PLACERES DE INVIERNO
Plagada de cafés y bellezas arquitectónicas, la ciudad de los navegantes ofrece atractivos para todos: desde museos interactivos a delicias bien gourmet.
Es medianoche, las gaviotas chillan y en la amplia plaza del Ayuntamiento hay sillas, como si estuvieran esperando a paseantes que quieren descansar un rato. Entre diciembre y marzo, el clima suele ser templado en Oporto. Llueve con frecuencia, pero también puede haber sol, por lo que en esta ciudad costera portuguesa, donde el río Duero desemboca en el Atlántico, los turistas logran olvidarse del invierno. Cuando hay sol, los habitantes de Oporto van al mar y se adentran al menos hasta la rodilla, cuenta André Apolinário. El hombre, de 37 años, guía a turistas en un tour culinario por la ciudad, que se llama “Taste Porto”. Los participantes miran al guía con cara de asombro cuando los lleva al McDonald’s en el centro. Apolinário explica que solo les quiere enseñar la hamburguesería por el edificio, donde en la década del 30 se encontraba el café más elegante de la ciudad. Durante el tour de Apolinário queda claro que la arquitectura es algo importante en Oporto. Hay muchos edificios diseñados por famosos arquitectos, por ejemplo la Casa da Música, una sala de conciertos de aspecto futurista del arquitecto holandés Rem Koolhaas. Y desde luego, también la comida es importante. Apolinário nos entrega folar, un pan típico de la cocina
portuguesa con gruesos trozos de salchicha. Con entusiasmo, el guía nos pone sobre la mesa bacalao seco, chorizo de pato, conejo, codorniz, pechuga de pollo y pastel dulce. Con amplios gestos describe el origen regional de los productos, subraya que a los portugueses les gusta mucho comer en grupo y cuenta historias de las tiendas por donde nos guía. El tour, de casi cuatro horas, termina con una degustación de vino de Oporto. Apolinário nos presenta a Davide Ferreira, quien trabajó para los grandes productores de Oporto al otro lado del Duero hasta que decidió abrir su propia tienda de vinos, “Touriga”. Ferreira, de 40 años, confirma la impresión que rápidamente deja una visita a Oporto: muchos jóvenes abren negocios y experimentan; hay una gran actividad constructora y renovadora. La ciudad está viviendo un auge. Cuando llueve en Oporto, la ciudad recuerda a Londres. La amabilidad de la gente llama la atención. No parecen molestarles ni la lluvia ni las hordas de turistas. Apolinário dice que le encanta Oporto cuando llueve. Maria Oliveira, que trabaja en el pequeño hotel “Porto Vintage Guesthouse”, señala que le parece bien que muchos turistas quieran ver la ciudad. Explica que esto tiene que ver con el pasado de Oporto como ciudad de navegantes y comerciantes. El contacto con culturas extranjeras siempre desempeñó un papel importante, subraya. “Nosotros queremos a todos”. Una visita a uno de los numerosos cafés, un buen refugio cuando llueve, parece confirmarlo: en el venerable “Café Majestic”, los empleados siguen siendo amables cuando los visitantes no cierran la puerta al entrar o hacen selfies durante varios minutos. El café es tan vistoso como la librería de estilo modernista “Lello”, inaugurada en 1906, que el diario británico The
Guardian eligió como la más bonita del mundo. Tanto el café como la librería comenzaron a atraer numerosos turistas cuando surgieron rumores que aseguraban que la autora de
Harry Potter, J.K. Rowling, quien vivió en Oporto en la década de los 90, se dejaba inspirar en esos lugares, que parecen tan encantados como Hogwarts. Quien prefiera un ambiente más tranquilo debería visitar el “Café Santiago”, conocido por el plato más famoso de d Oporto: la francesinha, un sándwich típico de la cocina lusa moderna similar a un
croque-monsieur francés. Oporto también tiene muchos museos. Las familias con hijos pequeños pueden seguir las huellas de los navegantes portugueses en el Museo Interactivo World of Discoveries. Los aficionados al deporte pueden divertirse en el museo del club de fútbol FC Porto y quien esté interesado en el arte debería visitar el Museo de Arte Contemporáneo Serralves. El Museo de Fotografía merece la pena una visita tan solo por el lugar donde está instalado: una antigua prisión. En ella estuvo recluido, condenado por adulterio, el escritor portugués Camilo Castelo Branco (1825-1890), quien escribió ahí su novela Amor de perdición.