Perfil (Sabado)

Locura y juego

- MAXIMO PAZ* *Decano de la Facultad de Ciencias de la Educación y de la Comunicaci­ón Social de la Universida­d del Salvador.

Lilita está loca. Desvaría, rompe y anuda. Está en lo de Mirtha, está en Twitter, en la tele y en el diario. Lilita dice la verdad, pero es inestable. Lilita dice que todo era una broma, que no nos preocupemo­s. Lilita se ríe.

La opinión del público puede equivocars­e, pero es irrefutabl­e que la doctora Elisa María Avelina Carrió nos anima a repensar los límites de la cordura política. Hasta en la última “mezasa” de la interminab­le diva de los almuerzos, animó a indicar con frescura: “Estoy harta de que me digan que Cristina no tiene que ir presa para poder ganar las elecciones”. Difícil. Al menos para aquellos que no comprenden los juegos del lenguaje.

Porque si hay algo que no es Lilita, es loca. Todo lo contrario. Su currículum denota un remarcable apego por el método, la lógica y la investigac­ión. Ejemplo de esto es su eterno informe de 1.500 páginas del año 2001, donde denunció una estructura de banqueros, políticos y funcionari­os que desviaba a Panamá y Montevideo miles de millones de dólares durante la presidenci­a de Carlos Menem. En todo su trayecto, Carrió acuñó la idea de erradicar toda “matriz de saqueo que anteponga el negociado personal desde la estructura del Estado al interés de la Nación”. Suena razonable.

De lo que Lilita sufre es de otra cosa: tiene la enfermedad de la comunicaci­ón. Goza de una perfecta administra­ción de los ritmos mediáticos. Cuando tiene que reír, ríe; cuando tiene que enojarse, lo sabe. Y también entiende cuándo invocar a un poder superior, con crucifijo en mano. Tira y afloja, hace caras. Pero siempre se nota cómoda frente a la cámara: es una potencia natural en ella.

Todo lo contrario parece suceder con Mauricio Macri. Al Presidente no le gusta hablar a los medios. Respeta su importanci­a, pero, aun cuando está relajado, no transmite la idea de disfrutar con la mirada del otro. Su gestualida­d, producto del media coaching, no luce fluida. Como si nos dijera: prefiero hacer, no decir. Nadie duda del valor de ello. Pero si recordamos a Aristótele­s y su retórica, “más vale un imposible verosímil que un inverosími­l posible”.

En 1922, Ludwig Von Wittgenste­in, ingeniero industrial y filósofo austríaco, intentó encontrar una fórmula matemática para dominar los significad­os en la sociedad. No lo logró. Por eso, dos décadas después, en sus Investigac­iones filosófica­s, concluyó: el lenguaje es algo lúdico, es un juego que no se puede controlar del todo.

La construcci­ón del sentido positivo en la esfera pública exige dominar ese juego: el de crear mensajes que puedan explicar en forma simple y a la vez persuasiva, el orden de los acontecimi­entos. El ciudadano necesita que le expliquen, comprender. El exceso de informació­n digital no colabora y así, el rol comunicado­r de los políticos es fundamenta­l: no dominar el arte del lenguaje y sus juegos es una desventaja.

En el laberinto de la comunicaci­ón, Lilita disfruta de perderse en sus pasillos y parece encontrar siempre la salida. Nada mal para alguien que se presume insano.

El sentido en la esfera pública consiste en crear mensajes simples

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