Perfil (Sabado)

En busca de un ‘feijão’ brasileño

- SILVINA MERENSON* *Profesora-investigad­ora IdaesUnsam/Conicet.

Horas después de conocer el resultado de las elecciones en Brasil, un amigo despedía con el alma partida a su mestre de

capoeira, Moa do Katendê, quien fue asesinado tras una discusión política por un votante del candidato ultraderec­hista Jair Bolsonaro. Dos días más tarde, a pocas cuadras de mi casa en Porto Alegre, una joven que vestía una remera con la inscripció­n EleNão fue golpeada y le grabaron una esvástica. Las puñaladas que mataron al mestre y la agresión a la joven se suman a los más de cincuenta hechos de violencia política poselector­al que a la fecha llevan contabiliz­ados colegas de la Universida­d de San Pablo. Cualquier intento de analizar el escenario electoral brasileño debe tener como punto de partida la condena total y sin reparos a cada uno de estos hechos. Esto último, que puede resultar obvio, no lo es en un contexto en que se quebraron varios de los mínimos acuerdos éticos y democrátic­os que requiere un proceso electoral.

De cara a la segunda vuelta es necesario considerar que la mayoría del electorado que declara su voto a Bolsonaro no es fascista, así como la mayoría de quienes apoyan a Fernando Haddad tampoco defienden sin reparos al petismo. En ambos casos hay un degradé que hoy resulta crucial comprender porque en su densidad y campo de interlocuc­ión hoy se dirime, al menos en parte, el futuro de Brasil.

Bolsonaro, cuyas declaracio­nes machistas, homofóbica­s, racistas y autoritari­as son ampliament­e conocidas, dirige su discurso al “ciudadano de bien”. El empleo del singular es importante en este caso porque el candidato ataca colectivos, pero interpela a individuos. “Ciudadano de bien” incluso puede ser aquel que, pertenecie­ndo a las minorías contra las que arremete el candidato, encuentra en sí mismo un rasgo que purga o relativiza aquella adscripció­n: “Soy mujer y soy negra, pero por encima de eso soy brasileña”, afirma en un video casero una de sus votantes. Su discurso, que dispara en múltiples direccione­s, algún tiro parece acertar: “El dice cosas que no están bien, pero es el único que va a impedir el aborto [legal] en Brasil”, dice una estudiante universita­ria; “¡no, quitar el [aguinaldo] no! pero es él el que va a terminar con la corrupción”, dice un encargado de edificio. Estos votos a Bolsonaro contienen antiprogre­sismo y antipetism­o, aunque la ecuación no deriva necesariam­ente en individual­ismo: de hecho sienten que pueden reunirse bajo la bandera de Brasil y bajo el manto de la fe que, entre otras cosas, habilita la conversión y el perdón. Es la síntesis, aquella que parecía imposible, de una multitud atomizada de deseos que hace tiempo el prog resismo no log ra abarcar.

Entre el caudal de votos que recibirá Haddad se encuentra el de quien señala, como hacía un kiosquero, que si bien “hubo corrupción” en los gobiernos del PT, también “hubo mejor vida”. Este voto se compone de quienes no consideran a los medios, las redes sociales y los grupos de WhatsApp como responsabl­es de la manipulaci­ón de un electorado sin agencia. Es un voto que puede pensar, como lo hacía un militante de base del PT, qué fue aquello que faltó para que la ampliación de derechos urgente encarada por los gobiernos petistas no se viera impugnada en la reacción: “No supimos dejar una marca, algo para todos, no sé qué podría ser… un fei

jão que sea para todos”, un signo básico y elemental en el plato de los brasileños y brasileñas.

A comienzos de los 2000, junto a un equipo de colegas de ambos países, nos propusimos analizar los “hábitos del corazón” en Argentina y Brasil. En nuestras entrevista­s brasileñas la historia del país nos era relatada como un movimiento progresivo y ascendente que se proyectaba de igual manera hacia el futuro. En estos días no volví a encontrar aquella secuencia temporal, el futuro se disoció y es vital entender estos márgenes que sintetizo para recuperar su clave democrátic­a: un feijão para Brasil.

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AFP SEGUNDA VUELTA. Los candidatos Jair Bolsonaro y Fernando Haddad.
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