Volver al reino perdido de la infancia, con exceso de nostalgia
CHRISTOPHER ROBIN: UN REENCUENTRO INOLVIDABLE
El famoso osito Winnie The Pooh imaginado por el británico A.A.Milne se conoció a mediados de los años 20 del siglo pasado. El peluche tuvo varios films de la Disney, uno de los primeros fue en 1966. Con el tiempo el simpático habitante del bosque de los Cien Acres fue más tarde compañero de un personaje real recreado a través de la ficción: Christopher Robin, hijo de Milne. Si bien el año pasado hubo otra producción sobre Christopher y los Milne, esta vez la factoría del gran Walt decidió reflotar a Pooh y Robin e insertarlos en la pantalla, contando la historia de un hombre que frente a los tropiezos económicos de la Segunda Guerra Mundial se reencuentra con el reino perdido de su infancia.
La actual producción es más melancólica que divertida. Si bien hay una buena recreación de los animalitos, el oso y sus amigos y su interacción con la familia de Robin, lo que más se destaca esta vez es la interpretación del siempre eficaz Ewan McGregor (Trainspotting), capaz de recrear el solo la fantasía y la compañía que significó el pequeño mamífero que vivía en una casa del bosque, en su niñez.
McGregor es una mezcla de adulto-niño que se solaza con un guión más patético que divertido y lo ubica en situaciones junto a su hija, jugando el papel de un padre que no pa-
rece demasiado comprensivo con la pequeña. Claro que se debe entender que ayer como hoy, este hombre de negocios que es Christopher Robin está atravesado por el estrés que le provoca trabajar en una fábrica de valijas y ser responsable de manejar la economía de un negocio que declina. En el film el dueño de la fábrica le propone hacer una lista de despidos, lo que entristece al empleado calificado y le tira por la borda sus planes de un viaje de fin de semana junto a su familia. Es ahí cuando en la soledad de un parque de Londres, Christopher se topa con el inefable Pooh, un peluche de hablar bastante pausado y presencia tristona, y si no se está a tono con este clima, al espectador inmediatamente se le ocurre pensar en lo divertido que es otro oso como Paddington, o el mal hablado de Ted, que acompañó en varias entregas a Mark Wahlberg.
Lo cierto es que la película se deja ver y tiene una buena ambientación, sólo exige que uno se ponga en sintonía con el pasado para poder disfrutarla. De lo contrario el espectador acostumbrado a los superhéroes es devorado por una tediosa melancolía.