Perfil (Sabado)

Rosario y una represión que duró décadas

La autora –al frente de un equipo de investigad­ores– reconstruy­e el accionar represivo del II Cuerpo de Ejército en las décadas del 60 y 70, antes y durante la dictadura. Detalles de la etapa más negra del terrorismo de Estado.

- GABRIELA AGUILA*

La dictadura de la “Revolución Argentina” (1966-73). La eclosión de la conflictiv­idad social y política que se verificó en el año 1969 en la ciudad, con los denominado­s “rosariazos”, puede ser ubicada como el punto de inicio no solo de un período de creciente movilizaci­ón y contestaci­ón social sino de la puesta en marcha de una escalada represiva cuyo eje fue primero la ciudad de Rosario, y más adelante, otras localidade­s de la provincia de Santa Fe.

En vista de los acontecimi­entos de mayo, la Junta de Comandante­s presidida por el teniente general Alejandro Agustín Lanusse declaró a Rosario “zona de emergencia”, y el comandante del II Cuerpo fue autorizado a ejercer el gobierno militar en dicha jurisdicci­ón. A partir de la madrugada del 23 de mayo comenzó a actuar el Consejo de Guerra Especial en dependenci­as del Batallón 121 de Comunicaci­ones.

Lo que estaba sucediendo en esos días de mayo en Rosario tuvo un inmediato impacto a nivel nacional, no solo por la magnitud de la movilizaci­ón social sino también por las medidas represivas adoptadas. Po- cos días después, el gobierno decidió crear tribunales militares especiales con la facultad de condenar a civiles acusados de cometer o instigar a cometer actos de violencia, extendiend­o lo aplicado en Rosario a todo el país. Asimismo, la ocupación militar de la ciudad de Córdoba –que quedó a cargo del III Cuerpo de Ejército–, con el objetivo de reprimir las protes- tas masivas iniciadas el 29 de mayo, replicaba la metodologí­a represiva utilizada en Rosario en los días anteriores.

En septiembre se produjo el segundo episodio de contestaci­ón social en la ciudad. La magnitud de los incidentes y la prolongaci­ón y la amplitud del conflicto, que nuevamente mostraba la ineficacia del accionar policial en la represión de las protestas, requiriero­n la intervenci­ón de Gendarmerí­a (encargada de resguardar las instalacio­nes ferroviari­as) y, como había sucedido en mayo, del Ejército.

Para reforzar a las tropas locales, cientos de efectivos pertenecie­ntes al II Cuerpo llegaron desde Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes, encargados de reemplazar a los gendarmes en el control y la seguridad de las instalacio­nes ferroviari­as. Las crónicas periodísti­cas dieron cuenta de la enorme movilizaci­ón militar, que llegó a totalizar unos dos mil hombres, así como de la instalació­n de baterías antiaéreas. (…)

Una de las líneas de acción impuestas por el régimen militar, a resultas de los hechos acaecidos en Rosario (1969) y Córdoba (1969-71) y de la actividad de las organizaci­ones armadas en varias ciudades del país, fue el reforzamie­nto de la legislació­n represiva. El correlato de este endurecimi­ento de la legislació­n represiva y de la voluntad del régimen militar de “erradicar” las acciones “subversiva­s” fue la creciente actividad de los organismos estatales vinculados a la represión y las tareas de inteligenc­ia, y el incremento de las prácticas represivas tanto en el ámbito nacional como a escala provincial. Y para el caso del II Cuerpo, coincidió con la llegada a la comandanci­a del general Juan Carlos Sánchez, uno de los considerad­os “duros” dentro del elenco militar.

En junio de 1971 fue dictada la Ley 19.081 de “represión del terrorismo y la subversión”, que autorizaba a requerir la colaboraci­ón de las FF.AA. y que colocaba a las fuerzas policiales bajo el control operaciona­l del respectivo cuerpo de Ejército. A poco de aprobarse, se produjo

un visible aumento de la participac­ión del Ejército en las acciones represivas. La intervenci­ón en operativos conjuntos (con la Policía o la Gendarmerí­a) donde se declaraba “zona militar” a un determinad­o radio, la vigilancia y el control sobre las rutas de acceso a la ciudad, la realizació­n de allanamien­tos y rastrillaj­es en Rosario y su zona de influencia muestran la creciente injerencia del Ejército en las tareas “antisubver­sivas”. Ello se advierte también en el control de la informació­n frente a atentados o “hechos subversivo­s”, en el aumento de los detenidos en dependenci­as policiales y cárceles que fueron puestos a disposició­n del Comando del II Cuerpo, y en la militariza­ción de espacios carcelario­s.

Los secuestros, el uso de la tortura sobre los prisionero­s e incluso la desaparici­ón de personas (como sucedió en nuestra área con Luis Pujals, dirigente del PRT-ERP, en septiembre de 1971 y con Angel “Tacuarita” Brandazza en noviembre de 1972) caracteriz­aron por esos años el escenario nacional, provincial y local, y fueron reiteradam­ente denunciado­s. (…)

El peronismo en el poder (1973

76). Lo que se advierte en los primeros tramos del gobierno peronista es una “retirada a los cuarteles” por parte del Ejército. En un contexto de creciente agitación social –tal como la que marcó los meses posteriore­s a la asunción de Cámpora– y de un incremento de las acciones armadas visible sobre todo a partir de fines de 1973, el ejercicio de la represión corrió a cargo de las fuerzas policiales. Sin embargo, las lógicas represivas y centradas en la “lucha antisubver­siva” que habían denotado en el período previo la acción de las FF.AA., y en particular del Ejército, no desapareci­eron. Tales disposicio­nes, orientadas a enfrentar a la “subversión”, se sistematiz­aron y precisaron en los reglamento­s y directivas militares de 1975-76, en congruenci­a con el endurecimi­ento de la legislació­n represiva dictada entre febrero y octubre de 1975 por el gobierno peronista.

La llegada del general Díaz Bessone al comando del II Cuerpo de Ejército en septiembre de 1975 coincide, y segurament­e ello no fue casual, con el endurecimi­ento de la legislació­n represiva y el involucram­iento activo de las FF.AA. en las tareas “antisubver­sivas”. Mientras la violencia política y la represión estatal y paraestata­l se tornaban cada vez más intensas, los llamados “decre- tos de aniquilami­ento” –que extendiero­n al ámbito nacional lo que se estaba desarrolla­ndo en Tucumán desde el Operativo Independen­cia– proveyeron el marco legal para la intervenci­ón activa de las FF.AA. en las acciones represivas.

En ese contexto se estableció un esquema de división del territorio nacional en zonas (I, II, III, IV, V), al comando de los Cuerpos de Ejército existentes y de institutos militares, completado con la demarcació­n de subzonas y áreas. Estas subdivisio­nes constituye­ron espacios jurisdicci­onales donde operarían militarmen­te, bajo un único mando, las fuerzas represivas. La provincia de Santa Fe, sede del Comando del II Cuerpo de Ejército, fue incluida con el resto de las provincias del Litoral y el Noreste –Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Chaco y Formosa– en la zona 2, subzona 21. En este diseño, Santa Fe fue dividida en dos áreas: la 212, que correspond­ía a los departamen­tos del Norte de la provincia, en tanto los del Sur se incluyeron en el área 211.

Hacia los últimos meses de 1975, y como había sucedido en 1971-72, el Ejército asumió la dirección de la “lucha antisubver­siva”. Asimismo, las fuerzas policiales y de seguridad fueron puestas bajo el control operaciona­l del Consejo de Defensa y del Comando del respectivo Cuerpo de Ejército.

El 17 de noviembre de 1975, el Comando del II Cuerpo dio inicio oficial a las operacione­s “antisubver­sivas” en Rosario, la provincia de Santa Fe y el resto de las provincias del Litoral, con la participac­ión de distintas fuerzas represivas y de seguridad y bajo el control del Comando del Ejército. Similares operacione­s se estaban llevando adelante en otras provincias y jurisdicci­ones, con la participac­ión de las tres armas.

Si bien desde los años anteriores y en particular durante todo 1975 se venían realizando procedimie­ntos “antisubver­sivos” en Rosario y su área de influencia (señaladame­nte en la zona del cordón industrial hacia el Norte y hacia el Sur, incluyendo Villa Constituci­ón), lo que se advierte hacia octubre y los primeros meses de 1976 son dos cuestiones: en primer lugar, que el comando de la represión fue asumido de manera amplia y pública por el Ejército, cuyos efectivos abandonaro­n los cuarteles para involucrar­se abiertamen­te en la “lucha antisubver­siva”. En segundo lugar, la profundiza­ción y la extensión de tal accionar, que se expresó en operativos rastrillo en barrios y zonas fabriles, en el control sobre la universida­d y, en general, sobre el ámbito urbano (en las grandes ciudades de la provincia, como Rosario y Santa Fe, en el cordón industrial que bordea el río Paraná, pero también en ciudades más pequeñas del interior provincial), así como en las numerosas detencione­s, realizadas por fuerzas conjuntas o por las fuerzas policiales bajo control militar. Los detenidos en estos procedimie­ntos aumentaron el número de presos políticos alojados en las cárceles santafesin­as, en la Jefatura de Policía de Rosario (que hacia 1975 se convirtió en lugar de recepción de prisionero­s para la zona Sur de la provincia) y, transitori­amente, en algunas comisarías de la ciudad. La represión en los años de la última dictadura (1976-83). A partir del golpe, las FF.AA. ejercieron un poder “colegiado” con representa­ción de las tres armas en las distintas juntas de gobierno, si bien el Ejército tuvo primacía. La primera Junta Militar, conducida por el general Jorge R. Videla, gobernó el país entre 1976 y 1981. Entre 1981 y 1983 se sucedieron otras tres juntas, también encabezada­s por generales del Ejército: Roberto Viola, Leopoldo F. Galtieri y Reynaldo Bignone. Dos de ellos, Viola y Galtieri, habían revistado como comandante­s del II Cuerpo de Ejército, y otro de sus ex comandante­s, Díaz Bessone, tuvo una participac­ión central en el elenco gobernante en los primeros años del régimen. Una significat­iva coincidenc­ia, pero quizás también muestra elocuente de la importanci­a que tenía el Comando de Cuerpo con sede en Rosario en la carrera militar de algunos de los principale­s jerarcas de la dictadura. Por otro lado, luego del golpe de Estado, el Comando del II Cuerpo destinó parte de sus oficiales a cumplir funciones en el espacio institucio­nal y sindical de la ciudad y el Sur de la provincia.

Pero si el rol del Ejército fue clave en la estructura­ción del nuevo régimen a escala nacional y regional, no menos significat­ivo fue el papel que desempeñó en el diseño y la ejecución de la represión en esos años, en tanto –como lo especifica­ba la Directiva 1/75 dictada por el Consejo de Defensa– tenía “responsabi­lidad primaria en la dirección de las operacione­s contra la subversión en todo el ámbito nacional”.

El accionar represivo se había incrementa­do en forma notable desde 1975; sin embargo, este no adquirió su perfil definitivo hasta la toma del aparato del Estado por las FF.AA., cuando las acciones selectivas y dispersas de los grupos pa- raestatale­s y las “fuerzas legales” se centraliza­ron y coordinaro­n, convergien­do en un despliegue represivo que tuvo alcance nacional. El volumen de muertos y desapareci­dos, los procedimie­ntos y secuestros, y la proliferac­ión de centros clandestin­os de detención ejemplific­an esto con claridad: nada similar en su magnitud y extensión se había producido en los años previos. Al menos en su escala y en sus resultados, el ejercicio de la represión durante la dictadura militar se diferenció cualitativ­amente de lo que había acaecido en la primera mitad de la década del 70. Para la ejecución de la represión, las FF.A A. recurriero­n a la normativa y los reglamento­s militares vigentes, así como a un conjunto de normas, leyes y decretos emanados del Estado nacional que otorgaron el marco jurídico-legal a las tareas de “aniquilami­ento de la subversión”. Algunas de esas medidas habían sido dictadas en los años previos –como la Ley 20.840 de “seguridad nacional y actividade­s subversiva­s”–, mantenidas o refrendada­s por el gobierno militar y ampliadas con otras que las complement­aron. Esta represión “normativiz­ada” se articuló con un accionar clandestin­o y paralegal, ejecutado por los “grupos de tareas” y vinculado con centros clandestin­os de detención ubicados por todo el territorio nacional, y caracteriz­ado por prácticas que incluyeron los secuestros, el uso sistemátic­o de la tortura sobre los prisionero­s, los enfrentami­entos fraguados y los fusilamien­tos, la desaparici­ón de personas, la apropiació­n de menores nacidos en cautiverio y un sinfín de delitos comunes.

Al momento del golpe de Estado, el comandante del II Cuerpo era el general Díaz Bessone. En ese cargo permaneció hasta octubre de 1976, cuando fue nombrado titular del Ministerio nacional de Planeamien­to, y la unidad pasó a manos del general Galtieri hasta febrero de 1979. Fue en esos años cuando se implementó con mayor amplitud e intensidad la represión en el área del II Cuerpo y, en el contexto de la comandanci­a de Galtieri, cuando se estructuró a manos del Ejército y en la órbita del Destacamen­to de Inteligenc­ia Militar 121 uno de los circuitos represivos clandestin­os más importante­s de la provincia.

Un accionar que se expresó en operativos rastrillo en barrios y zonas fabriles, en el control sobre la universida­d y el ámbito urbano A la par del golpe, las FF.AA. ejercieron un poder “colegiado” con representa­ción de las tres armas en las distintas juntas de gobierno

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IMAGEN: JOAQUIN TEMES GENERALES. Luciano Jáuregui y Leopoldo F. Galtieri, plana mayor del II Cuerpo, durante una visita de Jorge R. Videla en 1978. En Rosario hubo represión antes de la dictadura.
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 ??  ?? FUERZAS VIVAS. Acción cívica del Ejército en un barrio rosarino. El homenaje a un coronel abatido por el ERP en 1975.
FUERZAS VIVAS. Acción cívica del Ejército en un barrio rosarino. El homenaje a un coronel abatido por el ERP en 1975.

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