El sano equilibrio entre realidad y deseos
En 1997, el actor Mauricio Dayub debutó como autor con El amateur, llevada al cine por Juan Bautista Stagnaro dos años después. Más tarde llegaron otros textos, siempre con él como intérprete aunque compartiendo escenario con otros actores: ¡Adentro! (2003), con Gabriel Goity, y El
batacazo (2009), con Oski Guzmán, donde además dirigió. Ahora estrena su primer unipersonal, pero decidió compartir autoría con Patricio Abadi y Mariano Saba, además de correrse de la dirección para sumar a César Brie en esta responsabilidad.
La frase que disparó el título del espectáculo, según confiesa el protagonista en la obra, fue su abuelo, cuando le aseguró que “el mundo es de los que se animan a perder el equilibrio”. La estructura elegida por los dramaturgos es la de un posible “biodrama”, aunque aparezcan abuelos, padres y tíos en este texto, saber si fueron reales o ficcionales es lo menos importante. Cada uno de estos personajes, todos encarnados por Dayub, evidencian una notable universalidad, ya que los argentinos descendemos de los barcos. Aquí están los aires de Italia y una obsesión: cumplir con los sueños. Ese hacer equilibrio entre la realidad y los deseos. La energía de Dayub intérprete le permite pasar de un papel a otro sin que decaigan su presencia escénica ni su vocalización. Utiliza para la transformación frente a los espectadores pequeños trucos que van desde el vestuario hasta apliques y pelucas.
La propuesta, además de tener el sello de Dayub, tiene la sugestiva dirección de César Brie. Como puestista, él tiene su propio estilo, y aquí lo suma y despliega de forma perfecta. La aparición y desaparición de pequeños objetos, como el valor simbólico de vestidos colgados de perchas, son solo algunos de los procedimientos estéticos de Brie. Le hace recorrer y ocupar todo el espacio escénico, profundidades y laterales, entregando siempre originalidad.
Cada uno de los protagonistas se diferencia y también se cuelan otros secundarios, por lo general estos son mujeres que han influido y marcado, pero que tanto los dramaturgos como el director prefieren que sean imaginadas y no encarnadas, lo que agrega sugestión.
El equilibrista es una invitación a un mundo de magia, con trucos a la vista, pero que no hacen que se pierda el asombro. Es un teatro de emoción, de afectos, sin grandilocuencia, pero con una cuidada belleza y estética que se propone llegar al público y lo consigue de la mano de un intérprete que deja absolutamente todo en cada segundo de actuación.