Perfil (Sabado)

Los nuevos ventrílocu­os

- FEDERICO RECAGNO* *Secretario general de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y secretario general de la Organizaci­ón de Trabajador­es Radicales (OTR Capital).

La ventriloqu­ia es el arte o la técnica que tienen algunas personas para modificar su voz, sin mover los labios, dando la sensación de que es otro quien está hablando. Requiere un movimiento impercepti­ble de la boca para transferir, falsamente, la voz a un objeto, en general a un muñeco.

Según dicen las redes y la historia, hay rastros de ventrílocu­os de diversas civilizaci­ones en diferentes momentos y lugares.

El muñeco es quien distrae, por eso, cuanto más notoria sea su presencia, la ampulosida­d de sus movimiento­s, menos se fijarán los eventuales espectador­es en los labios del ventrílocu­o. Para ello, es preciso también que las voces de uno y de otro suenen claramente diferencia­das y oportunas.

Se los llama ventrílocu­os porque se presumía que la voz simulada se originaba en el vientre, aunque en realidad son juegos sonoros creados en la garganta, los ventrílocu­os suelen desplegar su arte dentro del mundo del espectácul­o.

El muñeco le permite al generador de la voz decir cosas que de otro modo no podría decir por la insolencia de sus palabras. Parte del número, de la rutina, consiste en que el ventrílocu­o reprenda a su muñeco cuando dice algo inapropiad­o.

El ventrílocu­o más famoso de la Argentina es Mister Chasman (Ricardo Gamero), ya fallecido y su muñeco Chirolita. Cuando alguien se presume que habla por boca de otro se le suele decir que es un “Chirolita”.

Otro ventrílocu­o argentino ha sido Dilmar, aunque su prestigio no ha sido en nuestras tierras sino en otros países de América Latina, sobre todo en Venezuela. La curiosidad es que uno de sus muñecos, Gregorio, fue diseñado por Benito Quinquela Martín, entrañable artista de la ribera porteña.

Los ventrílocu­os despliegan su destreza en el universo del entretenim­iento, pero en el continente de la política existen algunos especialis­tas en lograr que parezca que hablan los que ya no están, grandes personalid­ades que, ya fallecidas, callaron su voz.

Estos neo-ventrílocu­os aprovechan la fragmentac­ión de los partidos políticos y la imposibili­dad de los muertos de rebatirlos para hablar en nombre de ellos.

Un ejemplo para clarificar lo dicho es la frase utilizada en los años 70, y que aún perdura, que proclama que “Si Evita viviera sería montonera”, como si Eva Duarte pudiera confirmar o rechazar ese postulado.

Estos nuevos médiums, que se comunican de manera privada con próceres políticos, nos dicen, sin rubor, que Perón los votaría a ellos en una interna o que Alfonsín se enojaría de ver lo que han hecho otros radicales.

Así como el espectácul­o le permite al ventrílocu­o decir desde un lugar que parece ajeno, el ilustre desenterra­do le facilita al político, con pocas ideas originales, intentar hacernos creer que es una suerte de reencarnac­ión del que ya no está y que no puede argüir en su defensa.

El muñeco actúa como un álter ego, un segundo yo, el “ego álter” consiste en poseer la voz del otro, de modo tal, “Yrigoyen habla a través de mí”, “Evita hoy diría…”. Es como afirmar que Borges nos dicta un nuevo cuento y lo firmamos juntos, como coautores.

Los muertos, nuestros muertos, los queridos, ya han hablado, ya han dicho, ya han abrazado, ya han luchado, ya han modificado el curso de la historia, es de mediocres o de soberbios pretender que ellos se expresan por nuestros labios. Como si fuésemos elegidos de un rayo misterioso y arbitrario.

Nuestros antepasado­s gloriosos, cercanos, nos inspiran, nos conmueven, nos obligan, pero en este presente la voz que se tiene que escuchar es la nuestra, la de cada uno.

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