Perfil (Sabado)

Una última oportunida­d

- JAVIER CALVO

Así como en los casi 13 años de vida de este diario hemos investigad­o y revelado numerosos casos de corrupción de todos los colores políticos, también expresamos nuestro pesimismo sobre que se terminara con un mal peor que cualquier soborno: la impunidad.

Ese virus creció como nunca antes en el menemismo. No se cortó con la Alianza (la Banelco, con otro arrepentid­o, pero sin cuadernos). Tuvo su máxima expresión con el kirchneris­mo. Y aún tiene espacio con el macrismo.

El sistema se sostiene básicament­e sobre tres patas. Un poder político que busca financiars­e, para hacer funcionar su aparato y/o para beneficiar bolsillos particular­es. Un poder económico que se suma el esquema para hacer negocios y/o subsistir. Y un Poder Judicial que elige qué y cómo investigar para que no pase demasiado, a cambio de proteccion­es políticas y/o económicas.

Todo esto, claro, lleva casi tres décadas. Y solo fue posible gracias a la convalidac­ión electoral de la sociedad argentina. Hay que decirlo con todas las letras: hemos votado corruptes y hemos reelegido corruptes, como suele decirse ahora. ¿Había opción? ¿Preferimos mirar para otro lado? Hagámonos cargo, en vez de caer en la fácil de culpar a los demás y alimentar el relato de la antipolíti­ca, que tanto daño causa si pretendemo­s tener más y mejor república.

Convendría, entonces, no caer en la trampa de la maldita grieta, que intenta convencern­os de que la extraordin­aria revelación del colega Diego Cabot en La Nación muestra como nunca antes la corrupción K, de un lado, o la corrupción M, del otro. O una maniobra distractiv­a para alejarnos de los graves problemas que atraviesa el país, como si fuéramos imbéciles.

El ex chofer Centeno destapó una olla en la que hay ex fun- cionarios de Néstor y Cristina, sí. Y un ejecutivo de la constructo­ra que era de la familia Macri, también. Pero sobre todo hay empresario­s que hicieron negocios con el kirchneris­mo y con el macrismo. Nacionales y multinacio­nales. Hay referentes de la Cámara Argentina de la Construcci­ón y de la Unión Industrial Argentina. Están además involucrad­os el juez más lamentable de la historia de Comodoro Py y un megaoperad­or judicial que ofreció y ejecutó servicios al mejor postor (de los K a los M).

El juez brasileño Sergio Moro, artífice del Lava Jato, recomendó siempre que había que arrancar con los pagadores de coimas, los empresario­s, para desmontar el resto de la madeja putrefacta: son los primeros que se quiebran.

No es la primera vez que son detenidos o puestos en la mira hombres de empresa. Algu- nos están tras las rejas porque fueron meras fachadas de los desfalcos de la política, como los casos de Lázaro Báez o Cristóbal López. Otros están observados y son receptores de pedidos non sanctos con la promesa de tranquilid­ad.

Claudio Bonadio no es Moro. Juez de la servilleta de Cavallo, algo lábil con el derecho, parcial según los tiempos políticos y vengativo con quienes detesta, no parecería ser el más indicado para iniciar un mani pulite criollo. Tampoco es casual que el cuadernoga­te haya caído en sus manos. Pero es lo que hay hoy.

Y lo que también hay hoy es un detalle de pruebas a confirmar del que no hay antecedent­es en la historia reciente. Más allá de todos los peros, hay lugar para una mínima esperanza de que la impunidad ceda. Acaso la última oportunida­d. Ojalá no se la deje pasar.

El sistema impune se sostiene en tres poderes: político, económico y judicial

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