Un día de furia de un hombre común contra el sistema de salud
Este es el segundo film de Armando Bo (nieto del fallecido Armando Bo). El primero fue El
último Elvis (2012). Bo, junto con su primo Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris y Alejandro González Iñárritu, ganó un Oscar por el guión de
Birdman. Con estos datos previos, el cineasta se animó ahora y con Animal a un relato que retrata con crudeza y gruesa ironía a una parte de los argentinos de la clase media y baja. Y ubica a ambos en una discu- tible misma línea de impunidad, sometimiento y abuso de poder dadas las circunstancias, sin que les importe en lo más mínimo la vida del que tienen enfrente.
En un rincón de ese ring que representa dos aspectos de la Argentina se ubican los contrincantes que luchan por su supervivencia. Ellos son: Antonio Decoud, gerente de un frigorífico, casado, con dos hijos grandes y un niño en la casa. En el otro ángulo están Elías Montero y su novia. El no trabaja ni le interesa hacerlo, debe el alquiler y vive en un inquilinato en ruinas, por eso decide vender un riñón, a cambio de conseguir una casa. Como Decoud lo necesita urgente, para que le hagan un trasplante y está entre los últimos números en la lista de espera de donación de órganos, decide lo peor.
El negocio de la venta en negro de un órgano vital se convierte en una odisea de vida y muerte en la que ambos exponentes intentan obtener la mejor ventaja para sus fines.
Presentado el contexto, queda el desarrollo de una historia a la que Bo le imprime una alta cuota de exasperación a sus escenas a partir del instante en que se descubre que la vida del gerente tiene los días contados.
El guión de Giacobone y Bo apunta a una vorágine de circunstancias que evolucionan dramáticamente en forma de espiral hasta un final algo precipitado, que deja exhausto al espectador frente a los hechos que se exponen, pero que no le son ajenos, porque son los mismos que ocupan la primera plana de los medios a diario.
La película está contada a partir de situaciones que provoquen un golpe certero en el que observa. Su costo es que no siempre los actores consiguen la verosimilitud necesaria para ilustrar los hechos. No es el caso de Francella y Federico Selles, que exhiben un nivel interpretativo que sostiene y define un relato que, mal que nos pese, nos refleja como argentinos.