Comedia romántica para el amor adulto
Netflix creía que había resuelto el dilema de las comedias románticas. Ahí andan siempre, oxidadas, reiterativas, revigorizantes y/o indies, en Broadway o en Hollywood –o en sus suburbios, claro–. El gigante de la N tenía con qué hacerlo: dos películas como Sierra Burguess is a Lo
ser y Set It Up no renegaban un gramo del género: lo dividían, primero, en franjas de edad y de raza y, segundo, creyendo en la comedia sentida e inteligente, que no menosprecia el carisma, una línea de diálogo bien escrita y una idea sobre el mundo.
El estreno de Amor de vinilo, título que viene a demostrar que quienes compran películas no necesariamente saben escucharlas, deja en claro que esta es la comedia romántica del año. Incluso deja en evidencia en su drama amable, en su fascinación por las canciones, cierta festividad, cierta sensación de artificialidad. Es justo:
Juliet, Naked, tal su nombre original, está basada en el libro
Juliet, desnuda, novela de Nick Hornby, santo patrono del pop. El escritor no dirige, pero es imposible no sentir su aura.
La Julieta del título no es otra cosa que una versión pirata de un disco clásico de los 90, uno que grabó Tucker Crowe (Ethan Hawke, perfecto en su modo de belleza que odia cada paso que da pero que es dueña de cada habitación en que entra). Tucker desde aquella década no aparece. Y Duncan (Chris O’Down) habla horas sobre él, con la misma sensatez y sentimientos con los que le dice a su mujer (Rose Byrne, siempre perfecta en su tensión comprensible) que prefiere escribir en la web por que “se siente escuchado”. Pe- ro ellos, Hornby y Jesse Peretz logran que la película amague conflictos ñoños, que decida mostrar a sus personajes sin caricaturas (con cierta esperanza, siempre) y decida hacer del amor una decisión adulta antes que una fuerza de la naturaleza del marketing.
Amor de vinilo tiene demonios y pasiones, no cree en lados A y B. Cree sí en todo aquello que nos erosiona y nos hace sonar, incluso rayados, distintos.