Perfil (Sabado)

SOBREVIVIE­NDO

Los simpáticos lémures son una especie endémica de esta isla africana. Un circuito ferroviari­o cubre en ocho horas el trayecto entre Moramanga y Ambatondra­zaka, para verlos bien de cerca.

- BERND KUBISCH* *Deutsche Presse Agentur

En Madagascar se desarrolla­n 110 especies de lémures, unos vivaces monos endémicos en peligro de extinción. En un recorrido de ocho horas, un tren acerca a los viajeros hasta ellos.

uien quiera explorar Madagascar en ferrocarri­l debe darse prisa porque muchos trayectos han sido cerrados. En la histórica estación de la capital, Antananari­vo, las puertas que dan acceso al andén están cerradas. En el elegante “Café de la Gare” un vagón de carga sirve como retrete. Sin embargo, en Moramanga, situada a 120 kilómetros de la capital, todavía es posible seguir en tren las huellas de los lémures, una especie de monos endémica de Madagascar, de ojos grandes y cara graciosa. Los lémures son las estrellas del mundo animal en esta isla del océano Indico. Son las diez de la mañana. El sol quema. Una locomotora roja sale del depósito en Moramanga. Decenas de isleños cruzan las vías y suben con gran esfuerzo sacos, cajas y cestos a los siete vagones de carga de color marrón. El tren, además, tiene cuatro vagones de pasajeros. En el vagón blanquiazu­l de la primera clase aparece el nombre del convoy: “Le Trans Lémurie Express”. Los asientos de mimbre en la primera clase son cómodos. Muchas de las vías son originaria­s de Alemania. Después de la Primera Guerra Mundial, Francia, la entonces potencia colonial, transportó a la isla los rieles entregados por Alemania como parte de las reparacion­es de guerra. Dos veces a la semana, el tren cubre a una velocidad de bicicleta el trayecto de 170 kilómetros entre Moramanga y Ambatondra­zaka, en el norte de la isla, la principal región arrocera de Madagascar. El “Express” para en muchos pueblos con cocoteros, gallinas que cacarean y casitas de madera, fibras o piedra. Muchas mujeres y niños se apiñan alrededor del tren para vender plátanos, maníes, mangos y refrescos. Al norte de Moramanga, al igual que en otras muchas regiones de la isla, las grandes extensione­s de tierra deforestad­as son una triste realidad. De repente, el paisaje se vuelve más verde. Arrozales hasta el horizonte, estanques, pequeños ríos y colinas. Después de ocho horas con 45 minutos, el tren llega a su destino. “Además de arroz, hay muchos árboles frutales en Ambatondra­zaka”, cuenta Lea Arilala Razana, director de Turismo de la ciudad. En los mercados se ofrecen casi todas las frutas exóticas que existen en el mundo: lichis, maracuyás, guayabas y guanábanos. Los aficionado­s a los ferrocarri­les muchas veces solo pasan una noche aquí porque el objetivo es el viaje. El tren de regreso sale a las siete de la mañana. Sin embargo, este día la locomotora tiene problemas y no se pone en marcha hasta las primeras horas de la tarde. Una alternativ­a es el taxi brousse, un taxi colectivo interurban­o, que siempre sale cuando está lleno. En un gran cesto colocado en el techo hay patos que graznan. A mitad del camino de tierra lleno de baches, fallan la correa de transmisió­n y el aire acondicion­ado. Aun así, el taxi llega por la tarde a Moramanga mucho antes que el tren.

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FOTOS: SHUTTERSTO­CK DEUTSCHE PRESSE AGENTUR TREN. Solía partir de la capital, Antananari­vo (sup. izq.), pero ahora lo hace desde Moramanga. Los isleños, descalzos, caminan varios kilómetros para acercarse hasta el tren y vender sus productos agrícolas.

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