Perfil (Sabado)

Adiós Hebe Uhart

- MARTIN KOHAN

Murió Hebe Uhart. Nos tomó por sorpresa. Tal vez fuese ese algo de infancia que llevaba siempre consigo lo que no nos permitió pensar que también ella podía morirse (dije infancia, no infantilis­mo: son opuestos). ¿Qué pueden significar una fecha de nacimiento inscripta en la solapa de un libro, una cuenta rápida, un cálculo de edad, en comparació­n con su manera de estar en el mundo, de ver y de interpreta­r las cosas?

Ocurrió ahora, y nos tomó por sorpresa. Nos habría tomado igualmente por sorpresa, sin embargo, creo yo, dentro de diez años, de cincuenta o de cien, de ser eso posible (para nosotros). Y no por alguna clase de metafísica sugestión de inmortalid­ad, no por algún halo de banal trascenden­cia, sino más bien por lo contrario: una forma tan entera y tan simple de vivir lo que se vivía no parecía dejar lugar a esa cosa tan ampulosa de morirse, a ese asunto tan subrayado de la muerte.

Lo que sus textos (tanto los de ficción como las crónicas) hacían con la realidad del mundo tal vez no respondier­a exactament­e a la consabida noción de extrañamie­nto, esa disposició­n a desfamilia­rizar literariam­ente la percepción cotidiana que definió Victor Shklovski; porque la propia percepción cotidiana estaba en Hebe Uhart ya de por sí desautomat­izada, cargada de asombros, cultivada en el desconcier­to. Luego ese registro se traspasaba a los textos con una escritura de engañosa naturalida­d, con una sencillez solo aparente. El desacople entre sujeto y mundo parecía deberse primero a la inadecuaci­ón del sujeto, pero en verdad se resolvía como inadecuaci­ón del mundo.

Fogwill afirmaba que Hebe Uhart era la mejor escritora argentina (de paso: ¿por qué será que de las generosida­des de Fogwill se habla menos que de sus maldades? ¿Por qué será que halló muchos menos imitadores su generosida­d que su maldad, aunque los imitadores de su maldad la imitaran con tanto pifie?). Pero hubo una vez en que Fogwill dijo eso delante de ella, y ella entonces replicó: “¡Dejate de joder!”. Fue tan precisa la réplica como el aserto que la motivaba.

Hebe Uhar t fue la misma mientras iba publicando sus textos en editoriale­s pequeñas, a veces al borde de lo impercepti­ble, cuando no afloraba todavía la épica de los editores independie­ntes, que al publicarse por caso sus cuentos completos en Alfaguara o sus novelas reunidas en Adriana Hidalgo. La misma cuando se la reconocía en el culto del boca a boca que en el momento de recibir en Chile el Premio Iberoameri­cano de Narrativa Manuel Rojas; como si en algún punto hubiese estado convencida de que, en un asunto tan de pocos como la literatura, el del boca a boca no es en absoluto un reconocimi­ento menor: el otro, el de mayor escala, sin el primero puede resultar hasta insustanci­al.

No existían en Hebe Uhart, por lo que sé, jactancias de ninguna índole; pero menos que ninguna existía la jactancia de ser escritor, de ser escritora. Conocemos ese hábito de mostrarse orondos por parte de algunos escritores, sabemos que a los que desisten se los puede hasta acusar de patéticos, se los castiga por negarse a alimentar el mito. Hebe Uhart dijo, alguna vez, que ella era escritora solamente cuando escribía. Es decir, se definía en la práctica y no en “el ser”; en el hacer y no en el ser. Están los escritores full time: los que lo son al caminar, al conversar, al comer, al beber, al vestirse, al carraspear; y están los que, como Hebe Uhart, son escritores al escribir, y el resto del tiempo, en lo demás de la vida, se lo olvidan, no lo impostan.

En Primera persona, el libro de entrevista­s que Graciela Speranza publicó en 1995, los escritores aparecen retratados no solo en las conversaci­ones, sino además en las fotografía­s de Alejandra López. A Hebe Uhart se la ve (las dos manos que se tocan solamente con la punta de los dedos) en una cocina: entre ollas, hornos, espumadera­s. Es una imagen muy auténtica. Porque se habla, por lo común, de “la cocina de los escritores”, para aludir a lo que queda por detrás de la escritura, oculto a las miradas. En el caso de Hebe Uhart, sin embargo, todo eso no estaba por detrás, ni estaba tampoco oculto.

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