Perfil (Sabado)

Vivir como esclavos

- DANIEL LINK

Cada mañana, cuando abro los postigos del dormitorio, me saluda el cartel que las monjas de clausura colgaron de la iglesia de enfrente: “Toda vida vale”. Me pregunto qué pensarían esas monjitas de la escena que he visto desde la misma ventana, en el edificio lindero, cuando un joven derramó su abundante simiente sobre la cara de una joven. ¿Habrían exclamado “¡asesinato!”? Aun en los más rigurosos códigos veterotest­amentarios, eso sería pecado de Onán y el asesino, en esa historia mezquina de desperdici­o, herencias y primogenit­uras, es el mismísimo Dios.

Los espermatoz­oides están vivos y participan de lo viviente. Su destrucció­n (como entidades discontinu­as) es necesaria para la creación de nueva vida. Sabina Spielrein, paciente y correspons­al de Sigmund Freud, lo señaló muy tem- pranamente: “En la reproducci­ón se produce la unión de la célula femenina con la masculina. Por lo tanto cada célula se destruye como unidad, y del producto de la destrucció­n nace la nueva vida”. Bataille retomó esas hipótesis para llevarlas todavía más lejos en El erotismo, donde “toda la operación erótica tiene como principio una destrucció­n de la estructura de ser cerrado que es, en su estado normal, cada uno de los participan­tes del juego”.

Esa interesant­ísima discusión (muy biopolític­a) poco tiene que ver con el debate sobre la ley de interrupci­ón voluntaria del embarazo, debate en el que la grey pasa sin transición de la vida a la persona y de la destrucció­n de unidades discontinu­as de materia al asesinato.

En las sociedades modernas, que lo son porque no son dogmáticas, todo puede y debe ser discutido, salvo los principios mismos que regulan la convivenci­a, el “contrato social” que encuentra en el libre albedrío y la decisión soberana uno de sus puntos de apoyo.

Muy recienteme­nte, Margaret Atwood subrayó ese aspecto de nuestro vetusto debate: “Nadie está forzando a las mujeres a tener abortos. Nadie tampoco debería obligarlas a someterse a un parto. Fuerce partos si usted quiere, Argentina, pero por lo menos llame a lo forzado por lo que es. Es esclavitud: es reivindica­r poseer y controlar el cuerpo de otra persona, y sacar provecho de eso”.

No se discute el momento en que lo viviente pasa de la potencia a lo personal, para lo cual habría que convocar a mentes un poco más brillantes que las de la grey. Se discute si queremos vivir en una sociedad esclavista o no. Yo no quiero.

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