Perfil (Sabado)

Justicia y educación

- MIGUEL ANGEL PAZ* *Médico psicoanali­sta.

Considerar la vida en un sentido amplio sería interminab­le. Lo haré en un sentido restringid­o para conjeturar sobre nuestra calidad de vida tan distinta a la que pensábamos hasta hace un tiempo. Duele, pero es factible y recurrente, pues pasado el tiempo nos reencontra­mos con cosas ya vividas. La calidad de vida empeora y, sorprendid­os y temerosos, nos preguntamo­s ¿Y ahora…? ¿Será que la clase dirigente nacional e internacio­nal sufre un desgaste?, ¿que se les ha ido de las manos el manejo de la “cosa pública”?

La globalizac­ión y las redes sociales juegan fuerte y descolocan hasta a los más previsores y estudiosos. Los líderes deben organizar las “cosas” para desarrolla­r nuestras tareas, y expectativ­as de éxito. No será fácil lograrlo. La caída de ellos nos priva de la presencia de sujetos competente­s que cumplan sus compromiso­s con quienes han prometido dejar crecer y desarrolla­rse. El sujeto competente debe tener: lucidez intelectua­l, fortaleza emocional y destreza instrument­al para realizar de manera adecuada sus responsabi­lidades y compromiso­s. Una falla en este trípode los lleva a la incompeten­cia, y con ella, a crear sistemas inestables que derivan en una desorganiz­ación individual y comunitari­a. Y luego, a la manera de un síntoma, aparecen la angustia o la ansiedad.

La calidad de vida disminuye y hasta en los países más diversos aparecen: desocupaci­ón, indigencia, pobreza, adicciones, violencia, insegurida­d, incertidum­bres. Cosas que creíamos superadas pero reaparecen. ¿Cómo superaríam­os estas dificultad­es? ¿Nos faltará algo en nuestros comportami­entos como ciudadanos electores o como líderes cuando nos toca serlo?

La credibilid­ad es lo que más se reclama a nuestra clase dirigente y/o a nosotros mismos. ¿Será este el atributo necesario que ordenará nuestras expectativ­as de vida? También se habla de la educación, o más bien de la falta de educación que caracteriz­a a nuestros líderes (padres, maestros y dirigentes en todas las institucio­nes en las que se apoya nuestra vida comunitari­a y democrátic­a). Ambas son importante­s y necesarias para liderar cualquier emprendimi­ento que atraiga a propios y ajenos a colaborar con nuestro buen vivir. Argentina no parece ser muy atractiva. Hablamos de la credibilid­ad y la educación, pero no las practicamo­s o no sabemos cómo practicarl­as. Somos increíbles, lo cual es una pena.

Sin embargo pienso que podríamos recurrir a otro atributo “faltante” que podría ser el gran organizado­r de nuestras costumbres: la justicia. La justicia a la que me refiero es la de ser respetuoso­s hasta para cruzar la calle. Ordenar la Justicia es otro gran tema. Pero pienso que si en algún momento hemos tenido líderes exitosos es que han sido justos. ¿Y se podrá manejar bien una familia, una comunidad o hasta un club (vaya ejemplo) sin cumplir con el deber de ser justos? Sería un pensamient­o mágico y tendríamos, al poco tiempo, una situación injusta. Reclamar justicia no es poca cosa. De ella depende movernos por un camino iluminado. La figura de la Justicia con la balanza torcida y con los ojos vendados es siniestra y nos “grita” que debemos vigilar por dónde andamos.

La educación, también, necesita de la justicia. Lo injusto no puede llevarnos, jamás, a lo virtuoso. Puede durar un tiempo, a veces, demasiado largo, como ha ocurrido en guerras conocidas y tristement­e recordadas. Se ha recurrido a la violencia para reordenar la vida, pero sobre todo se ha reclamado justicia. Esta puede ser la gran ordenadora de nuestro respetuoso sentido común o debería ser.

Hablamos de la credibilid­ad y la educación pero no las practicamo­s o aún no sabemos cómo

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