Un cine que desea entender en vez de bombardear al espectador
Sebastián Leilo ha logrado en sus últimas películas ( Gloria, la ganadora del Oscar Una mujer fantástica y ahora Desobediencia) un cine que sabe cuidar a sus protagonistas pero que al mismo tiempo cree en formas románticas del medio (sin nunca perder el realismo). Es una forma extraña de concentrar tensiones, pero Leilo se las arregla para que todo se sienta más sincero que exagerado, más sentido que político y más fluido que panfletario. Es como si entendiera, por su fascinación con la actuación, la posibilidad de contar historias pequeñas, como aquí es un romance prohibido, en el centro de la comunidad judía ortodoxa, entre dos personas que se reencuentran después de años, pero catapultando emociones. En los papeles suena a posible cursilería, en su cine respira una libertad que no traiciona ambiciones narrativas pero que piensa todo el tiempo en entender y no en bombardear.
Esta es su primera película en inglés, y Leilo demuestra que su cine es todavía más inteligente de lo que mostraban
Gloria (que actualmente está volviendo a filmar pero con Julianne Moore en el protagónico) y Una mujer fantástica. Leilo cree en sus mujeres pero, antes que nada, en sus mujeres de cine. Es una versión bizarra de Almodóvar, una que confía más en el instante que en la pirotecnia. Es por ello que el corazón de su film son Rachel Weisz y Rachel McAdams. Ambas, protagonistas de ese romance, son también su centro nervioso: la cámara de Leilo se desvive por ellas, y su cine las necesita, las respira. Ellas le responden. No es difícil creer en su ambición, en sus ganas, en su nobleza, en su frustración y en su explosión. Leilo se encarga de crear un cine humano como casi ninguno. Y lo hace creyendo en la potencia de una pantalla de cine que quiere contar una historia desde lo que observa y no desde lo que tiene ganas de gritar.