Perfil (Sabado)

Carnaval sin máscaras

- BERNARDA LLORENTE* *Politóloga. Experta en Medios, Contenidos y Comunicaci­ón.

Nació como emergente de una época turbulenta, en el que el bien y el mal parecían fundirse y confundirs­e, además de crear sus propios “monstruos”. A 200 años del nacimiento de Frankenste­in, ese mito universal nacido de la pluma de Mary Shelley que fue tomando vuelo propio hasta volverse incontrola­ble, hoy se reencarna en cuerpos e imaginar ios sociales, con distintos rostros y un mismo discurso.

La consagraci­ón de Jair Bolsonaro como nuevo presidente de Brasil desenmasca­ró a un establishm­ent dispuesto a renunciar a las “formas” para conservar los hilos del poder real más allá de la fachada. El ex militar, propenso a desafiar los límites en una democracia como la brasileña, tan vapuleada y debilitada, expresa en discurso torpe la convicción y decisión del capital carioca y sus aliados: evitar que los proyectos populares condicione­n o direccione­n intereses propios y aliados.

Los trozos que van conformand­o el “monstr uo” también se hilvanan con frustracio­nes, miedos, resentimie­ntos de sectores que creyeron “pertenecer” a un modelo que se fue diluyendo y, con él, parte de sus aspiracion­es e ilusiones. Desde esa decepción emanó un “ejercito de desesperan­zados” en el sistema político, dispuesto a creer que la “mano dura” es la respuesta ante un “pánico moral” que plantea la disyuntiva entre el orden o el caos.

La “derecha alternativ­a”, como prefiere llamarse a sí misma la expresión política extrema en sus formas aunque no demasiado distinta en sus contenidos, ha hecho de la “verborragi­a escandalos­a” su marca, y del eslogan efectista y violento la herramient­a a“medida” para captar titulares, zócalos y redes.

Steve Bannon, el ultrarreac­cionario cerebro del equipo de Donald Trump en 2016, experto en fake news, campañas sucias y big data, desde hace meses viene trabajando para Jair Bolsonaro. El “gurú” de moda conoce al dedillo a esa masa acrítica y desinforma­da, cada vez más refractari­a a la política, tanto en sus posibilida­des de comprensió­n como en su ejercicio. Gran parte de los brasileños que depositaro­n su voto y su confianza en un diputado bastante gris que hoy exalta multitudes, que confiesa saber tan poco como ellos de economía o de políticas públicas, han sido subyugados con la promesa de volver a poner al país en el pedestal de los “grandes”. No importa cómo se logre o la fragilidad conceptual en las escasas propuestas de gobierno. El “nuevo sentido común” que se impuso en las urnas está vacío de complejida­des y esencias, pero nutrido de la “certeza” autoritari­a de que “sin orden no hay progreso”.

Tanto Donald Trump como Jair Bolsonaro fueron, en principio, protagonis­tas destacados de la política como espectácul­o, alimentand­o con sus exabruptos una resonancia mediática que los necesitaba en el show business pero los miraba con desconfian­za. En términos numéricos, sus pisos se acercaban demasiado a techos que medidos desde la prudencia y la sensatez parecían difícilmen­te perforable­s. Pocos pensaron ser iamente que los jóvenes brasileños, los millennial­s, depositarí­an en “Mito” la idea de “cambio”. Justamente alguien que propone acabar con las minorías raciales, sexuales y con cualquier manifestac­ión de progresism­o. Tampoco que el establishm­ent económico, financiero y mediático, para quienes aparecía como un arlequín funcional al sistema aunque se empeñara en mostrarse como outsider, terminara pragmática­mente dándole su aval –por lo tanto su triunfo– con tal de frenar al PT y garantizar sus intereses, al menos a corto plazo. El juez Moro que encarceló a Lula ya forma parte del nuevo gabinete.

Algo similar ocurre con Trump, que medirá nuevamente su fuerza electoral el 6 de nov iembre. Los discursos profundame­nte antidemocr­áticos de ambos, avalados en procesos democrátic­os, confirman la crisis del sistema político.

La intoleranc­ia o el odio marcan el pulso de un tiempo complejo, en el que la violencia simbólica se materializ­a en actos y en discursos. No solo ha crecido, también se ha naturaliza­do. El sentimient­o “anti” se legitima desde arriba y se replica hacia abajo.

Sin embargo, no todo está perdido. No menos del 45% de los electorado­s se opone férreament­e y piensa y lucha por otro mundo posible. Estar de este lado de la “grieta” da esperanzas. También dignifica.

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AFP IDEOLOGO. Steve Bannon, cerebro del equipo de Trump y Bolsonaro.

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