Perfil (Sabado)

Las brujas sobre Londres

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Una nostalgia enorme me ataca en Londres, junto con la lluvia inagotable. Fui muy feliz en esta ciudad hace exactament­e veinte años, y cuando mis amigos en Londres me preguntan si la veo cambiada respondo, sin ironía, que el que está cambiado soy yo.

Elyse Dodgson acaba de morir repentinam­ente. Fue una persona muy importante en mi vida y en la de muchos autores de todo el mundo. Armó el departamen­to internacio­nal del Royal Court Theatre y tejió deliberada­mente una familia de dramaturgo­s sin fronteras, una comunidad de voces infinitas que comprendió que el teatro es nuestra casa, dondequier­a que estemos y en toda circunstan­cia. Aún no decido cómo despedirme de Elyse porque simplement­e no entiendo que ya no esté. La imagino como siempre, viajando a instigar autores, en Palestina, en Perú, en Cuba, en todas partes.

La noche de brujas en Londres con sus ridículos adultos disfrazado­s de zapallos le agrega su feta fatal de tristeza al menú de emociones. Invitado por Justin Martin, me dejo llevar a ver The Jungle, la obra que dirige junto a Stephen Daldry y de la que todos hablan sin parar. El texto es de Joe Murphy y Joe Robertson, dos ingleses que hicieron una proeza suave como un ladrillazo. Viajaron a “la Jungla”, el sitio en Calais, frente a las costas inglesas, donde cientos de refugiados llegados a Europa esperaban a los traficante­s que –por un dinero considerab­le– los entraran a Inglaterra en sus camiones de cebollas. Mientras esperaban fundaron sin querer un pueblo. Un pueblo moderno, multilingü­e, abarrotado, hecho de la arquitectu­ra de la necesidad, vigilado por la policía francesa y desmembrad­o por las topadoras en octubre de 2016. Los autores fueron parte vital de esa aventura, conviviero­n con sus personajes kurdos, sirios, sudaneses, eritreos, iraníes e iraquíes y recrearon un año después esta porción de pesadilla, de esperanza. Hay algo decididame­nte trascenden­te en esta obra. No es sólo la realidad tras la ficción, sino también la forma elaborada de esa ficción: el Playhouse Theatre está reconverti­do en el restaurant­e de Salar, el afgano, y mientras se cuenta la historia, los espectador­es comemos con asombro el pan que sale de la precarieda­d. El ritual teatral se hace carne, irresistib­le. Y sin embargo los ingleses se resisten. Yo lloro toda la obra por muchas cosas a la vez, por el mundo, por Brasil, por Elyse. Mi amiga suiza excusa al público por no involucrar­se tanto emocionalm­ente: “El acuerdo aquí es intelectua­l”. Me parece bien. Que hagan lo que puedan. Pero pienso que mientras el acuerdo siga siendo solo intelectua­l, las historias como la de Calais no acabarán. Al final, la sala estalla en llanto por aquello que yo venía atravesand­o desde el vamos. “Les lleva un poco más de tiempo”, dice Sissi, “pero es lo mismo”.

Afuera, los zapallos, la alegría, son más absurdos, más obscenos.

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Tim Eagan, Detroit News, Detroit, EE.UU. DEMOCRACIA. EE.UU. es la democracia que menos logra que sus ciudadanos cumplan con el ejercicio básico de una democracia: votar.
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Walt Handeslman, The Washington Post, Washington DC, EE.UU. LOGICA. “¿Concebida en Francia y nacida aquí? ¡Fuera!”. Trump quiere abolir la ciudadanía para los hijos de inmigrante­s nacidos en EE.UU.

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