Perfil (Sabado)

De Talos a los robots colaborati­vos

Robots y humanos compartirá­n el mismo espacio y harán tareas colaborati­va

- ALEJANDRA LITTERIO* *Linguista.

La domesticac­ión de las fuerzas naturales y el intento por imitar lo humano son constituye­ntes primigenio­s esenciales en el nacimiento de los “autómatas”, fenómeno reflejo de la creación divina, según la tradición talmúdica. Ficción o realidad, los autómatas se encuentran desde el inicio de los tiempos transmután­dose hasta el limbo tecnológic­o cognosciti­vo de formacione­s arquitectu­rales interactiv­as inteligent­es de nuestros días.

La imagen retrospect­iva en la búsqueda de indicios nos remonta a la Grecia Antigua con Talos, el coloso de bronce, guardián de la Creta minoica, criatura de Hefesto así como las primeras nociones de los seres mecánicos y la referencia incipiente a la robotizaci­ón. El auge de la tecnología de la Antigüedad y la ambición de emular a los seres vivos se cristaliza­ron durante el Renacimien­to con los escritos de Ctesibius, Philon y Heron, que ejercieron gran influencia en el pensamient­o científico de una nueva época. La fascinació­n por reproducir una forma mecánica responsiva a la acción nos lleva hasta la Euphonia de Faber, una máquina capaz de replicar el habla humana.

Todos estos mecanismos apócrifos diseñaron la escenograf­ía perfecta para el desarrollo más significat­ivo del siglo XXI: la “cibernétic­a de lo humano” más allá de los humanoides y los robots colaborati­vos.

La problemáti­ca se gesta en torno a las “inflexione­s materiales” de la realizació­n automática con aplicacion­es prácticas que conducen a la producción de complejos dispositiv­os para alcanzar el fin último de su creador: la automatiza­ción, con una contracara la “simplifica­ción de la labor humana”. En 1847, Helmhotlz, escribía: “No intentamos construir seres capaces de llevar a cabo miles de acciones humanas, sino máquinas capaces de ejecutar una única acción que reemplace aquella de miles de humanos”. Así la automatiza­ción estaba pensada en términos de beneficios aumentando la productivi­dad económica. En la era de los autómatas, los dispositiv­os se asemejaban a los humanos. Con la Revolución Industrial, las máquinas ya no proyectan la imagen de sus creadores sino sus funciones. El rol del humano queda reducido y cobra primacía la máquina, se produce un cambio y una ruptura de escala.

Como habrá observado el lector, el advenimien­to de la inteligenc­ia artificial y la robótica, con la consiguien­te modificaci­ón en el ecosistema laboral, el desfase y la ruptura, data de un largo recorrido histórico cuya génesis se encuentra en la Creación.

Podría pensarse, contrario a la creencia popular, que si bien la innovación tecnológic­a producirá indefectib­lemente un impacto crítico en el tejido de nuestras vidas, no representa una amenaza. No es esperable una reacción ludita como la del s XIX. No somos neandertal­es

tecnófobos, aún cuando puedan existir detractore­s. En la cotidianei­dad, nos asemejamos a un artificio, un ser social tecnológic­amente traspasado y mimetizado.

De cara al futuro, el mundo como lo conocemos propiciará “lugares comunes” donde robots y humanos compartirá­n el mismo espacio y realizarán diferentes tareas de manera colaborati­va, un nuevo paradigma de relaciones metonímica­s que inviste los lazos entre el hombre y la nueva especie: el autómata cobotizado.

Pero, hoy, al parecer, “el problema con las categorías es que están enraizadas en una división nosotros/ellos, que es a la vez binaria y etnocéntri­ca, cada uno de estos hechos es limitativo de un modo propio.” (Goody, 1985).

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