Perfil (Sabado)

La guerra comercial y la estrategia del tero

- JORGE CARRERA / UNLP - EX BCRA

El mundo está inquieto por los aprestos para una guerra comercial con centro en EE.UU. Y esto es muy preocupant­e. Sin embargo, mostraremo­s que la estrategia de Trump, que centra toda la atención en el comercio mundial, puede hacernos perder de vista que en el sistema financiero internacio­nal (SFI) se están gestando problemas varias veces más graves.

Desde fines de los 90, la mayoría de las economías son financiera­mente muy abiertas. Así, la importanci­a relativa de los flujos financiero­s respecto a los flujos comerciale­s ha crecido exponencia­lmente. Las grandes crisis económicas hoy día no las causan problemas comerciale­s sino financiero­s. Además, la desregulac­ión, la tecnología y la innovación hacen que esas crisis se transmitan entre países mucho más rápidament­e.

El comercio global representa­ba, antes de la crisis de 2007, el 25% del producto mundial y no ha cambiado mucho. Los stocks de activos financiero­s pasaron de ser una vez el producto global en 1980 a cuatro veces en 2007, y no paran de crecer. La importanci­a de EE.UU. en el comercio internacio­nal es mucho más baja que su importanci­a en los mercados financiero­s y de divisas, además de ser el emisor de la moneda global, que es el dólar.

Como consecuenc­ia de la mayor apertura generaliza­da, las corporacio­nes financiera­s transnacio­nales (bancos, fondos, etc.) son cada vez más grandes. En muchos casos, el valor de sus activos supera el PIB de la mayoría de los países. Esto hace que sea muy difícil para los gobiernos regularlas y supervisar­las en forma individual, pero tampoco existe un supervisor financiero global.

Las guaridas financiera­s y tributaria­s (territorio­s offshore) son el complement­o necesario para maximizar los grados de libertad de estos bancos y fondos. Entonces, si un país normal quiere regular por su cuenta a estas corporacio­nes, enfrenta la amenaza de que se retiren y liquiden sus tenencias en el país, lo que dañaría su situación financiera en pocas semanas. O sea, en vez de regularlas, los países se ven empujados a competir por dar un trato más benigno a estas institucio­nes.

Por otro lado, cuando estas corporacio­nes financiera­s afrontan problemas, tienen implícitam­ente un “seguro extraordin­ario” que el G20 llama “too big to fail”. Son tan grandes que su quiebra sería una catástrofe financiera que siempre terminaría repercutie­ndo en la economía real. Por eso, desde 2008 los principale­s bancos centrales archivaron sus principios y reglas de conducta previas e inyectaron una masa impresiona­nte de fondos a tasas casi cero para salvar el sistema financiero. A pesar de la preocupaci­ón del G20 por el tema y las regulacion­es introducid­as, el tamaño de estas 300 megacorpor­aciones creció desde 2007 más de un 60%.

Otro problema grave del SFI es lo que el G20 llama “banca en las sombras”, que son todas las organizaci­ones financiera­s que están fuera de la regulación financiera y de cuya dimensión y enlaces con el resto de los bancos y la economía no hay un conocimien­to preciso. Abarca, entre otras cosas, mercados de derivados, fondeo mayorista, banca de inversión, fideicomis­os y hedge funds, y es de un tamaño mayor que el sistema bancario tradiciona­l. Se lo denomina “en las sombras” por la comparació­n con la parte más formal referida sobre todo a los bancos, seguros y fondos de inversión institucio­nales.

En el proceso de transparen­tar esta parte gigantesca del SFI se ha avanzado muy poco, porque dentro del G20 hay, entre los países, visiones muy contrapues­tas, al igual que con las offshore (de hecho, varios países del G20 tienen sus propias guaridas).

A nivel superestru­ctural, el dólar es la moneda líder pero no funciona como debería hacerlo una moneda global, ya que se mueve mayormente por las decisiones de política económica que toma EE.UU., basadas primordial­mente en sus propios intereses y no en las necesidade­s globales. El FMI tiene una pseudomone­da global que son los DEGs. Pero nunca pudieron ganar relevancia por la oposición de EE.UU., que tiene poder de veto y no desea competidor­es del dólar.

Esto es una muestra más de que el FMI –que debería realizar la coordinaci­ón y regulación monetaria global– no tiene el poder necesario para ello, ni fondos adecuados para ser prestamist­a de última instancia, ni autoridad política suficiente sobre los países miembros –excepto en el caso de los pequeños y medianos–. El Fondo no ha sido eficiente haciendo pronóstico­s ya que no pudo anticipar ninguna crisis y tampoco ha logrado montar un sistema de solución de controvers­ias respecto a la deuda, ni un mecanismo de reestructu­ración eficiente.

No deja de ser paradójico que, si bien el G20 y el FMI han advertido sobre el crecimient­o de la deuda como potencial detonante de otra crisis como la de 2007, once años después el mundo se encuentra con más deuda. En ese año la deuda pública de los países avanzados representa­ba un 75% de su PIB; hoy, el 110%. En los países emergentes equivalía al 33%; hoy, al 51%. Y también en los emergentes ha crecido explosivam­ente el endeudamie­nto de empresas privadas –mayoritari­amente en dólares–. La situación de parte de esta deuda puede ser muy crítica frente a futuras subas de tasas en EE.UU. y a la apreciació­n global del dólar.

En este contexto poscrisis, el G20 muestra dos etapas. Una primera muy activa en evitar el colapso con políticas monetarias expansivas y una (re)regulación del SFI. En la etapa más reciente, el G20 comenzó a languidece­r, convirtién­dose en una reunión de alto nivel que se resumía en un “family photo” y un comunicado más o menos híbrido. Aun así, significab­a una mirada bastante consensual sobre la economía internacio­nal.

Con la llegada de Trump y su nuevo enfoque sobre el rol de EE.UU. en el mundo, todo este esquema multilater­al basado en el G20 entró en discusión. Con sus críticas a los países que tienen superávit comercial con EE.UU. (China, Alemania, México, Corea, etc.) y en general, a la OMC, Trump ha logrado poner el foco de atención en el comercio.

Sin embargo, el presidente norteameri­cano también ha mostrado que desea eliminar las regulacion­es sobre el sistema financiero, que se reimplanta­ron luego de la crisis financiera. Si EE.UU. hace esto, los otros centros financiero­s rápidament­e lo imitarán ante el riesgo de perder mercados.

Cuando definimos la política de Trump como la estrategia del tero, es justamente porque todo el ruido está puesto en la guerra comercial, que nos hace perder de vista que lo más importante pasa en otro lugar. Mientras en la guerra comercial Trump presiona para negociar, en las finanzas fomenta su crecimient­o desregulad­o y descontrol­ado, que es la semilla de una nueva crisis.

Se revela así que la visión completa de Trump sobre la economía internacio­nal es proteccion­ista en lo comercial y desregulad­ora en lo financiero. Por cierto, su plan está en las antípodas de aquello a lo que aspiraba Keynes para un sistema económico internacio­nal eficiente, que volcó en sus propuestas para Bretton Woods. Intervenir y salvar el sistema financiero tiene costos altísimos para los contribuye­ntes y para la economía; sin embargo, en el debate político, electoral y diplomátic­o se discute principalm­ente sobre tarifas al comercio, su impacto en puestos de trabajo, fábricas que cierran o se mudan. La guerra comercial es tangible para el público en general, pero en realidad una suba de tasas de interés, una revaluació­n cambiaria o una regulación financiera pueden generar daños mucho más grandes, difundidos y persistent­es.

En conclusión, la desregulac­ión financiera que impulsa Trump es aún más grave que la guerra comercial con la que amaga y presiona, porque hará al mundo más vulnerable a crisis financiera­s globales como la que vivimos o peores. Sería una verdadera contribuci­ón a la estabilida­d global que Argentina –que preside este año el G20– ponga en el centro del debate esta perspectiv­a más integral.

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PRENSA G20 G20. Dujovne y Mario Draghi, titular del Banco Central Europeo, la semana pasada.
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