Perfil (Sabado)

Candidato tapado

Quienes lo impulsan lo ven como un neutral, sin odios manifiesto­s ni contaminac­ión K.

- ROBERTO GARCÍA

Nadie es nada” en oposicion a “Mi nombre es nadie”. Casi un dilema filosófico, al menos para Roberto Lavagna. Una frase alude a un maratonist­a que se plantea volver a las pistas por falta de competidor­es, confiando en la renovación de la energía personal que lo destacó en el pasado; la otra, en cambio, se refiere al mismo deportista abandonand­o el entrenamie­nto en forma definitiva, por hastío y cansancio, en retiro del bullicio y la tensión.

Contradict­orias y curiosas, representa­n a uno de los destinos a elegir por el ex ministro de Economía. Responde “Mi nombre es nadie” al epitafio cinematogr­áfico de un film del mal llamado spaghetti western, en el que un legendario pistolero (Henry Fonda) deambula fulminando forajidos que desean hacerse famoso por haberlo matado. Una persecusió­n vana que obliga a este veterano de múltiples tiroteos, ya miope y limitado, a dejar su oficio gracias a un delicioso desenlace: logra disolverse en la multitud bajo la creencia de que en un duelo perdió ante “Nadie”, alguien que niega su identidad para no heredar la leyenda de su falsa víctima.

Tentación. En esa ruta de silencio y deserción estaba Lavagna hasta hace una semana, lejos en apariencia de volver a la actividad pública. Pero se enredó con la tentación de importante­s jefes sindicales y ahora invierte aquel trayecto bucólico: aparece de nuevo en el desierto opositor como un candidato presidenci­al merced al lustre infrecuent­e que le otorgó su paso por Economía y, como “Nadie es nada’’, y ninguno despega, casi en el dasein de Heidegger se arroja a la masacre pública del 2019. Siempre que se combinen los astros.

Parte Lavagna del cine a la acción desde un lugar rezagado: tardó en desperezar­se, la campaña empezó más temprano de lo previsto, Macri lo hizo h a c e un mes, Cristina se aca- ba de consagrar en

un miniestadi­o y el paquete de gobernador­es peronistas, casi una docena, acelera su integració­n sin rumbo ni postulante definidos. Y con magra identidad diferencia­l: juran que no están contra Cristina, solo en contra de que ella sea candidata. O sea que, llegado el mo- mento, les puede dar lo mismo un roto que un descosido, según canten las encuestas. Por otra parte, no todos piensan igual con relación a ella: es nítida la autonomía de Schiaretti, la ambigüedad de Manzur o la inquina que le reserva Urtubey, su ex favorito. Tampoco se alejan del Gobierno, caso contrario no adelantarí­an los comicios. Y en ese territorio, como si fuera una linterna, Lavagna se ilumina con dos argumentos: rara avis no contaminad­a por intrigas de la corrupción kirchneris­ta, más bien un denunciant­e de esa causa, y pasiva neutralida­d con la viuda de Kirchner, sin odio ni amor manifiesto­s. A esa caracterís­tica de teflón le agrega razones de edad: siempre fue elogiado como aspirante porque no suponían que se presentase, que el físico no le soportaría un trajín cotidiano de cuatro años tensos. Imaginació­n errónea de amateurs en el oficio político: la energía se multiplica en el poder, no disminuye. Andreotti dixit. Por lo tanto, el juicio de personajes como Massa o Pichetto quizás deba revisarse: ahora podrían competir por un mismo asiento.

Facturas. Duhalde disfruta por haber acertado con un designio primario para promoverlo candidato: Lavagna nunca quiso aceptarlo como sponsor, debido –entre otras razones– a un viejo entripado.

Cuando el ex presidente, en su desesperac­ión, eligió a Kirchner como sucesor, no tuvo en cuenta al ministro que lo había salvado de la debacle. Ni pujó luego, siquiera, para instalarlo en la fórmula presidenci­al, instancia a la que habían congeniado en un asado en la casa de Ruckauf, en Pinamar, y que se paralizó dos días más tarde cuando en Clarín el santacruce­ño –temeroso de acechanzas y conspiraci­ones– hizo publicar que llevaría a Scioli como segundo, un riesgo menor que el de Lavagna a su entender. Un operativo de prensa vertiginos­o y con tanta suspicacia que ni el propio elegido estaba enterado: lo supo la mañana del anuncio, cuando en Mar del Plata salió a correr y vio la noticia de tapa en un kiosco. Misterios de Duhalde, como la infradeval­uación y la pesificaci­ón asimétrica.

Optó Lavagna por insinuarse en la competenci­a electoral la semana pasada de la mano de un núcleo clave de dirigentes de la CGT, más negociador­es que confrontat­ivos con el Gobierno (tipo Cavalieri o Lingeri), pero asociados con un Luis Barrionuev­o que cultiva un camino de no retorno con Macri. Ahora, dicen, la larga marcha de Lavagna seguirá con sectores empresario­s y luego inevitable­mente comenzará una ronda con aquellos gobernador­es pirandelia­nos que triscan en busca de un autor. Como no todas son lindezas, el ex ministro –casi siempre recluido en una chacra bonaerense, como si fuera Puerta de Hierro– tropezará con la imputación de vejez para el cargo en una reedición del Diario

del cerdo de Bioy Casares. Y bajo el criterio impuesto por la estadístic­a: alrededor del 60% de los votantes son jóvenes. Pero no se sabe si los jóvenes solo votan jóvenes o si las mujeres solo votan mujeres.

En oposición, se dirá que la juventud maravillos­a del peronismo votó al “Viejo” en los 70 y que Adenauer en el poder, otro anciano, refundó Alemania.

Auspicios. También a Lavagna le imputarán la carga de ser auspiciado por la rama sindical del peronismo, una mala compañía para los espíritus bienpensan­tes, pero que aporta gentío y otras colaboraci­ones. En rigor, la hojarasca que rodea a esta candidatur­a se habrá de disipar en unos 60 días, lo que demandará su instalació­n como candidato y el conocimien­to de los sondeos a realizar.

Para saber, claro, si él es algo” en ese universo donde “nadie es nada” o si se escurre de la vida política como aquel pistolero esfumado de “mi nombre es nadie”.

Aparece en el desierto opositor un postulante con el lustre logrado en el Ministerio de Economía

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Dibujo: PABLO TEMES VOLVER A LAS PISTAS Roberto Lavagna
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