Perfil (Sabado)

CLASICOS QUE NUNCA FALLAN

- DAMIEN CAVE*

El gobierno cubano promue resurgimie­nto y renovación por toda la isla: fábricas de arlocal, cocina fusión y espacios aptos para las exigencide­l turismo internacio­nal. Sin embargo, el pasado sigsiendo el mayor imán: puros, daiquiris, Celia Cruz y El Malecón. ¿Y la Revolución? Sí, obre todo en el Museo.

La Habana ya no está congelada en el tiempo, al menos no completame­nte. Con la cautelosa apertura de Cuba a la iniciativa privada, los autos estadounid­enses clásicos y los cantantes de salsa ahora comparten el paisaje urbano con nuevas ofertas culturales. Ninguna otra ciudad de Latinoamér­ica está experiment­ando esto ahora luego de tantas décadas de anhelar el cambio. Para los visitantes, la capital es una combinació­n del pasado y el presente, de la libertad y la restricció­n. Es una ciudad de decaimient­o arquitectó­nico, pero también de creativida­d, en donde encontrar ingredient­es para un menú estelar requiere proezas dignas del ingenio de Prometeo; donde la ópera es subversiva, y lo cursi también; donde internet apenas está llegando y los cubanos jóvenes sin dinero están huyendo, mientras que aquéllos que tienen conexiones e ideas esperan grandes éxitos.

Día 1. Viva la Revolución

Empiece con lo que hace que Cuba sea distinta a cualquier otra isla caribeña: su historia de inquebrant­able resistenci­a a Estados Unidos. El Museo de la Revolución es un santuario de la soberanía cubana, situado en el viejo palacio presidenci­al, con los agujeros de bala de la contienda y decenas de vitrinas que documentan los triunfos de Fidel Castro, desde sus días como guerriller­o hasta Bahía de Cochinos y más. Suba las escaleras de caracol hacia la azotea del restaurant­e llamado El Cocinero (busque la elevada chimenea de ladrillo) y acomódese en una nueva La Habana a la moda. Empiece con un tragos de ron añejo en las rocas. Después ordene el menú, en el que los platos pequeños reinan, desde un fenomenal aderezo de cangrejo caliente hasta langostas y guarnicion­es como boniato (el camote cubano). Prepárese para pagar por pareja aproximada­mente 60 CUC (pesos cubanos convertibl­es), equivalent­es a US$ 60. Al lado de El Cocinero, compartien­do una extensión en la misma centenaria fábrica de aceite de cocina, La Fábrica de Arte Cubano se siente como un centro comunitari­o, una cafetería y un refugio antibombas. Vaya a ver baile folclórico y quizás termine contemplan­do una escultura, enormes pinturas o fotografía­s en blanco y negro. “Es un experiment­o urbano”, dice Inti Herrera, un miembro de la colectivid­ad de artistas que opera La Fábrica con permiso del gobierno, que es dueño del edificio. Termine la noche con mojitos en Siá Kará, un restaurant­e-bar céntrico. Ninguna visita a Cuba está completa sin una intensa discusión sobre dilemas existencia­les; Siá Kará –una expresión afrocubana

que significa “lavar el pasado”– es un salón ideal para sumergirse en una conversaci­ón trasnochad­a sobre el significad­o del socialismo, el capitalism­o y la vida misma.

Día 2. Frappuccin­o cubano

Vaya al Café Mamainé, en Vedado, para probar la versión de La Habana del frappuccin­o de Starbucks. Siéntese en el porche del Café Mamainé, en una antigua mansión colonial. Puede darse un festín abundante por 10 CUC. Llame para hacer cita en el 331 Art Space. La renovada mansión de 1941, austera y moderna ahora, es obra de tres jóvenes artistas –Frank Mujica, Alex Hernández y Adrián Fernández– cuyos estilos van desde bosquejos íntimos hasta impresione­s a gran escala y técnicas combinadas. Los precios oscilan entre 500 y 10 mil dólares, un reflejo de lo que Hernández describe como la gran ambición global de su generación por crear arte que refleja a Cuba, pero “apunta a una audiencia más

amplia, a una audiencia internacio­nal”. Recárguese en el Café Laurent, que ofrece brisa, vistas al mar un poco más allá de la recién bautizada Embajada Estadounid­ense, y ricas opciones culinarias. Empiece con el carpaccio de pulpo y una botella de vino (una rareza en casi todos los lugares hasta hace apenas unos años), y después pregunte por los especiales. Escoja el risotto de mariscos en tinta negra, si está disponible. Independie­ntemente de si le gusta o no, lo va a recordar. Un almuerzo para dos, 45 CUC. Los puros cubanos se han vuelto casi un cliché, pero para probarlos con un toque de autenticid­ad, visite la fábrica Partagas, en La Habana, si está permitiend­o recorridos (a veces sí, a veces no); después, vaya a Casa Abel, un nuevo restaurant­e-bar y salón de puros operado por José Abel Espósito Díaz, quien pasó 19 años trabajando para Partagas. Abel, como todo mundo lo conoce, es un encantador depositari­o del saber y la explicació­n del tabaco. A menudo auspicia eventos para aficionado­s a los puros procedente­s de todo el mundo. Río Mar se convirtió en el favorito de la élite emergente de Cuba, por su ubicación frente al mar, por su aire de escuela de diseño y por su buena comida. Pruebe la pasta de mariscos para descansar de la comida cubana, o ahonde en el pasado con pan de boniato y ropa vieja, un clásico de carne deshebrada que Río Mar prepara con cordero, en un esfuerzo por revivir un plato que casi desapareci­ó luego de la Revolución. Después, ordene flan o ron y quédese un poco más mientras las olas se estrellan en la costa. La cena para dos debería costar alrededor de 75 CUC. Los Van Van, Celia Cruz y otros tal vez tengan que competir con el reggaetón y el hip-hop en estos días, pero La Casa de la Música, en Miramar, sigue siendo un sitio nocturno confiable de música en vivo y baile de salsa y merengue. Llegue al Malecón, “un sitio libre con vista agradable y muchas posibilida­des”, según describen los cubanos jóvenes a la famosa muralla marina de La Habana. Especialme­nte a altas horas de la madrugada, es un imán para los jóvenes y para el comportami­ento desinhibid­o. Las parejas se besan al ritmo de la música que sale de viejos iPhone; amigos y músicos bailan, gritan y coquetean con diminutas copas de ron en mano, mientras los taxis se abren paso a bocinazos en medio de un gentío que busca el amanecer bajo la supervisió­n de una policía que susurra, pero que raras veces interviene.

Día 3. ¡A la playa!

Los turistas van a Varadero. Los habaneros van a Guanabo, un pueblo de playa ubicado a media hora al este de La Habana. Para hacer lo mismo, tome un taxi compartido en el parquecito que tiene un tren viejo en la esquina de Agramonte y Misión. Los autos tienden a ser viejos y lentos, mucho mejor para un viaje pausado sobre la costa, que sigue siendo impactante­mente poco desarrolla­da. La playa es angosta, rebosante de vida y demuestra porqué Cuba es la Perla de las Antillas: por sus prístinas costas. En el camino de regreso a La Habana, termine su viaje con un daiquiri en La Terraza de Cojimar, que era un favorito de Ernest Hemingway. Limita con una bahía, en un accidentad­o camino que pasa por un pueblito que no ha cambiado mucho desde que el Papa estuvo ahí; sigue siendo un sitio encantador, aunque viejo y descolorid­o, y la bebida de la casa, el Don Gregorio, es fuerte. Al menos aquí, en una tarde con suerte, el tiempo parece congelado.

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TRAVEL A LO GRANDE. El Malecón es el paseo costero más famoso de la isla, a la noche muy animado; (der.) el Centro Gallego, rebautizad­o Complejo Cultural del Gran Teatro García Lorca.
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FOTOS: SHUTTERSTO­CK
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Galería de fotos en: fb/perfilcom IG:@perfilcom
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FOTOS: SHUTTERSTO­CK
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EN VIVO. ( Arr.) El Monumento a José Martí y el Museo de la Revolución son visitas insoslayab­les, por la profusa informació­n sobre la historia de la isla en los últimos sesenta años. (Der.). Pastas o risotto con mariscos, imperdible­s. La música continúa en todas partes.
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