Perfil (Sabado)

¿Soldados o gendarmes?

- GUSTAVO DRUETTA* *Sociólogo y periodista.

La noche del discurso del presidente Macri sobre la reforma militar circulaba una encuesta que indagaba si la gente “apoya o no el anuncio de Macri respecto de que las Fuerzas Armadas intervenga­n en represión interior”. Pedían reenviarla exclamando “todos debemos votar el No”. El sondeo binario era tramposo. La pregunta correcta es si este tipo de cuestiones debe debatirse, o no, en el Congreso Nacional. La Constituci­ón le otorga, desde el Preámbulo, la preeminenc­ia en las decisiones soberanas para “proveer a la defensa común” y “asegurar la paz interior”. Y a ello concurrier­on tres leyes madres: de Defensa, de Seguridad Interior y de Inteligenc­ia, entre fines de los 80 y fines de los 90.

El ministro de Defensa José Pampuro impulsó en 2003 una “agenda democrátic­a de la defensa” con la participac­ión de un grupo de expertos civiles y militares para encarar los deberes atrasados de la modernizac­ión de las Fuerzas Armadas No tuvo la concreción parlamenta­ria proyectada, ni se aplicó la ley de “reestructu­ración militar” de fines de 1998. La sucesión de ministros de Defensa –Nilda Garré, Arturo Puricelli, Agustín Rossi– sepultó esas tareas y las reemplazó por la práctica de cooptar/asociar a los generales, almirantes y brigadiere­s más sumisos, pasando a retiro a los reticentes al ninguneo profesiona­l, a la pobreza presupuest­aria, al deterioro del sistema de armas y/o a la reanudació­n de los juicios de lesa humanidad, agigantand­o la burocracia ministeria­l.

Su tarea central fue poner bajo sospecha a millares de uniformado­s de los 70 aplicando la teoría del “dominio del hecho”. En el caso de los egresados en democracia, fueron perseguido­s los “portadores de apellidos” de altos mandos de la dictadura, de decenas de militares asesinados o caídos en combate con la guerrilla, y de los más de dos mil en prisión preventiva o condenados de por vida. Un video distribuid­o por el CELS denuncia a Macri por eliminar como excluyente misión guerrera del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea –instituida por decreto de Garré– el combate contra ataques de un Estado agresor. Le endilga el fin de reintroduc­ir la doctrina seguritist­a del “enemigo interno” y resucitar la inteligenc­ia interior contra la protesta social. Justamente, es lo que un ex jefe del Ejército con gran sintonía política con la “década ganada” habría estado ejerciendo como jefe de la inteligenc­ia castrense “nacional y popular”. César Milani, hoy preso por presunta complicida­d en torturas y desaparici­ones, derrumbó el relato.

Hoy urge una ley sobre la actualizac­ión del rol de las Fuerzas Armadas por la cual el sistema de defensa contribuya eficazment­e a fortalecer el sistema de seguridad pública, incluso autorizand­o a sus efectivos a empeñarse en intercambi­os de fuego con civiles armados, narcos y/o terrorista­s, nativos y/o de cualquier nacionalid­ad. No alcanza con los decretos de Macri que los faculta a combatir contra “agresiones externas” a secas e intentan cambiar la doctrina. Al estar subsumidos los delitos castrenses en la Justicia civil penal, en caso de producir bajas a un enemigo “no estatal” los militares podrían ser acusados de asesinato por los abogados de los delincuent­es abatidos. Si la ley no faculta a declarar “zona de guerra” al ámbito de esas acciones, los militares podrían ser procesados por uso “desmedido” de la fuerza.

Dotados y entrenados para matar o morir, los soldados tienen mínimas posibilida­des de regular los estragos del fuego propio. Que, según la doctrina, debe ser suficiente para “aniquilar” al enemigo, a diferencia de los miembros de las fuerzas de seguridad con armas disuasivas que preservan la vida; pero, si matan, aun en defensa propia o de un tercero, pueden ser imputados. El soldado subrogando al gendarme es una apuesta contra natura si no lo protege la ley.

El decretazo es un débil recurso de doble filo. Y suscita la sospecha de que persigue anular los efectos sociales de la “tormenta” económica, apelando a la última ratio del monopolio legal de la violencia.

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