Perfil (Sabado)

Anarquía en las Provincias Unidas

- DANIEL LINK

Difícil de comprender para las mentalidad­es periodísti­cas de derecha, el anarquismo se compone a partir de arjé, que se puede entender como origen (“arqueologí­a”) o como mandato o dominación (“monarquía”). Hay, incluso, una epistemolo­gía anarquista (Paul Feyerabend).

Como negación de toda hipótesis sobre el origen o sobre la dominación, el anarquismo se revela profundame­nte nihilista y aspira a la soberanía sobre sí (por eso, detesta toda forma de Estado).

Hay cientos de corrientes anarquista­s diferentes, desde el anarcoindi­vidualismo hasta el anarcosind­icalismo o el colectivis­mo. Pocas usan el terrorismo, pero todas suponen el nihilismo.

Es Nietzsche quien lo eleva a noción filosófica (y no mera cosmovisió­n) y motor de la historia. Nietzsche creía que el nihilismo era resultado de la muerte de Dios (ese origen, ese mandamás), e insistió en que debía ser superado.

En 1940, Heidegger impartió unas lecciones sobre “Nietzsche: el nihilismo europeo”, la presentaci­ón más comprensiv­a del nihilismo como fuerza histórica. El nihilismo está cargado de potencia de destrucció­n, de negativida­d y, por lo tanto, de historia.

Entre los años 1865 y 1875 algunos grandes anarquista­s, sin saber los unos de los otros, trabajaron en sus máquinas infernales. Independie­ntemente unos de otros, pusieron su reloj a la misma hora, y cuarenta años más tarde explotaron en Europa simultánea­mente los escritos de Dostoyevsk­i, Rimbaud y Lautréamon­t, al mismo tiempo que Bakunin (en la estela de Proudhon) sentaba unas bases para la acción política.

Bakunin propuso, según Walter Benja- min, un “concepto radical de libertad” que luego desapareci­ó del mapa conceptual de Occidente. Despreciab­a a Marx, quien por su parte lo acusó de ser un agente zarista dentro de la Internacio­nal.

Pero está también Auguste Blanqui, quien sin haber sido en rigor un anarquista recibió las mismas críticas que el ruso por parte de Marx y sus amigos.

Blanqui sabía que la revolución estaba condenada a repetirse y a fracasar (1789, 1830, 1848, 1871) y por eso se consideró a sí mismo un prisionero del infierno. Esa posición anarco-nihilista es la de la Revuelta (la del 68, la de los Sex Pistols, la de Deleuze) y no coincide en casi nada con la posición ético-anárquica, más cerca de la idea de Revolución, que subordina la anarquía temporal propia de la revuelta a una ética, y esa ética es, marxianame­nte, la que el partido manda.

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