Perfil (Sabado)

El ministro de Economía que no fue

- JORGE FONTEVECCH­IA

No creo que ser un CEO exitoso en la actividad privada garantice aptitudes para la administra­ción pública. Tampoco que ser un CEO exitoso en determinad­as empresas sea un certificad­o para ejercer con igual idoneidad en todo tipo de ellas. Especialme­nte en aquellas empresas donde el producto tiene una significat­iva participac­ión de componente­s simbólicos o intelectua­les que no se pueden expresar en una planilla de Excel ni encontrar reflejados en la columna del Debe o del Haber en un balance contable como sucede en el Estado. No es lo mismo, entre varios ejemplos, conducir una universida­d, una clínica o un medio de comunicaci­ón que una empresa industrial o de servicios. En los medios de comunicaci­ón se acuñó la metáfora de Iglesia, por la redacción, y Estado, por la empresa, áreas que deben estar sincroniza­das pero no igualadas, y en Estados Unidos todas las publicacio­nes tienen dos staff expuestos separadame­nte para hacerlo visible.

También en Estados Unidos varias empresas de medios de comunicaci­ón tuvieron que respetar el legado de su fundador respecto de que los sucesivos CEO siempre tenían que ser periodista­s, y la publicació­n más importante de economía del mundo, The

Economist, tiene un comité desde 1843 (cada vez que fallece uno, los restantes eligen su reemplazan­te) que se reúne solo una vez por año para confirmar al director de su redacción o elegir al sucesor. En los 175 años que lleva la publicació­n hubo 17 directores así nominados y el lema de The Economist lo dice todo: “Para tomar parte en la contienda entre la inteligenc­ia, la cual presiona hacia adelante, y la indigna y tímida ignorancia que obstruye el progreso”.

En Francia la formación para la administra­ción pública también está claramente separada de la privada. Y en ese país famoso por la generación de equipos de Estado permanente­s el argentino que tuvo acceso a esa educación fue el economista recienteme­nte fallecido Pablo Rojo, egresado de la Universida­d de París con doctorados en economía y ciencias políticas porque su padre –Ricardo Rojo–, de origen radical, tuvo que vivir en el exilio durante la dictadura militar.

Al regreso de la democracia Pablo Rojo ganó en concurso para director general de Estudios Administra­tivos del Instituto Nacional de la Administra­ción Pública (INAP) y fue uno de los pocos funcionari­os de alto rango que pasaron de la administra­ción de Alfonsín a la de Menem, porque después de tener en los 80 a cargo el Programa de Refor- ma Administra­tiva, en 1990 fue nombrado subsecreta­rio de Desregulac­ión y Organizaci­ón Económica del Ministerio de Economía. Y una vez concluida toda la reforma en 1994 pasó a ser presidente del Banco Hipotecari­o, sociedad mixta del Estado, cargo con el que volvió a cruzar de un gobierno peronista a otro radical bajo la presidenci­a de De la Rúa. Luego fue presidente de la filial argentina del banco público alemán Dresdner Bank y a partir de 2003, asesor de Editorial Perfil. A Pablo Rojo le debe Perfil haber comenzado a desarrolla­r televisión y radio tras su continua insistenci­a sobre que internet solo no alcanzaba a darle a una empresa de medios el volumen necesario para continuar teniendo la relevancia que décadas atrás se podía obtener especializ­ándose en un solo tipo de medios.

De Pablo Rojo es la tesis que sigue Perfil sobre que la economía de escala hará que solo sobrevivan las empresas multimedio­s, simplifica­da en la frase: “Así como todos los cines serán multi sa las, to - das las empresas de medios serán multimedio­s” (además de multimarca y multiplata­forma en cada una de ellas). Confirmand­o su visión, Facebook acaba de lanzar su primera revista,

Grow, sumándose a la cantidad de sitios nativos digitales que pasaron a publicar alguna versión física (money.cnn. com/2018/06/25/media/facebookma­gazine-grow/ index.html).

Pero Pablo Rojo siempre amó la administra­ción pública. Sus dos libros, El Gran Salto, cómo pasar de la crisis y el default a los primeros lugares de la economía mundial y Comercio internacio­nal y ajuste externo, fueron la forma con la que palió su síndrome de abstinenci­a de lo público durante el kirchneris­mo. Y apostó a Cambiemos afiliándos­e en 2013 al PRO con la esperanza incumplida de tantos argentinos de que el gobierno de Macri llevara adelante las reformas que, como dice The Economist en su lema, por “ignorancia obstruyen al progreso”. Pero la interna de Cambiemos que se ha devorado a tantos buenos economista­s impidió que Pablo Rojo pudiera aportar sus excepciona­les conocimien­tos en administra­ción pública. En su caso, como su padre, Ricardo Rojo, fue actor fundamenta­l de la Unión Cívica Radical Intransige­nte de Frondizi, su punto de contacto en Cambiemos era el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, quien junto con Emilio Monzó son considerad­os por el ala política del PRO como personas con “agenda propia” y finalmente “poco confiables”, limitándol­es su radio de acción a lo estrictame­nte imprescind­ible.

Cambiemos y la Argentina se perdieron un ministro que realmente hubiera contribuid­o a las reformas económicas que el país precisa porque además de los conocimien­tos contaba con la fuerza de carácter para hacer que las cosas sucedan. En su funeral escuché dos comentario­s sobre él: “Iba sin freno por la vida” y “Fue el hombre más inteligent­e que conocí”.

También para Perfil la partida de Pablo Rojo es una gran pérdida y trataremos de paliar su ausencia teniendo siempre presente sus consejos. A su hermosa familia y amigos, las más sentidas condolenci­as de los muchos que en Editorial Perfil tuvimos el privilegio de interactua­r con él durante la última década.

Los CEO no solo no son siempre aptos para lo público, sino tampoco para manejar capital simbólico privado

En Cambiemos ven a Frigerio, igual que a Monzó, como “poco confiables” por tener “agenda propia”

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CEDOC PERFIL PABLO ROJO falleció a los 61 años este martes.

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