Cuando la actriz salva a la guionista
Dirección: Valeria Bertuccelli y Fabiana Tiscornia Guión: Valeria Bertuccelli Intérpretes: Valeria Bertuccelli, Sary López, Diego Velázquez, Darío Grandinetti, Gabriel Goity y Marta Lubos Origen: Argentina, Dinamarca (2018) Duración: 107’
Valeria Bertuccelli ( Un novio para mi mujer, Me casé con un boludo) presentó su ópera prima en el Festival de Sundance y ganó el premio a la mejor actriz, un galardón bien merecido, porque en su debut detrás y delante de la cámara la intérprete despliega un pronunciado histrionismo y se juega entera en el papel de Robertina.
Robertina es una actriz recién separada que vive perseguida por sus propios miedos, que prácticamente le impiden resolver cualquier tema en su vida. Es el típico personaje que se propone hacer una serie de cosas y, cuando llega el momento de concretarlas, una especie de “sí, pero no” se apodera de ella, y aunque quiere no puede hacer nada para concluir lo empezado. Así su vida va a la deriva, un poco a ciegas, o a oscuras, como esa oscuridad que invade su gran casona al comienzo del film y la hace llamar a una cuadrilla de seguridad privada por temor a que ocurra algo que no sabe bien qué es.
La actriz es la autora también del guión de este film pensado, se diría, a partir de una serie de escenas sueltas, que luego se fueron concatenando para dar continuidad a la historia, pero que en su mayoría quedan sin resolverse o con cabos sueltos, mientras que otras por su brevedad resultan convincentes. Eso sucede cuando su ex marido (Darío Grandinetti) llega a la casa a buscar sus cosas y termina yéndose casi sin pronunciar una palabra, solo las miradas y un abrazo bastan para que el espectador se dé cuenta de lo que acontece.
La película tiene sus logros, aunque su final resulte algo confusa. De todos modos, su intención de comedia dramática le permitió a la directora debutante –aunque esta labor es compartida con Fabiana Tiscornia– parodiar los tics más temibles a los que a veces se enfrenta un actor cuando prepara un estreno teatral. Y es precisamente este segmento de la historia, cuando la protagonista se siente más incomprendida, el que exhibe uno de sus mayores logros de humor absurdo.
Lo cierto es que Bertuccelli se exigió al máximo y prácticamente no hay escena en que no se sumerja en emociones a pleno. Una faceta que no había exhibido en ninguna de sus producciones anteriores.