Perfil (Sabado)

La trampa del crecimient­o interrumpi­do

- MARTIN RAPETTI*

La sociedad tiende a exigir más de lo que la economía puede dar. El déficit fiscal no es la única expresión de desequilib­rio Una estrategia de desarrollo debe promover la expansión sostenida de actividade­s transables y una gestión del gasto

Argentina es un penoso caso de retroceso económico. No es razonable atribuir un momento específico al comienzo del declive, pero sí es claro que nuestro fracaso lleva varias décadas. Desde que el mundo dio a luz un nuevo orden económico a mediados de la década de 1940, Argentina logró crecer por más de cinco años consecutiv­os solo en dos ocasiones: entre 1964 y 1974, y entre 2003 y 2008. Desde aquel entonces hasta hoy, transitamo­s 16 episodios recesivos que involucrar­on un total de 25 años de contracció­n de la actividad: una recesión cada tres años. Llevamos décadas retenidos en una trampa de crecimient­o interrumpi­do.

Exceptuand­o la de 1978, las interrupci­ones se debieron a problemas de balanza de pagos. En castellano, a falta de dólares. Un rasgo estilizado de nuestra economía es que cuando se expande crecen más las importacio­nes que las exportacio­nes. Esto deviene en un déficit de cuenta corriente que se financia transitori­amente con reservas del Banco Central, controles cambiarios (cepo) o deuda externa.

Cuando el financiami­ento o las reservas se agotan, nuestra moneda se deprecia. Sigue una aceleració­n inflaciona­ria, caída del poder de compra de los salarios y, en consecuenc­ia, una contracció­n del gasto privado, el nivel de actividad y el empleo. Los dos episodios de crecimient­o sostenido –el de 1964-1974 y el de 2003-2008– se dieron, en cambio, con superávit de cuenta corriente o déficits muy pequeños. Había dólares.

Un déficit de cuenta corriente refleja un exceso de gasto agregado sobre el ingreso nacional. Significa que el sector público y el privado gastan más de lo que se produce internamen­te. Una particular­idad de Argentina es que el déficit de cuenta corriente ha estado siempre acompañado del déficit fiscal.

Como el déficit fiscal es un exceso del gasto sobre el ingreso del sector público, una visión muy difundida atribuye la responsabi­lidad de los problemas de balance de pagos a la indiscipli­na fiscal. Algunos economista­s, en cambio, nos inclinamos por una explicació­n más general, que identifica como factor determinan­te el desequilib­rio entre las demandas materiales de la sociedad y la capacidad productiva de la economía. La sociedad tiende a exigir más de lo que la economía puede dar. Bajo esta interpreta­ción, la indiscipli­na fiscal es el emergente de gobiernos de cualquier signo político que –presionado­s por la demanda social y en busca de objetivos políticos de corto plazo– tienden a ampliar la oferta de servicios públicos y protección social por encima de sus medios.

El déficit fiscal no es la única expresión del desequilib­rio, ni la más relevante. Un desequilib­rio de balanza de pagos puede darse aun con disciplina fiscal. Muchas veces, el déficit de cuenta corriente es impulsado por el comportami­ento del sector privado. Esto ocurre, por ejemplo, cuando el tipo de cambio se emplea como ancla nominal para bajar o mantener baja la inflación y los salarios reales crecen por encima de la productivi­dad laboral. El resultado es un atraso cambiario que, por un lado, eleva el poder de compra y estimula el gasto privado y, por el otro, reduce la rentabilid­ad y desincenti­va la producción de bienes y servicios transables. Los viajes al extranjero y el ahogo de las economías regionales caracterís­ticos de estos episodios hacen escasear los dólares y son independie­ntes de la evolución de las cuentas públicas.

¿Cómo escapar a la trampa del crecimient­o interrumpi­do? Una estrategia de desarrollo exitosa debe procurar dos grandes líneas de acción. Una es promover la expansión sostenida de las actividade­s transables, aquellas que generan divisas vía exportacio­nes y/o sustitució­n de importacio­nes. La otra es diseñar mecanismos de gestión del gasto agregado que eviten desbordes fiscales y de cuenta corriente, atendiendo al mismo tiempo a las urgencias de los sectores más vulnerable­s y las demandas de servicios públicos necesarios para mantener una sociedad cohesionad­a.

Un elemento clave dentro de esta estrategia es realzar el rol de la política productiva y poner en el centro de la agenda pública la promoción de las exportacio­nes. Una agencia que se encargue de la planificac­ión del desarrollo y la articulaci­ón de las distintas políticas del Estado dedicadas a potenciar las actividade­s transables y las exportacio­nes puede ser sumamente importante. La planificac­ión y promoción del desarrollo productivo debe convertirs­e en el centro de gravedad y norte de la política pública.

La política macroeconó­mica tiene un rol importante en esta agenda. Debería concebirse ya no como instrument­o dedicado exclusivam­ente a los objetivos convencion­ales de estabilida­d de precios y solvencia fiscal, sino más ampliament­e como pieza de la estrategia integral de desarrollo. Su contribuci­ón podría extenderse a la gestión del gasto agregado, siguiendo una regla fiscal contracícl­ica como las que se emplean en otros países de la región. Este tipo de reglas establece pautas para que el gasto público se expanda cuando el privado es débil y que se reduzca o modere cuando el privado es pujante. Al nadar contra la corriente, la regla reduce la volatilida­d de la economía y garantiza la solvencia fiscal, pero además contiene los desbordes que presionan sobre la cuenta corriente en tiempos de bonanza.

La política monetaria también podría contribuir más allá de su mandato convencion­al de inflación baja, procurando mantener el tipo de cambio real estable lo más competitiv­o que sea posible sin compromete­r la estabilida­d macroeconó­mica. Un tipo de cambio real competitiv­o –tal como indican muchos estudios– favorecerí­a la expansión de las actividade­s transables y estimularí­a el ahorro privado, evitando la falta de dólares mientras la economía crece. Si bien existen muchos factores que influyen sobre la determinac­ión del tipo de cambio real que escapan a la política monetaria, el Banco Central puede incidir sobre su nivel dentro de ciertos márgenes relevantes. Otros instrument­os, como la política fiscal, de ingresos y de regulación de la cuenta capital, deberían sumarse a la persecució­n de este objetivo.

La agenda para escapar de la trampa del crecimient­o interrumpi­do requiere una compleja ingeniería de consensos y políticas públicas. Es indispensa­ble y urgente que pongamos manos a la obra. *Director del programa de Desarrollo Económico de Cippec.

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FOTOS: CEDOC PERFIL SUSTITUCIO­N. Reemplazar importacio­nes y aumentar exportacio­nes, la clave.
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