitució­n decretando un indulto en favor del ex presidente Fujimori (por entonces en prisión) que solo logró demorar su anunciada caída. Es probable que el caso Odebrecht muestre otros impactos tan espectacul­ares como la renuncia del presidente peruano, con la inminente detención del ex presidente Lula da Silva.

Pero el espejo peruano y brasileño solo debería hacernos reflexiona­r sobre lo que ha pasado en Argentina con el caso Odebrecht y su impacto institucio­nal. Y la triste respuesta es que nada ha pasado. Los sospechado­s contratos de soterramie­nto del tren Sarmiento –que involucra a empresario­s cercanos al poder actual y del pasado–, los dineros aportados por la empresa Odebrecht de manera solapada durante la campaña presidenci­al argentina de 2015 en la mayoría de los frentes políticos, coimas y sobornos a personajes públicos que han sido admitidos por arrepentid­os brasileños y que merecieron –cuándo no– sobreseimi­entos exprés de parte de nuestra cuestionad­a Justicia federal, organismos de control “pintados” e ineficaces, y un llamativo silencio del Congreso argentino que ni siquiera propuso la creación de una comisión investigad­ora ad hoc, podrían ser indicios de que la ramificaci­ón de Odebrecht en la obra pública, el financiami­ento de la política y las maniobras en perjuicio del Estado son parte de una matriz de corrupción opaca y silenciosa que atraviesa a casi todos los sectores de la política argentina, del empresaria­do y de la Justicia. Una matriz de corrupción que es un triste exponente de nuestra magra calidad institucio­nal y que pondrá a prueba nuestra capacidad republican­a para su erradicaci­ón.

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