Perfil (Sabado)

Cuando la producción en serie no logra retratar el alma de los ídolos

- JUAN MANUEL DOMINGUEZ

Una biopic sobre la breve vida de Rodrigo Bueno, El Potro, la leyenda del cuarteto que logró que el género se expanda por la cultura popular.

Lo asfixiante de las biopic es que cuando no logran esquivar la mera cronología y los tics del género –sobre todo cuando todo conduce, como aquí, a una tragedia de un ídolo popular– realmente se sienten productos genéricos. Ese el principal pecado de El Potro, lo mejor del

amor: narrar antes que contar. A diferencia de Gilda, No me arrepiento de este amor, la biopic nac & pop anterior de Lorena Muñoz, aquí se pierde algo. Ese algo quizás sea el misticismo que existía allá, y que rodeaba a Gilda. O ciertas búsquedas menos tradiciona­les a cualquier film que cuenta la vida de una celebridad. Eso no implica que Muñoz no busque algo distinto aquí, pero esa sensación de contar mucho en poco tiempo termina reduciendo a cenizas lo que podrían haber sido muchas vetas del film: la tremenda presencia de Jimena Barón, y principalm­ente Rodrigo como fenómeno de una Argentina particular, al borde del desastre.

Al lograr que Rodrigo Romero, actor debutante y conseguido en un casting inmenso, que uno prácticame­nte no distinga su hazaña, eso de ser Rodrigo Bueno sin serlo, entonces la mirada pasa a los alrededore­s, a los ecos de esa vida. Y allí es donde varios momentos pierden unicidad, y son más bien sencillos de reconocer en el género: el momento de quiebre, el de luz, el ascenso, el descenso, la ceguera de la fama. Allí la película se pierde aquello particular del ídolo, su momento y su fulgor.

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FOX PENA. El polémico film no logra pasar de ser una sucesión sin fibra de hechos biográfico­s.

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