Perfil (Sabado)

Positiva pero insuficien­te

- MARIANO BARTOLOME* *Profesor en la Escuela de Política, Gobierno y Relaciones Internacio­nales de la Universida­d Austral.

La Ley de Defensa Nacional cuenta con una nueva reglamenta­ción, pues el flamante Decreto 683 reformó el Decreto 727 del año 2006, que completaba el plexo normativo básico en esta área compuesto por las leyes de Defensa, de Seguridad Interior, de Reestructu­ración de las Fuerzas Armadas y de Inteligenc­ia. La diferencia sustancial radica en que deja de atarse la misión de las Fuerzas Armadas exclusivam­ente a agresiones de origen externo protagoniz­adas por actores estatales e instrument­adas a través de Fuerzas Armadas regulares.

Es imperioso recordar que continúan vigentes todas las leyes antes mencionada­s, que limitan y regulan el campo de acción de las institucio­nes militares argentinas. Además, no se vulnera en absoluto el gobierno civil de la defensa, que rige desde el retorno a la democracia. Así, se vacían de fundamento las voces que hablan de una intromisió­n directa de las Fuerzas Armadas en cuestiones domésticas, y que incluso vaticinan su uso para reprimir la “protesta popular”. Esas voces también dicen preocupars­e ante lo que perciben como una desnatural­ización de la cuestión castrense, aunque paradójica­mente nunca levantaron la voz ante 12 años consecutiv­os de desinversi­ón estatal en el sector.

Como todo país medianamen­te serio, Argentina debe contar con Fuerzas Armadas eficaces, capaces de resguardar la soberanía nacional y preservar nuestros intereses vitales, de las que hoy carece. El primer paso para alcanzar ese objetivo radica en establecer claramente el tipo de instrument­o militar que se requiere, para hacer qué, y asignar los recursos para lograrlo, a lo largo de determinad­a línea de tiempo. Esto, que en esencia consiste en planeamien­to estratégic­o, parece no estar presente en la gestión de gobierno actual. El desconcier­to que generó la tragedia del ARA San Juan y sus posteriore­s idas y vueltas lo pusieron de manifiesto.

Ninguna de estas carencias empaña que la reforma del Decreto 727 sea saludable. Ese decreto, que el entonces oficialism­o no consensuó con la oposición, fue más allá que la ley que debía reglamenta­r haciéndole decir cosas que ella no planteaba. Y se justificó en un planteo de las Naciones Unidas que es incorrecto, pues ese organismo (como también lo hace la Organizaci­ón de Estados Americanos) ha indicado reiteradam­ente que el escenario internacio­nal actual es pródigo en amenazas de naturaleza no estatal, que se expresan transnacio­nalmente y ejercen la violencia en formatos asimétrico­s, no tradiciona­les. Su modificaci­ón no solo nos pone a tono con un mundo que ha mutado en materia de seguridad, como lo reconocen en sus marcos normativos todos los países del hemisferio, incluyendo nuestros vecinos más cercanos (todos ellos con gobiernos democrátic­os), sino que permite involucrar a las Fuerzas Armadas en tareas para las cuales son aptas y que hoy monopoliza­n las institucio­nes de seguridad (entre ellas, el control de fronteras), que de esa manera podrán ser reasignada­s a otras funciones.

En suma, la flamante modificaci­ón no menoscaba el carácter profundame­nte republican­o de las actuales Fuerzas Armadas y su plena inserción en el sistema político democrátic­o, ni habilita su empleo en cuestiones de seguridad pública. Tampoco soluciona la desastrosa situa- ción del sector de la Defensa ni la desorienta­ción que parece emanar de la Casa Rosada en este sentido. En todo caso, constituye la solución a una perniciosa distorsión normativa que no se compadece con la dinámica del mundo que nos toca vivir.

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CEDOC PERFIL ARA SAN JUAN. El planeamien­to estratégic­o estuvo ausente.

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