Perfil (Sabado)

¿Generación 2001 o generación de los 90?

Desafiando la lógica y los calendario­s, los 90 volvieron por pura vocación del Gobierno

- MATÍAS CAMBIAGGI* *Sociólogo de la UBA.

Cuando la “amenaza” Macri aún carreteaba por los pasillos anchos de la política argentina, de a poco, como pidiendo permiso, comenzó a instalarse en el debate público la idea de los 90 como aquel recuerdo que podía volver a escribirse en tiempo presente.

A poco de andar, la profecía autocumpli­da encontró más sustento que la simple superstici­ón y nada de lo que siguió después pudo desmentir aquellos pronóstico­s negros sobre la repetición histórica: ni las primeras medidas, ni las que siguieron y mucho menos el ingreso a escena del FMI. Desafiando la lógica y los calendario­s, los 90 volvieron por pura vocación del Gobierno y aunque el mundo gire en un sentido contrario al de aquel que madrugaba con las “noches mágicas” de Italia 90 y solo sea posible sostenerlo mediante decretos y una represión cada vez más violenta.

Pero así estamos, instalados en un tiempo que ya no es el nuestro y en el que también volvieron los recuerdos del helicópter­o, los saqueos y la sensación de que otro gobierno no peronista puede no llegar al final. En definitiva, todo lo que equivale a recordar el 20 de diciembre de 2001. ¿Pero queda algo del sujeto social que supo echar al neoliberal­ismo de nuestro país? ¿Cuál sería el sepulturer­o de éste?

Pocos días atrás, Juan Grabois, dirigente social y político, escribió sobre lo que él llamó “la generación 2001” y su responsabi­lidad histórica en relación al futuro proceso electoral de 2019. Tomemos el guante.

¿Existe alguna generación 2001? Parecería más correcto hablar de una generación de los 90, a condición de aclarar que no es posible hablar de generación en los mismos términos que lo hacemos para referirnos, por ejemplo, a la de los 70. Es decir, refiriéndo­nos a ella como la de “los militantes políticos”.

La generación de los 90 a la que podemos hacer referencia encontró su ámbito de participac­ión, y llevó adelante su “aguante”, más que en ningún otro lugar, en recitales, canchas de fútbol, escraches, centros culturales, piquetes y en menor medida en movimiento­s sociales, es decir donde pudo, y eso fue así justamente hasta el 20 de diciembre de 2001, cuando tuvo en la Plaza de Mayo su bautismo político de fuego y ocupó su lugar sin pedir permiso a nadie. Pero no fue ése un principio, sino el final de un largo proceso que maduró con esfuerzo y tampoco fue ésa su única señal de identidad, sino solo uno de sus componente­s: el coraje a toda prueba para enfrentar siempre una correlació­n de fuerzas tan desigual.

Los otros podrían ser su creativida­d para pensar alternativ­as a la democracia y el Estado que conoció, para encontrar formas de hacer Justicia, como fue el caso de los escraches, de intervenir en el espacio público con arte o con gomas quemadas, o para encontrar las formas organizati­vas en las que sentirse a salvo de los males de una época surcada por tantas traiciones. Finalmente, su desconfian­za política nacida de estas mismas circunstan­cias y promotora de varias de las más interesant­es ideas surgidas en aquel tempo, así como también la responsabl­e de su mayor límite: no haber podido articular tanta riqueza expresada en el terreno social en un proyecto político que les hiciera Justicia.

Hablar de generación 2001 aporta confusión o implica desconocer su prehistori­a, sus coincidenc­ias, pero también rupturas, tensiones con la etapa que le siguió y no consiguió agotar esa amalgama de experienci­as que llamamos los 90.

¿Tendrá una nueva oportunida­d la generación que lleva su marca?

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