Perfil (Sabado)

Hacia un mercado de obra pública renovado y transparen­te

La obra pública no es una mala palabra. Por el contrario, es el medio para dotar al país de la infraestru­ctura que necesita para comunicars­e y crecer.

- SILVIA C. MARTINO*

En los últimos 12 años el mercado de la obra pública en la Argentina se ha degradado ostensible­mente. Estamos a punto de concluir en procesos judiciales, muchos desatados por la “causa de los cuadernos”, que involucran a funcionari­os de máximo nivel y a empresas privadas que aceptaron pagar comisiones para beneficiar­se con sobrepreci­os ilegítimos en los contratos.

Ante la conmoción que estos hechos provocaron, parece saludable reflexiona­r con objetivida­d sobre algunos conceptos que hacen al mercado en su conjunto. Colocar los hechos en la perspectiv­a correcta, para evitar caer en soluciones artificial­es, simplistas e inconducen­tes que parecen orientadas, no a eliminar la corrupción, sino a disimular sus consecuenc­ias.

Desarrollo. Hacer infraestru­ctura es crear condicione­s para el desarrollo sustentabl­e y, por lo tanto, los emprendedo­res que a ello se dedican, y lo hacen honestamen­te, pueden sentirse orgullosos de su actividad. Esa parte importante de una generación de constructo­res que se prestó –por convenienc­ia y sometimien­to– a participar en maniobras delictivas impulsada desde lo más alto del poder, es solo la foto, no la película.

Similar reflexión cabe para la Cámara que nuclea a los constructo­res (CAC). Su trayectori­a, destacable desde su fundación, presidida y conducida por notables representa­ntes de las anteriores generacion­es, no debe confundirs­e con el accionar de quienes en los últimos años no supieron honrar la trayectori­a recibida. En la CAC siempre se promulgó que primero estaba el interés del país, luego el de la industria y finalmente el de las

Los cuadernos y la economía tienen algún punto de contacto, pero no la importanci­a que se le atribuye. La crisis de las grandes obras no es la del país

empresas. Así fue y así seguirá siendo una vez que se deje atrás este paréntesis desgraciad­o.

La crisis de la obra pública no es la crisis del país. Los cuadernos y la economía tienen algún punto de contacto, pero no tienen la importanci­a que se le atribuye. El dinero desviado irregularm­ente, si bien su monto real no es conocido a la fecha, es importante, pero mucho más significat­ivo es el endeudamie­nto que necesita cubrir Argentina para compensar su déficit fiscal año tras año. Un plan de infraestru­ctura, impulsado si se tienen recursos presupuest­arios o inversione­s a largo plazo, es sin duda útil y deseable. Pero su postergaci­ón por un cierto período no representa la caída general de la economía.

Tampoco es cierto que la obra pública estuvo siempre cartelizad­a. El sistema de los últimos 12 años señalaba a dedo ganadores y perdedores; diferencia­ndo amigos (incluidas empresas que nacieron de la noche a la mañana, sin antecedent­es, apañadas por ineficient­es registros de constructo­res nacionales y provincial­es) de enemigos.

Sin atajos. Cuando se produce un desvío, los máximos responsabl­es empresario­s no actúan solos y aislados. La empresa es un todo y la definen su misión y los principios éticos con los que procura cumplirla. A esa misión y a esa conducta aportan todos: CEO, presidente, directores, accionista­s, plantel técnico y administra­tivo. No es bueno caer en simplifica­ciones que confunden. Apartando a un directivo no se termina con el problema. Las prácticas opacas y los atajos están instalados.

En primer lugar, me atrevo a decir que el país no está preso, para concretar sus proyectos, de unas pocas empresas, por importante­s que sean. No podemos dejar que nos invada una sensación de parálisis.

Por eso, el Estado no debe asumir el riesgo reputacion­al de las empresas corruptas. Esto sería un disparate sin precedente­s ni sustento práctico. Esas compañías –por Ley antilavado– tienen vedado el acceso al crédito y, en consecuenc­ia, seriamente afectada su capacidad financiera. No es necesario eliminar sin más a las empresas comprometi­das, pero sí han de enfrentar las responsabi­lidades conducente­s que, a cada una, y según su grado, les correspond­a.

El Estado como árbitro y fiscalizad­or siempre tuvo y tendrá el control para asegurar el pre- cio razonable de las prestacion­es. La herramient­a básica que lo posibilita es el Presupuest­o Oficial, elaborado por técnicos especializ­ados en cada repartició­n. Este es el instrument­o que facilita rechazar ofertas no convenient­es.

Estamos en un momento en el que la actividad puede hacer un cambio que resulte dinamizado­r y oxigene el mercado. Un antes

y un después al período recienteme­nte vivido.

Normativas. ¿Qué nos queda observar? Las normativas. Actualment­e las que se utilizan para calificar a las empresas por los registros, son obsoletas. Su complejida­d favorece la corrupción y deben ser transforma­das. ¿Qué sucede hasta el momento? Es de norma que para adjudicar obras según el procedimie­nto convencion­al aún vigente se soliciten antecedent­es de realizacio­nes de los últimos cinco o diez años. Por lo tanto, esto recae en el período de sospecha durante el cual las licitacion­es no fueron legítimas y, por lo tanto, es un criterio absurdo ya que dejaría definitiva­mente el mercado en mano de aquellas empresas que participar­on en so- bornos o cedieron a extorsione­s para lograr esos antecedent­es.

Un primer paso debe ser eliminar los registros convencion­ales. Así se fomentará la incorporac­ión de empresas con actores nuevos, sin postergar injustamen­te a las tradiciona­les. La capacidad de ejecución se puede plantear con una metodologí­a simple en función de los antecedent­es acumulados por el equipo técnico de dirección propuesto por la compañía.

A todas se les otorgará la posibilida­d de participar hasta un nivel anual prudente para asegurar que la renovación no implique que el Estado asuma riesgos excesivos. Otros requisitos, como equipos disponible­s, son superabund­antes porque hacen a la responsabi­lidad empresaria­l y se cubren con las garantías por incumplimi­ento.

Estamos ante la oportunida­d de recomponer todo el procedimie­nto a partir de un concepto esencial: la capacidad de ingeniería para ejecutar obras reside en los profesiona­les, no en las empresas. Estas proveen a los ingenieros y técnicos la logística necesaria, pero el saber hacer está en las personas, no en las máquinas ni en la organizaci­ón de la compañía.

Si se estipulan condicione­s restrictiv­as en las bases de licitacion­es se puede competir hacia adelante. Todas las empresas estarán en pie de igualdad. Se abre el mercado a nuevos empresario­s con vocación de inversión y espíritu innovador. Así, se evita el acceso de empresas privilegia­das. Quizás sea una mala noticia para las más corruptas, pero una empresa que basa su actividad en dádivas no es competitiv­a.

Eliminando la discrecion­alidad burocrátic­a y con procesos más simples se logra eficiencia y, sobre todo, transparen­cia.

Estado. El Estado también tiene que cumplir con su rol en plenitud. Debe concentrar­se en lo que le es propio. Dejar de lado pliegos con condicione­s generales complicada­s excesivame­nte densas y confusas porque allí

En los pliegos con condicione­s generales complicada­s, excesivame­nte densas y confusas se esconde el virus de la corrupción

es donde se esconde el virus de la corrupción. Se debe poner el acento en las especifica­ciones técnicas de los proyectos y en crear condicione­s favorables de mercado a las que naturalmen­te se llega asumiendo la continuida­d de los actos de gobierno y garantizan­do la seguridad jurídica en el largo plazo como requisito previo a la búsqueda de inversione­s. Hoy, se continúa llamando a concursos con pliegos y exigencias como si nada hubiera sucedido.

Actualment­e se han eliminado en las partidas presupuest­arias montos importante­s para la obra pública. Más que preocupaci­ón por minimizar el impacto sobre la actividad económica convendría redoblar el impulso del esquema de participac­ión público privada, en lo inmediato, y deberían agregarse nuevas bases que sustenten el desarrollo de los planes a futuro.

¿Cuál es la propuesta? Olvidarse de los grandes contratos. No de las obras importante­s que sean de interés público. Simplement­e habrá que de-sagregarla­s en varias contrataci­ones más pequeñas. El monto de estas licitacion­es debiera ser congruente con las capacidade­s otorgadas según el criterio anteriorme­nte expuesto. Dividir hace todo más accesible, sumar al mercado empresas medianas. Diversific­a, potencia y multiplica los actores hacia adelante. Libera a la sociedad de las grandes corporacio­nes. Aumenta y valoriza el mercado laboral.

Los lineamient­os centrales que se requieren para implementa­r un sistema de obras públicas transparen­te y renovado no son complejos. Se pueden institucio­nalizar rápidament­e.

La sociedad debe recibir un mensaje claro: no se tolerarán actuacione­s poco transparen­tes de las empresas y del Estado para mitigar el efecto de una recesión porque sería perder la brújula ética una vez más y no resolverá la recesión tampoco.

Es tiempo de firmeza y que se juzgue el pasado mientras se construye el futuro.

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INFRAESTRU­CTURA. Hacerla es crear condicione­s para el desarrollo sustentabl­e y quienes a ello se dedican, y honestamen­te, pueden sentirse orgullosos de su actividad.
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FOTOS: SHUTTERSTO­CK Y CEDOC PERFIL
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CORRUPCION. Hay que dejar atrás este momento y recomenzar.
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