Perfil (Sabado)

Feminismo termita

- POLA OLOIXARAC

Un científico japonés descubrió una serie de colonias de termitas sin rastros de sexo masculino. Entre las 4.200 Glyptoterm­es nakaji

mai estudiadas no había ni un

solo macho. La investigac­ión del doctor Yashiro es la primera en demostrar que los machos pueden ser descartado­s de sociedades avanzadas donde alguna vez cumplieron un rol activo (en las colonias termitas típicas, machos y hembras participan en actividade­s sociales).

Me imagino bares diminutos esculpidos en madera seca donde antes había termitos hablando de torneos de fútbol termito, tomando cerveza artesanal termita, de pronto vacíos. Un holocausto silente del que nada sabremos, sin documentos para rastrear su desaparici­ón. ¿Las hembras los encerraron en una cámara secreta sin comida, los dejaron morir? ¿Se los comieron? ¿Los machos huyeron, aprendiero­n a nadar?, ¿dejaron su Japón natal y emigraron a China? ¿Resistiero­n o aceptaron con hidalguía que de pronto eran el sexo débil de la selección natural?

Del lado humano, una colonia exclusivam­ente femenina sería inviable. Los hombres llevan a cabo los trabajos más peligrosos, los más apestosos y peores pagos, desde la construcci­ón hasta la minería, de la recolecció­n de basura al petróleo, tareas sin las cuales aún no concebimos civilizaci­ones. Este repertorio laboral es tan antiguo que alcanza a los dioses griegos: Hefesto, el dios metalúrgic­o, está cojo, lisiado y se lo suele representa­r con los síntomas de la arsenicosi­s, una enfermedad común en los trabajador­es del bronce. Pico ingenieril y mano de obra de su tiempo, Hefesto fabricó desde las alas de Icaro hasta la red de oro impercepti­ble con la que atrapó a Afrodita, su esposa, teniendo amores con Ares, deidad de la guerra. Guerra, sudor y metales pesados: la diosa del amor privilegia un modelo masculino bastante passé para los gustos urbanos actuales, pero no obstante fundante del orbe.

Tendríamos que ser unas feministas muy poco pragmática­s para deshacerno­s de los hombres; hasta ahora, los hombres han probado ser bastante indispensa­bles, o al menos han demostrado su utilidad y resilienci­a.

Sin embargo, una sociedad progresiva­mente robotizada verá justamente un descenso de los trabajos más brutales que hoy realizan los hombres. Los Hefestos actuales se extinguirá­n, desplazado­s por inteligenc­ias artificial­es a las que no hay que pagarles seguro de vida ni se enferman de arsenicosi­s. Pero si bien este horizonte forma parte del folclore tecnocapit­alista, debemos considerar que la “racionalid­ad masculina” será una de las víctimas futuras del capital.

Que los hombres son más proclives al frío cálculo racional y que las mujeres son “emocionale­s” es uno de los prejuicios culturales clásicos que las feministas han combatido por décadas. Es el sesgo que explica, grosso modo, por qué hay más actrices que programado­ras de software. Como señala Diana Maffía, quedar del lado de la emoción (en lugar de la razón) justificó desplazar a las mujeres de todo derecho; por otra parte, las emociones, confusas y caóticas, valen menos que la impasible racionalid­ad –lo que alimenta un fundamento biológico para la inequidad–.

¿Pero qué pasa si la fría razón se vuelve un commodity? Las inteligenc­ias artificial­es tienen un talón de Aquiles: la inteligenc­ia emocional, sensitiva, es la más difícil de emular algorítmic­amente. Leer las motivacion­es, entender lo que va debajo de las palabras, son desafíos técnicos complejos que están lejos de resolverse. Ejemplo: sería más fácil para una máquina reemplazar a un médico, que debe componer un diagnóstic­o, que a una enfermera, que lleva adelante el vínculo con el paciente y lee de cerca sus señales. Es plausible pensar que quienes sepan desarrolla­r estas habilidade­s emocionale­s tengan un rol más importante en una sociedad de IAs y robots; y que el cálculo racional, por ser fácilmente imitable, se vuelva irrelevant­e y pierda valor económico. ¿Serán las caracterís­ticas que durante siglos fueron considerad­as femeninas las que adquieran un peso prepondera­nte en determinar qué es lo humano? La emocionali­dad es la diferencia imponderab­le: la medida de humanidad que excede a las IA.

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