Una novela cruda que sigue perturbando
miniserie “El perfume”, una producción alemana con dirección de Phillip Kadelbach.
Cuando se trata con aquello que se huele se está hablando de sentimientos
Netflix acaba de estrenar El
perfume, una miniserie de realización alemana con inspiración en el best-séller homónimo de Patrick Süskind publicado en 1985 y llevado al cine en 2006, con una gran producción ya que la novela transcurre en la Francia de mediados del siglo XVIII. La historia –del libro y de la película– se centra en la vida de Jean-Baptiste Grenouille, quien fue rescatado de la basura a la que lo arroja su madre y, apenas nacido, sobrevive una y otra vez a las más horrendas situaciones y se descubre como portador de un riguroso y exquisito sentido del olfato, lo que le permite distinguir el olor emanado por cada una de las personas pero que, paradójicamente, carece de olor propio. Tanto su don y esta carencia como su encuentro con el maestro perfumero Giussepe Baldini le abren la posibilidad de buscar, matando a 24 jóvenes mujeres, los olores necesarios para crear aquel aroma que lo haga presente y, por qué no, amado.
Un gran acierto de la miniserie es alejarse de esta historia, en tanto narrativa bastante lineal, creando a partir de ella –los protagonistas son lectores del libro de Süskind– pero situando las cosas en un espacio tiempo bien distinto. La acción transcurre en nuestros días, en un pequeño pueblo de Ale- m a n i a y centrada en la investigación policial –en primera instancia– del homicidio de una cantante a la cual le han “sacado” la cabellera, el vello púbico y el axilar. Los partícipes necesarios y protagónicos de este nuevo hilo argumental serán: la detective a cargo, el fiscal del caso y un extraño grupo de amigos de la víctima: cuatro hombres y una mujer. L a línea será multiplicada con continuos flashbacks hacia la niñez y adolescencia de los personajes centrales. Desde este punto de partida, a toda vista formal, la serie se va construyendo en cada plano con geometría y austeridad. La escena siempre es fría, compuesta por actuaciones secas, ancladas en una profunda pasión, que presentan a los protagonistas en permanente tensión entre un rumiar interior y la intempestiva descarga de ira. Abundaran la soledad y el desamor en un transcurrir cruel, monótono y repetitivo. Este es otro gran acierto de los realizadores quienes se propusieron y lograron, extraer y conservar lo importante: el aroma esencial de la novela de Süskind, su olor. Es que cuando se trata con aquello que huele se está hablando, incluso sin saberlo, de sentimientos que se abren volcánicamente en el corazón. Seremos transportados violentamente y sin quererlo a momentos o lugares de nuestra vida aparentemente olvidados. O también, en un instante, puede levantarse la pared del amor o del más absoluto de los rechazos y aquí, en ambos casos, dolerá. Si de algo se puede estar seguro, capítulo tras capítulo, es que cada decisión que se tomará será mala para todos (o casi) los participantes cuyas historias, en algunos casos comunes, en otros estancas, tienen un origen fundante doloroso o lisa y llanamente aberrante. En este sentido que tanto la forma como el contenido de la miniserie, abrevan en la más profunda tradición alemana desde Goethe al mejor Fassbinder.
Si hay algo que todos compartimos es el hecho de querer ser amados. Puede ser de manera sorda y silenciosa, en larga espera, o puede ser a los gritos, desesperados y con el corazón en la mano pero, cuando una pulsión como ésta se abre paso, será seguro que las acciones de las que somos capaces atravesarán propios límites y uno se volverá malo y sus ojos adquirirán el tinte de los condenados a muerte.