Un melodrama puro, clásico y pleno
Desde un primer instante para esta nueva versión de Nace una estrella, la siempre reciclada desde los años 30 historia de un amor entre músico en su crepúsculo y música en ascenso a la gloria, Bradley Cooper quería a Lady Gaga. Así, Cooper quería sacudirse como un perro se saca agua de encima, los últimos resquicios de Sexiest Man Alive que venía cultivando desde su aparición masiva con ¿Qué pasó ayer?: contando una historia de amor sentida, un melodrama puro y pleno que sabe bien dónde pisa y que cree en la exageración antes que en la idea de una belleza falseada. Lady Gaga, entonces, es perfecta para realizar esa operación: lo teatral, incluso cuando mundano, es su cinturón (Gucci) negro.
Nace una estrella no busca ser perfecta. No busca ser fina. Claro, esto no quiere decir que no mire por el resquicio del ojo al Oscar. Se contiene muchas veces, se aferra a un ideal que es su peor demonio. Pero Gaga sabe de pasiones, de pasiones pop enormes, maquilladas, artificiales pero orgánicas y es quien, como si podara un bonsai, va dándole aire, sentimientos y emociones enormes a Nace una estrella. Y Cooper la cuida al mismo tiempo que la admira; por eso le regala la película y Gaga directamente la invade, cuidándolo a él de sus propios límites como director de su ópera prima. Cuando mejor suena, Nace una estrella mira a sus habitantes. Les permite enamorarse en un estacionamiento, los deja interactuar haciendo de los errores algo demasiado presente y les permite pequeños rincones de felicidad, que oscilan entre el talento de una mirada y el cuidado de un género que quiere siempre rompernos el corazón. Cooper confía en los actores, y por eso no necesita acrobacias o grandes riesgos como director: tan solo quiere contar esta historia, a su manera, con su Lady Gaga siendo dueña absoluta de un aura incandescente, imposible de frenar. Es una película noble, que cree antes que nada en que el cine cuando enamora puede sacar lo mejor de nosotros. Cooper cree en el cine más en que las tapas de suplementos, en la miseria de Instagram y en la modernidad descartable: su película es una balada preciosa que le debe cada instinto a Lady Gaga, mejor dicho, a todo lo que ella puede generar en una pantalla de cine.