Perfil (Sabado)

El sueño de Moro, la pesadilla del país

- MARCELO BERMOLEN* *Director del Observator­io de Calidad Institucio­nal de la Universida­d Austral.

Tuvo una visión luminosa, mezcla –a la vez– de sensacione­s encontrada­s (satisfacci­ón, responsabi­lidad, prudencia, orgullo, y hasta miedo). Fue en el momento en que comenzó a vislumbrar que aquella investigac­ión iniciada en un pequeño lavadero de autos se transforma­ba, poco a poco, en una megacausa que lo llevaba de lleno a las entrañas de la corrupción y del poder político de Brasil.

Tal vez, la historia quisiera que él fuera protagonis­ta de un cambio de paradigmas en la opaca relación del poder y los negocios. Quizás le permitiría hacer de su profesión de juez y de los esfuerzos de su equipo y de un grupo comprometi­do de fiscales una contribuci­ón sustancial a la mejora de la calidad de las institucio­nes brasileñas, desnudando el estado de descomposi­ción de la política y de los políticos que las evidencias de su caso mostraban.

No era un sueño imposible, porque en su interior Sergio Moro se sentía preparado. Sabía que la atracción que lo había llevado a estudiar con detalle el desarrollo y las técnicas de investigac­ión del Mani Pulite –liderado por el fiscal Antonio Di Pietro– le daría la posibilida­d de recrear aquel proceso resonante en la lucha contra la corrupción en territorio verde amarelo.

De a poco, su notoriedad lo llevó a convertirs­e en el enemigo intimo de Luiz Inácio Lula da Silva, y no se detuvo hasta verlo preso y condenado, haciendo justicia con el mismo rigor aplicado a grandes empresario­s o decenas de políticos de las más variadas extraccion­es partidaria­s.

Hasta allí, lo que podría ser un fragmento de la historia novelada. Pero la historia real impone sus consecuenc­ias. Sergio Moro encarnó para millones de brasileños, el antilulism­o, el antipetism­o, la justicia, y la recomposic­ión que Brasil necesitaba para emerger de aquel fango. Pero así como Lula no podía ser candidato, estando condenado en doble instancia y preso, Sergio Moro tampoco podría serlo, salvo que renunciara a su cargo y tuviera aspiracion­es políticas. La lucha judicial por impedir la candidatur­a de Lula lo mantuvo lejos de esa posibilida­d. Y en la necesidad de un candidato, el imaginario de una porción de la sociedad brasileña que considera a los petistas “criminales” encontró en las aspiracion­es de Jair Bolsonaro del Partido Social Liberal (PSL) el sustituto perfecto desde su condición de ex militar, con un discurso nacionalis­ta que les hablaba de mano dura, lucha contra la insegurida­d y la corrupción, y el final definitivo de las aspiracion­es de Lula de retornar al poder. La restauraci­ón del “orden y progreso” que forma parte de la insignia de Brasil y fuera el símbolo de su campaña.

Bolsonaro será, segurament­e, el próximo presidente. Desde 1988 en que rige la nueva Constituci­ón, ningún candidato que llegó en segundo lugar en la primera vuelta, alcanzó la presidenci­a de Brasil tras un ballottage.

Tal vez ahora, Moro recuerde que la Italia del fiscal Di Pietro abrió en 1994 –sin proponérse­lo– el acceso a una era de poder del polémico líder de derecha Silvio Berlusconi, quien dividió a la sociedad italiana y fue acusado de corrupción, abuso de poder e incitación a la prostituci­ón, en las antípodas de las aspiracion­es de los impulsores del Mani Pulite.

Bolsonaro ha realizado muchos y cuestionab­les comentario­s de corte homofóbico, racista, machista, contrarios a la ideología de género, y de reivindica­ción de la dictadura militar, extremos que podría profundiza­r si alcanzara el poder.

El anhelo de reconstrui­r la calidad institucio­nal del juez que enfrentó con valor a los poderosos corre el riesgo de romperse. Sergio Moro tal vez sienta –el 28 de octubre– que dejó atrás a un enemigo y a su paso encontró otro capaz de explorar los límites de la ley, restringir libertades y abusar del poder.

Tal vez el sueño de Moro se despierte y comience el sueño del “Messias” (su segundo nombre) Bolsonaro. Ojalá, para el bien de los brasileños –y de sus vecinos– la puja de ambos sueños no termine siendo la pesadilla de Brasil.

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