Perfil (Sabado)

‘Unico refugio, la escritura’

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Un par de viernes atrás, antes de la función de Dulce pájaro de juventud, un señor se me acercó para advertirme que esa tarde había releído el texto de la obra de Willia ms, pa ra seg uir con más atención la versión y su puesta en escena. Me sorprendió gratamente que llegara con texto sabido y, rápido, le pedí que al finalizar no se fuera sin darme su impresión. Cuando terminó la función, se acercó conmovido asegurando que lo que vio era lo que había leído y que la palabra y el espíritu del autor estaban en el escenario. Por mi parte, tenía claro cuál había sido mi abordaje de la obra, pero es alentador observar que los demás lo corroboran, dado que no siempre aquellos que hablan de una obra tienen idea del trabajo que significa hacer la versión de un texto de Williams escrito hace 59 años, cuyos temas vuelven a instalarse en nuestra realidad.

Williams siempre estuvo huyendo, volando de un lado a otro como si temiera que esos lugares visitados se transforma­ran en una prisión. Saltaba el Atlántico con angustiada frecuencia, se perdía por meses en Asia, se refugiaba en México, descubría su lugar en Key West, escribía en el barrio francés de Nueva Orleans o buscaba en el sur de Italia un lugar cercano al mar para nadar. Quizás ese fue el último mar, el que trajo de Taormina pocos días antes de ese viernes fatídico del 25 de febrero del 83 en que quedó atrapado en la suite 2302 del Elysee Hotel de Nueva York.

Fue un fugitivo como lo había sido su padre, Cornelius, o como Tom Winfield, su álter ego, que quería que su hermana Laura (Rose) apagara sus velas en El zoo de cristal. Fue un prisma brillante del que brotaron, como un torrente de palabras, todos sus personajes con sus juegos dramáticos, excentrici­dades y patologías. Seres sufrientes, incapaces de adaptarse a la realidad de un siglo que avanzaba hacia grandes cataclismo­s. Como esos seres, se sentía amenazado, paranoico, creyendo que todos lo deseaban. Como típico hipocondri­aco, estaba siempre por morirse y no había que contradeci­rlo para que no se sintiera mal.

“Toda obra seria es autobiográ­fica; todo lo que produce un escritor es su vida interior transporta­da a otro tiempo. Yo soy más personal que los otros, y eso puede volverse contra mí”. Eso fue lo que llevó a Elia Kazan –el direc- tor de cine que, entre otras obras, hizo Un tranvía llama

do deseo en 1951– a decir que la vida de Williams se encontraba más en sus obras que en sus memorias. Así fue Ten. Exponer sus heridas lo fortaleció teatralmen­te, pero le hizo perder estabilida­d emocional en la vida, y fueron ocupando sus territorio­s más oscuros los médicos, analistas, anfetamina­s, antidepre- sivos, gotas y más gotas, con sus carencias siempre mucho más expuestas. Tenía miedo de no ser amado y coleccionó siempre amigos ocasionale­s, que, aunque fueran producto de citas callejeras, le hacían mucho bien.

Pintó la pasión, el deseo y el fracaso, con intensidad, pero terminó atrapado por la muerte, que llegó con un tapón del frasco de barbitúric­os. Nada espectacul­ar para esa muerte tan presentida, temida, desafiada. Parecida a la que anuncia su querida Blanche: “Yo moriré por una uva de un racimo mal lavado”.

Alguna vez leí que Williams no soportaba quedarse solo en su cuarto de hotel, que lo alteraba la noche, y recitaba un poema de su libro Androgyne mon amour (1977), en donde hay un lamento de los hombres que perdieron su juventud, sus amores, y van a acostarse solos en las sábanas heladas de su soledad.

Ni siquiera su muerte fue como él había deseado y dejado establecid­o en su testamento. Nadie tiró desde un barco sus cenizas en el Golfo de México. En el mismo lugar que muriera su amado Hart Crane. Poco lo tuvo en cuenta su hermano Dainkin y lo enterró junto a su madre, Edwina, en el cementerio de Calvary, San Louis, Missouri. Una ciudad que él detestaba.

Pero, pese a todo, Tennessee Williams sigue presente: presente hoy en los escenarios de Buenos Aires y el mundo, y presente en una excelente exposición con más de 120 documentos, que organiza Morgan Library de Nueva York hasta el 13 de mayo bajo el título No Refuge

But Writing ( Unico refugio, la escritura).

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FOTOS: LUCAS SURYANO/CEDOC PERFIL
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LITERARIO. Con Dulce pájaro de juventud, el autor revisita la obra de Tennessee Williams (arriba e izquierda). Ya había abordado clásicos como el húngaro Sándor Marai en La herencia de Eszter.
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OSCAR BARNEY FINN*

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